Los Crumbley, una familia entre rejas: la matanza que hizo historia y acabó con los padres del asesino en la cárcel

La condena al matrimonio que ignoró las señales de auxilio de su hijo de 15 años y le regaló la pistola con la que perpetró una masacre en su instituto en Míchigan sienta un precedente legal que preocupa a los expertos

Ethan Crumbley, entre sus padres James y Jennifer Crumbley, en las fotos del momento de su detención.OAKLAND COUNTY SHERIFF'S OFFICE (Reuters)

El campo de tiro Accurate, en Jackson (Míchigan), es un negocio familiar donde los menores son bienvenidos; la ley federal estadounidense les prohíbe poseer armas, pero no practicar con una en un lugar como ese. El 27 de noviembre de 2021, Ethan Crumbley, entonces de 15 años, entró con su madre, Jennifer, en una de las galerías de tiro. Era el fin de semana de Acción de Gracias, y querían probar la pistola Sig Sauer SP2022 de 9mm que el padre, James, le acababa de comprar al chico. ...

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El campo de tiro Accurate, en Jackson (Míchigan), es un negocio familiar donde los menores son bienvenidos; la ley federal estadounidense les prohíbe poseer armas, pero no practicar con una en un lugar como ese. El 27 de noviembre de 2021, Ethan Crumbley, entonces de 15 años, entró con su madre, Jennifer, en una de las galerías de tiro. Era el fin de semana de Acción de Gracias, y querían probar la pistola Sig Sauer SP2022 de 9mm que el padre, James, le acababa de comprar al chico. Fue su regalo de Navidad por adelantado.

Madre e hijo gastaron solo la mitad de las 100 balas que les vendieron aquella mañana. Tres días después, el muchacho metió la pistola y la munición restante, ocultas en su mochila, en su instituto en Oxford, al norte de Detroit, mató a cuatro de sus compañeros, cuatro estudiantes de entre 14 y 17 años, e hirió a otras siete personas. Hoy, la familia al completo está en la cárcel. Ethan, sentenciado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. Los padres, a la espera de conocer su pena: fueron hallados culpables en dos juicios separados de cuatro delitos de homicidio imprudente, uno por cada una de las víctimas. Se enfrentan a un máximo de 15 años de prisión cada uno.

La condena a Jennifer y James Crumbley, la primera a los progenitores del autor de una matanza con armas de fuego, ha merecido el calificativo de “histórica” en Estados Unidos. Sienta un precedente que podría abrir una nueva era en la responsabilidad de los padres en el daño causado por sus hijos. También ha dado pie a un interesante debate jurídico, que enfrenta la indignación de una comunidad atravesada por la tragedia y la urgencia de encontrar maneras de mitigar los efectos de la epidemia de la violencia armada con un argumento que resume bien una máxima clásica entre los abogados en este país: “Los casos difíciles dan lugar a malas leyes”. Dicho de otra manera: ¿Hasta dónde es buena idea asumir la jurisprudencia que surge de un ejemplo con tantas excepcionalidades como el de la matanza del instituto de Oxford?

Captura del video de seguridad del campo de tiro en la que se ve a madre e hijo probando la pistola con la que llevó a cabo la matanza.

Esas particularidades quedaron patentes durante los juicios. En ellos, la fiscal demócrata Karen D. McDonald, exprofesora y madre de cinco hijos, cumplió su promesa personal, hecha a los pocos días de la tragedia, de responsabilizar a los Crumbley. Probó que los padres desatendieron las señales de que Ethan estaba sufriendo problemas de salud mental: disfrutaba descabezando pajaritos en el patio trasero y envió textos de auxilio a su madre en los que advertía de que sentía “presencias” cuando estaba solo en la casa familiar. Jennifer, a la que pintaron como a una mujer abstraída en una aventura extramatrimonial y en el cuidado de sus dos caballos, respondía a esos textos con bromas y sarcasmos. Hay una entrada en el diario de Ethan que dice: “Mis padres no me escuchan cuando pido ayuda o un terapeuta”. En otra, fantasea con usar la 9mm para “causar el máximo número posible de muertes”.

