Macron empuja a Francia (y a Europa) a lo desconocido

Una atmósfera de fin de reinado se instala en París con el adelanto de las legislativas y la posible victoria de la extrema derecha

El presidente francés, Emmanuel Macron, saluda al presidente español, Pedro Sánchez, en presencia del canciller alemán, Olaf Scholz, este sábado en la Cumbre por la Paz en Ucrania celebrada en Suiza.Foto: Denis Balibouse (Reuters) | Vídeo: EPV

“Es un final shakespeariano”, dice un hombre que conoce a Emmanuel Macron desde que era un veinteañero, alguien que fue un mentor y guía en los pasillos del poder y que lo ha tratado de cerca en los años del palacio del Elíseo. “Es un meteorito que ha subido hasta lo más alto y que se autodestruye”.

Una atmósfera de fin de reinado se ha instalado en Francia desde que hace una semana Macron anunciara por sorpresa ...

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“Es un final shakespeariano”, dice un hombre que conoce a Emmanuel Macron desde que era un veinteañero, alguien que fue un mentor y guía en los pasillos del poder y que lo ha tratado de cerca en los años del palacio del Elíseo. “Es un meteorito que ha subido hasta lo más alto y que se autodestruye”.

Una atmósfera de fin de reinado se ha instalado en Francia desde que hace una semana Macron anunciara por sorpresa que disolvía la Asamblea Nacional y convocaba elecciones legislativas anticipadas, de las que saldrá un nuevo primer ministro y Gobierno. El segundo quinquenio del presidente no expira hasta 2027. Y él dice no tener la intención de dimitir. Pero en conversaciones con políticos, observadores y en el propio el Elíseo, es inevitable la sensación de que una historia está acercándose a su fin.

Estamos en el centro de París, uno de los despachos del poder, el de Alain Minc. Es Minc, consejero oficioso de sucesivos presidentes desde François Miterrand, quien formula la metáfora shakespeariana. El meteorito Macron —el brillante banquero, el precoz ministro y jefe de Estado, el presidente-filósofo, el europeísta visionario, el modernizador de Francia, el que por dos veces derrotó a la extrema derecha en unas elecciones presidenciales, y el que quería encarnar la voz de la razón en un mundo desquiciado— lo vio ascender Minc desde el principio. Hoy, como tantos, no sale de la estupefacción: “Yo creía que Macron no terminaría su segundo quinquenio, pero no pensaba que fuese así, no imaginaba un acto loco”.

El presidente de la República quería crear un electrochoque en la sociedad tras la victoria arrolladora de la extrema derecha en las elecciones europeas en Francia, y la derrota humillante de la candidatura presidencial. Era la hora de volver a dar la palabra a los franceses; de clarificar.

“No puedo hacer como si no hubiese ocurrido nada”, justificó Macron en un discurso a los franceses en la noche electoral. “Francia necesita una mayoría clara para actuar en la serenidad y la concordia”.

La disolución parlamentaria coloca al Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen a las puertas de la mayoría en la Asamblea Nacional. En 2022 los macronistas obtuvieron 249 diputados; la suma de partidos de izquierdas, 153; el RN, 89; la derecha de Los Republicanos, 74.

Macron, que prometió al llegar al poder en 2017 acabar con la extrema derecha, puede pasar a la historia como el presidente que facilitó a la extrema derecha la llegada al poder.

Ese día —el 9 de junio de 2024— y a esa hora —nueve de la noche— Francia, y con ella Europa, entraron en un territorio desconocido. La UE difícilmente saldrá indemne de la presencia en el Gobierno de uno de sus motores de un partido euroescéptico, afiliado durante tiempo con la Rusia de Vladímir Putin y partidario de cambiar la Constitución para quitar derechos a los extranjeros.

Si, con la convocatoria electoral, Macron quería movilizar al país contra Le Pen, unos días después la apuesta, si no imposible, parece extremadamente complicada. No hay sondeo ni análisis que prevea una victoria de la actual mayoría presidencial. Varios, en cambio, pronostican una victoria del RN y una cohabitación de un primer ministro de este partido ultranacionalista con un presidente liberal y europeísta, más solo que nunca en el palacio del Elíseo.

“Me angustia, primero, que puedan ganar con mayoría relativa o absoluta, y, segundo, lo que esto puede provocar en el país”, dice en un café de Saint-Germain-des-Près Manuel Valls, ex primer ministro y durante años aliado crítico de Macron, con quien no ha perdido el contacto. “Yo no pensaba que mi generación conocería algo así”.

