Sin sorpresas en el resultado de las elecciones presidenciales de Irán

Cada vez que han tenido opción, los iraníes han elegido al candidato menos oscuro

El presidente electo de Irán, Masud Pezeshkian, celebra su victoria con simpatizantes en el santuario de Jomeini en el sur de Teherán, el 6 de julio.STR (EFE)

Poca sorpresa en el resultado de la segunda ronda de las elecciones presidenciales en Irán. Desde que en 1988 acabó la guerra con Irak (que ayudó a los islamistas a deshacerse de sus rivales políticos y monopolizar el poder), los iraníes, cada vez que han tenido oportunidad, han optado por el tono menos oscuro de negro. En 1997, impulsados por el optimismo de la generación postrevolucionaria, incluso confiaron en que el gris de la barba de Mohamed Jatamí abri...

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Poca sorpresa en el resultado de la segunda ronda de las elecciones presidenciales en Irán. Desde que en 1988 acabó la guerra con Irak (que ayudó a los islamistas a deshacerse de sus rivales políticos y monopolizar el poder), los iraníes, cada vez que han tenido oportunidad, han optado por el tono menos oscuro de negro. En 1997, impulsados por el optimismo de la generación postrevolucionaria, incluso confiaron en que el gris de la barba de Mohamed Jatamí abriera el camino a más color en sus vidas. El recién electo Masud Pezeshkian (un cirujano que fue ministro con el reformista Jatamí) es una proyección de aquellas esperanzas frustradas. Tampoco ahora hay expectativas de cambio.

Como Jatamí, y más tarde Hasan Rohaní, Pezeshkian ha asegurado que intentará mejorar las relaciones con Occidente e incluso criticado a la ominosa policía de la moral, dando a entender que adoptará una actitud menos estricta en la exigencia de que las mujeres se cubran la cabeza. Ninguno de esos objetivos está en su mano. Si las experiencias de Jatamí y Rohaní sirven de guía, el ala dura del régimen se encargará de impedir cualquier cambio significativo. Eso es algo que a la larga solo puede aumentar aún más el desencanto que está detrás de la elevada abstención de las últimas citas electorales. La primera vuelta de las presidenciales apenas logró un 40% de voto, un mensaje de castigo al régimen, por mucho que el líder supremo, el ayatolá Ali Jameneí, lo niegue.

Aun así, y ante la alternativa de que la situación empeorara si triunfaba el candidato ultra Said Yalilí, casi seis millones de iraníes que se abstuvieron en la primera vuelta optaron por respaldar el tono menos obscuro de Pezeshkian en la segunda. Es decir, votaron contra el riesgo de que la línea antioccidental de Yalilí, atraiga más sanciones y más aislamiento para su país. El principal reto de Irán y de su presidente electo es la economía (con una inflación del 30,9% en el último año fiscal y un tercio de la población en la pobreza, según datos oficiales). Pero resulta improbable que esta mejore sin cambios sustanciales en la gestión interna y las relaciones exteriores.

Incluso con la mejor voluntad, los presidentes iraníes carecen de la capacidad de realizar cambios estructurales. No se trata de que Pezeshkian sea un hombre del régimen, que lo es. Más allá de su lealtad a la República Islámica (establecida en su preselección como candidato), el verdadero poder reside en la Oficina del Líder Supremo y la red de instituciones vinculadas a él bajo control de los sectores más conservadores. Destaca entre ellas la Guardia Revolucionaria, que a su fuerza militar (incluidos los programas nuclear y de misiles) suma un creciente peso económico e influencia política. En el mejor de los casos, el doctor Pezeshkian intentará reducir el dolor, pero carece de los instrumentos para curar la enfermedad.

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