El matrimonio no solo no lo llevó al médico (tal vez porque no le cubría el seguro), sino que el padre le compró la pistola, de la que el muchacho alardeó en Instagram con una foto y una frase que ya ha entrado en la historia de la infamia de la violencia armada en Estados Unidos: “Acabo de agenciarme esta preciosidad”. Al lunes siguiente, un profesor lo sorprendió mirando en clase anuncios de munición, y la dirección del instituto avisó a los padres. En el sumario, un cuento de terror con tintes de gótico americano, consta el intercambio de mensajes que siguió entre madre e hijo y que acaba con ella escribiendo: “LOL [carcajadas]. No estoy enfadada contigo, pero que la próxima vez no te cojan”.

La hoja de ejercicios escolares en la que Ethan Crumbley dibujó una pistola y un hombre herido de bala el día en que perpetró la matanza, antes y después de ser descubierto por su profesor, cuando tachó esos dibujos. La imagen forma parte del sumario del caso.

Aunque lo más grave llegó el día de autos. El chico dibujó en su cuaderno de ejercicios escolares a un hombre herido de un disparo, una bala con la frase “sangre por todas partes” y una pistola. Al lado, puso: “Los pensamientos no paran. Ayudadme”. El colegio convocó a los Crumbley a una reunión en la que estos decidieron que no merecía la pena llevarse al muchacho a casa; tampoco revisaron su mochila ni advirtieron del regalo de Navidad. Al rato, este entró en el baño, sacó la pistola y disparó a quien se fue encontrando en los pasillos.

Cuando a primera hora de la tarde las alarmas empezaron a saltar en los móviles de la tranquila comunidad de Oxford, Jennifer escribió a su hijo: “Ethan, no lo hagas”. El padre, por su parte, corrió a comprobar lo que se temía, que el arma no estuviera donde la había guardado sin llave, y llamó a la policía para advertir de que el tirador, en ese momento aún activo, era su hijo. Luego, los investigadores descubrirían que la 9mm venía de fábrica con un candado que nunca salió de la bolsa de plástico. En las horas siguientes, el matrimonio vació sus cuentas y abandonó el pueblo, para evitarse, dijeron después, el acoso de los medios y la ira de sus vecinos. La policía los encontró a los cuatro días en Detroit. Y ese fue otro de los argumentos de la acusación: ¿Qué clase de personas abandonan a un hijo en un momento así?

Ante el demoledor relato, la opinión pública y las asociaciones a favor del control de armas han recibido los veredictos de culpabilidad como una buena noticia. Mark Barden, que fundó Sandy Hook Promise tras perder a su hijo Daniel en 2012 en otra matanza en una escuela en Newtown (Connecticut) en la que murieron 22 personas, considera que la de Míchigan es “una tragedia que podría haberse evitado”: “Los padres y los propietarios de armas tienen la responsabilidad de prevenir el acceso de los menores, y eso es lo que subrayan estas sentencias”, opina Nick Suplina, vicepresidente de Everytown for Gun Safety. Barden confía también que el caso de Ethan contribuya a cambiar las cosas. En Míchigan ya lo ha hecho: el Estado ha aprobado una ley que no existía en el momento de la matanza y que obliga a los adultos a guardar sus pistolas bajo llave.

Moralmente culpables

En el campo del derecho, la celebración no ha sido tan unánime. Hay acuerdo en que la Fiscalía presentó argumentos convincentes para considerar a los Crumbley moralmente culpables, pero también dudas sobre la contradicción de que decidiera procesar a Ethan como un adulto para poder aplicarle la pena máxima y que después hiciera responsables a Jennifer y a James de los actos de aquel. Pero por encima de lo demás, preocupa el alcance en la aplicación del precedente recién sentado.

“Lo primero que enseñas a tus alumnos de derecho penal es que cuando un agente responsable actúa, tú no puedes ser responsable. También, que a veces la ley cambia. Y esta es una de esas veces”, aclara Ekow N. Yankah, profesor de la Universidad de Míchigan, experto en filosofía del derecho. “Si hubiese querido inventar un caso ficticio para ponerlos a prueba, habría sido incapaz de imaginar uno tan perfecto como ese. Y hay que reconocerle a la fiscal que convenció a 24 ciudadanos, 12 por cada uno de los jurados populares, de que eran responsables no de lo que hizo su hijo sino de lo que hicieron ellos. O, lo que es más importante, de lo que no hicieron. Si soy completamente sincero, si yo hubiese sido uno de esos jurados creo que habría votado lo mismo”.