¿Por qué tomó Macron esta decisión que puede destruir su legado? ¿Qué posibilidades tiene de dar la vuelta a la tortilla? ¿Y cómo quedará Francia después de esta campaña relámpago, menos de tres semanas, y de las elecciones posiblemente con mayores consecuencias de las últimas décadas?

1. La decisión

“Macron no es un jugador de póquer, no es suicida, no es un pirómano”, dice alguien del entorno del presidente, que pide anonimato. “Es un republicano demócrata que extrae las consecuencias de una derrota electoral y que se vuelve hacia el pueblo”.

Hay una teoría racional, según la cual Macron pensaba que la disolución inesperada crearía una corriente en su favor. Confiaba en que la brevedad de los plazos para presentar las candidaturas —apenas una semana— haría implosionar a la izquierda y a la derecha, y él se llevaría el resto. Y sí, la derecha moderada ha explotado, pero la izquierda se ha unido, y se perfila como el único bloque en condiciones de frenar a Le Pen.

Otra posibilidad para explicar la decisión de Macron es que sabía que tarde o temprano habría una moción de censura con los votos de toda la oposición, y que esta forzaría unas elecciones anticipadas. Podría haber sido este mismo otoño, en ocasión del debate presupuestario. El presidente se habría limitado a precipitar los acontecimientos.

“En vez de que se le imponga, mantiene el control”, dice François-Xavier Bourmaud, periodista del diario L’Opinion y autor de una biografía de Macron. Es la teoría de la voladura controlada: el presidente toma la iniciativa. Y provoca algo que, en un país con un Parlamento sin mayoría absoluta y una extrema derecha cercana al 40% de votos, habría ocurrido tarde o temprano.

Los macronólogos —los hay, como hubo kremlinólogos— especulan con que Macron, en realidad, está calculando que el acceso de RN al Gobierno dejará en evidencia su incompetencia y le anulará para el futuro. Sería una manera de reducir las opciones de que en 2027 Le Pen, quemada por los años en el poder, le sucediese en la presidencia. Según el diario alemán Bild, la propia presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, expuso esta teoría en una reunión con los jefes democristianos alemanes. En el Elíseo niegan tajantemente este cálculo maquiavélico.

Existe otra teoría, “psicológica”, según el biógrafo Bourmaud: “A Macron siempre le ha gustado arriesgarse. Y cada vez que se ha arriesgado le ha salido bien. Además, no le gusta perder, y nunca ha perdido”. Después de la derrota máxima, el riesgo máximo.

“Parece que estemos en Baron Noir, esta serie de televisión sobre política en la que constantemente hay golpes de efecto y sorpresas”, lamenta el politólogo Vincent Martigny. “Está bien para asustarnos ante el televisor, pero no estoy seguro de que sea lo que los franceses desean”.

Minc apunta: “A mi entender, es un problema psicológico. Pienso que es el resultado del narcisismo de Macron, pero llevado hasta el final. Quizá él creía en su magic touch, su toque mágico”. Y añade: “Lo que me choca prodigiosamente en este asunto es que siempre ha sido un jugador. Cuando juega con su carrera, es cosa suya. Pero cuando juega con el destino del país, es imperdonable”.

2. La campaña

Una visita al Elíseo es ilustrativa. Ahí creen —o quieren creer— que todo es posible aún. Que nada está decidido. Que el lunes arranca oficialmente una campaña en la que habrá una elección clara entre un centro amplio y reformista y unos extremos, a izquierda y derecha, que muchos macronistas ven como equivalentes.

El argumento democrático vuelve una y otra vez en las conversaciones: “No se gobierna contra los pueblos, no se gobierna contra los franceses”. Se cita, entre otros antecedentes, el del español Pedro Sánchez, que también adelantó por sorpresa las elecciones generales tras una derrota electoral —en su caso, en las municipales y autonómicas de 2023— y la arriesgada apuesta le salió bien.

La V República, fundada en 1958 por el general De Gaulle y a la medida de su estatura heroica, ofrece al jefe del Estado herramientas como la disolución de la Asamblea: la última vez, la usó Jacques Chirac en 1997, y le salió mal: perdió la mayoría. Escuchando al entorno de Macron, aparece un elemento casi místico en la Constitución gaulliana. “El sistema acaba de ser disuelto, los espíritus están disueltos”. Todo puede pasar en este contexto de fluidez general. ¿O no?

“Yo no veo cómo Macron podría ganar”, dice Martigny, quien recuerda el mediocre resultado en las legislativas de 2022 —una mayoría, pero relativa— después de haber salido reelegido. Si entonces, tras la victoria en las presidenciales, consiguió tan poco, ¿cómo después de la derrota en las europeas y con el viento en contra podría ganar? “Todo es posible en política, pero en este caso hace falta mucha imaginación”.

Es realmente difícil encontrar, fuera del Elíseo, quien crea en una victoria de Renacimiento, el partido Macron, y sus aliados en el centro y el centroderecha. Los pocos sondeos sitúan a los macronistas en tercera posición. La unión de las izquierdas —y el apoyo a esta unión de figuras de la moderación como el expresidente socialista François Hollande— complica a los macronistas la tarea de demonizar al llamado “nuevo frente popular”.

“Descartemos el escenario con una mayoría absoluta de Renacimiento, me parece difícil”, analiza Valls. “Y no creo en una victoria de la izquierda”. Quedan pues dos opciones, en su opinión. La primera es una mayoría absoluta de 289 diputados, o cercana a este umbral, del RN junto a los disidentes de la derecha moderada. La otra es que la extrema derecha se quede en unos 220 escaños, lejos de la mayoría absoluta, y tenga una mayoría en contra formada por izquierdista, macronistas y derechistas moderados. “Pero, ¿cómo puede funcionar esto?”, se pregunta el ex primer ministro.

3. El día después

Todo presidente tiene un rasgo que acaba marcando el final de sus días, según Martigny, profesor en la Universidad de Niza. En el caso de Mitterand era “el culto del secreto, esta manera florentina de ver las cosas”, y terminó atrapado por su pasado secreto durante la ocupación alemana. En el caso de Nicolas Sarkozy, el gusto por el lujo y el dinero. En el de Macron, lo que le define desde que llegó al poder, y aun antes, “es la soledad”. Pocos en su entorno sabían que iba a disolver la Asamblea Nacional, incluso su primer ministro, Gabriel Attal, se enteró a última hora, según las crónicas. Decidió solo, junto a unos pocos asesores. “La soledad”, concluye el politólogo, “en política siempre acaba mal”.

El 9 de julio, tras la segunda vuelta electoral, el presidente podría encontrarse más solo aún, un pato cojo con una influencia disminuida y, si la extrema derecha vence, con una sombra sobre su legado. Sin mayoría parlamentaria y con un primer ministro de la oposición. En el mejor de los casos para el presidente, un socialista moderado; en el peor, Jordan Bardella, el candidato de Le Pen a primer ministro. Todo esto, a dos semanas y media de la inauguración de los Juegos Olímpicos de París, cuando Francia quiere mostrarse al mundo en todo su esplendor. No es descabellado imaginar a Macron y Bardella en la ceremonia inaugural.

“Si ganan, al menos al principio, harán como Giorgia Meloni en Italia, se portarán bien”, dice Valls. “¿Qué puede pasar? Que haya violencia en la extrema izquierda, manifestaciones, huelgas. Y que el electorado de extrema derecha, sobre todo los que hace mucho tiempo que votan por ellos, se dejen ir. No digo físicamente, sino verbalmente: será su victoria, la victoria de una gente que se considera marginal. Esto, en sectores minoritarios de la policía, puede hacer parecer que todo está permitido. Y el miedo de una parte de la población de la inmigración, no tanto solo del Gobierno, sino de la gente...”

Hay riesgos para Francia, y para una UE con la guerra a sus puertas y amenazada por Rusia. Macron ha sido uno de los pocos líderes con una idea clara de Europa. Esta idea está en las antípodas de Le Pen y Bardella, que en las presidenciales de 2017 todavía prometían sacar a Francia del euro y de la UE y, en el caso de Le Pen, iba a visitar a Putin durante la campaña.

Con una cohabitación Macron-Bardella ―por ahora, una hipótesis― habría ministros del RN en los Consejos de ministros de Bruselas y es posible, como sucedió con anteriores cohabitaciones, que Macron acudiese a las cumbres acompañado por Bardella.

La política exterior y de defensa son, por tradición, el terreno reservado del jefe del Estado, pero el Gobierno tiene maneras de influir en ella durante la cohabitación. La hipótesis RN abriría un gigantesco interrogante sobre el papel de Francia en la construcción europea, que raramente ha avanzado sin el motor franco-alemán.

En la elección de los altos cargos europeos, en las próximas semanas, podría empezar a notarse. Macron debía ser uno de los líderes que hiciese inclinar la balanza. ¿Ya no?

“No está en condiciones de influir en las decisiones. Los otros líderes ven los sondeos. Pero esto quiere decir que Francia ya no será un motor, en el mejor de los casos ya no será un obstáculo”, dice Alain Minc. “El daño internacional para la imagen de Francia será muy considerable. Los franceses somos arrogantes y orgullosos, y esto no nos gusta”.

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