Técnicamente, la decisión crea un precedente que solo cabe aplicar en Míchigan, pero nada impide que un abogado en Indiana u Ohio argumente a partir de él. “Los precedentes crean leyes, y si disponen de uno, los fiscales lo usan”, advierte Yankah. “Conceder a estos más poderes para procesar a más personas no es buena idea, especialmente en Estados Unidos, donde se calcula que un 95% de los casos nunca llegan a juicio, porque los acusados se declaran culpables”. “Supongamos”, continúa el experto, “que a un padre que no sospechaba que su hijo estaba a punto de hacer algo terrible le dicen: ‘Si aceptas tres años de cárcel, no te llevo a juicio. Si no, te podrían caer 15′. Es muy probable que muchos firmen un pacto así por miedo. Por eso los precedentes son muy influyentes de maneras que se nos escapan. Esos casos no saldrán en los medios″.

Evan Bernick, profesor de Derecho de la universidad del Norte de Illinois, no duda de que “la próxima vez que se produzca un tiroteo masivo en una escuela será difícil que el fiscal, que en este país son cargos electos, no quiera echar mano de ese ejemplo ante la indignación de la comunidad que representa”. “Pero una cosa es que se circunscriba a las matanzas con armas de fuego y otra muy distinta, que se extienda a cualquier tipo penal doloso”, añade.

Ambos expertos pusieron parecidos ejemplos para ilustrar sus temores. Si un niño se mete en una banda y asesina a alguien o un adolescente descarriado protagoniza un asalto a mano armada: ¿podría condenarse a la madre o el padre por no haber estado atentos a su deriva? Una respuesta afirmativa a esa pregunta, se teme Bernick, no solo contribuiría a la crisis de encarcelación masiva de Estados Unidos; también afectaría especialmente a las minorías, “más concretamente a la población negra”. “Hay dos estereotipos que pueden agravar las cosas”, considera. “Está, por un lado, el tópico acerca de la irresponsabilidad de los padres negros. Por otro, la asunción de que los menores afroamericanos están más desarrollados y, por lo tanto, son más intencionales en sus acciones”.

En su influyente libro Lejos del árbol (2012), el psiquiatra y escritor Andrew Solomon reflexionaba partiendo de un famoso dicho inglés sobre la paternidad y la transmisión genética (”La manzana no cae lejos del árbol”) sobre la crianza de hijos con problemas. En uno de los pasajes más célebres de ese monumental ensayo daba voz por primera vez a los Klebold, que un día de 1999 despertaron horrorizados al hecho de que su hijo de 17 años, Dylan, que hacía no mucho “sabía contar con solo tres añitos hasta 110″, se había convertido en un “monstruo”, autor, junto a un amigo, de la matanza de Columbine. Asesinaron a 12 alumnos y un profesor de su instituto antes de suicidarse. En el libro, Sue Klebold dice: “Sé que habría sido mejor que Dylan nunca hubiera nacido. Pero también creo que no habría sido mejor para mí”.

Dylan Klebold pratica con un arma un mes antes de la matanza de Columbine. Getty

En un correo electrónico, Solomon consideró esta semana la condena a los Crumbley como “parte de una estrategia de acusar a todos menos a la Asociación Nacional del Rifle”. “Allá donde la posesión de armas no está permitida, casi nunca hay tiroteos en las escuelas. [Los Crumbley] Participan de una violencia netamente americana. Si procesaran a todos los que tienen un arma al alcance de los menores y a todos cuyos adolescentes se han quejado de problemas de salud mental y no han recibido tratamiento, habría que encerrar al 15% de los padres estadounidenses”, considera. “En este caso, parecen personas bastante terribles y fueron claramente negligentes. Pero encarcelarlos desvía la atención de los problemas de esta sociedad fallida que necesita aprender a cuidar a aquellos que sienten que su vida no vale nada, en lugar de preocuparse cuando ya han asesinado a unas cuantas personas”.

El recuerdo de Columbine no es gratuito. Los asesinos eran menores, y aquella masacre, la más grave de la historia educativa de Estados Unidos hasta la fecha, no solo se grabó a fuego en el imaginario nacional (también gracias a las películas; un documental de Michael Moore y una inquietante reconstrucción ficticia de Gus Van Sant), sino que inauguró la era moderna de los tiroteos masivos, especialmente en las escuelas.

Tiroteos en clase

Entre 2000, el año siguiente de Columbine, y 2022 se registraron 1375 incidentes de ese tipo, según datos del Departamento de Educación. En el último lustro se produjeron más que en todos los años anteriores juntos, en parte, porque los números explotaron tras la pandemia. De las 10 matanzas con armas más graves de la historia norteamericana, dos ocurrieron en escuelas de primaria, la de Sandy Hook (26 muertos), y la de Uvalde, en Texas, donde en 2022 murieron 19 niños y dos profesoras. Los atacantes eran en ambos casos varones blancos menores de 21 años, una tipología cada vez más frecuente: desde 2018, han protagonizado siete de los 10 tiroteos masivos con mayor número de víctimas de este país.

Después de cada una de esas tragedias, lo habitual es que siga una lluvia de demandas civiles contra los colegios, y contra los padres de los asesinos ―36, en el caso de los Klebold, 16 contra la madre del de Sandy Hook―, pero hasta ahora nunca se había logrado condenar a ninguno de ellos penalmente. A la pregunta de a qué casos considera que el precedente de los Crumbley se podría aplicar retrospectivamente, el profesor Yankah citó otra matanza de infame recuerdo: la del desfile del 4 de Julio de 2022 en Highland Park (Illinois), en la que un joven de 19 años asesinó a siete personas escogidas al azar. Su padre se declaró culpable para evitar un proceso penal por haber firmado la autorización que su hijo necesitaba para comprar el arma que usó. A los padres de los asesinos de Columbine les salva, advierte Yankah, que los muchachos planearon la matanza durante meses. “En un comportamiento tan deliberado es casi imposible implicar a nadie que no participara directamente”, explica.

Tras romper su silencio en el ensayo de Solomon, que describe a los Klebold como un matrimonio que trató de hacer lo posible por ayudar a su hijo, Sue Klebold decidió contar su historia en un libro inquietante titulado A Mother’s Reckoning: Living in the Aftermath of Tragedy (El ajuste de cuentas de una madre: vivir con las secuelas de una tragedia). En él, Klebold, que esta semana no contestó a la solicitud de una entrevista de este diario, reproduce una carta que le envió el padre de un alumno de Columbine, una de las víctimas de Dylan: “¿Qué señales de odio y desesperación viste? ¿Qué advertencias pasaste por alto? ¿Pasabais como familia suficiente tiempo sentados a la mesa? ¿De qué hablaba tu hijo? ¿Qué habrías hecho diferente al criar a Dylan? (...) Estaba tan enfadado, angustiado y lleno de odio que quería matar a cientos de sus compañeros de clase. ¡Cientos! ¿Cómo diablos no pudiste ver que tu hijo llevaba TANTO odio dentro? ¿Cómo llegaste a perderle tanto la pista? ¿¡¿Cómo pudo pasar eso?!?”.

La respuesta a esas preguntas podría estar en un informe de 2015 del FBI que ofrece pistas para prevenir tragedias como las del instituto de Oxford. “En muchas circunstancias”, se puede leer, “los padres disponen de la mejor información”, pero “prefieren no ver las señales de alerta o las minimizan”. Perdida entre sus 129 páginas, hay también una frase que parece escrita con los Crumbley en mente: “Las familias irresponsables y caóticas suelen ser las que menos se preocupan por el acceso [de los menores] a las armas de fuego”. El 9 de abril, el matrimonio sabrá por fin cuán cara les acabará saliendo esa negligencia. Les pueden caer, sumando sus respectivas condenas, hasta 30 años de cárcel.

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