A pie, con drones ‘kamikaze’ y poca artillería: así defiende Ucrania sus avances en Robotine
Tropas de Moscú asedian el enclave liberado en la fallida contraofensiva del verano, pero las fuerzas de Kiev consiguen detener su paso sin exponer sus blindados y con escasez de munición
En un terreno llano, sin un solo pliegue para parapetarse ni apenas edificios, con las pocas colinas que hay al este y al sur ocupadas por la artillería enemiga, el esfuerzo que hace el ejército ucranio para repeler al invasor ruso en el frente de Robotine (región de Zaporiyia, sureste de Ucrania) es inmenso. No es tiempo de atacar, como en verano, cuando las tropas de Kiev, entonces bien dotadas por Occidente durante su fallida contraofensiva, recuperaron el terreno en...
En un terreno llano, sin un solo pliegue para parapetarse ni apenas edificios, con las pocas colinas que hay al este y al sur ocupadas por la artillería enemiga, el esfuerzo que hace el ejército ucranio para repeler al invasor ruso en el frente de Robotine (región de Zaporiyia, sureste de Ucrania) es inmenso. No es tiempo de atacar, como en verano, cuando las tropas de Kiev, entonces bien dotadas por Occidente durante su fallida contraofensiva, recuperaron el terreno en el que se encuentra esta aldea ahora vacía. Vida a vida, cientos de soldados de Kiev recorren cada día a pie los 10 kilómetros que separan el lugar hasta donde les transportan para combatir las posiciones de las fuerzas del Kremlin. No hay marcha atrás. Drones kamikaze FPV (First Person Vision) impiden a los blindados evacuar a los heridos. Solo andando pueden volver, expuestos a estos vehículos no tripulados. Pese a ello, sus mandos afirman que no han perdido terreno. Las bajas del ejército agresor —muertos y heridos— triplican las propias, aseguran. Hay que avanzar.
Unidades de al menos nueve regimientos rusos —aerotransportados, motorizados y de asalto aéreo— asedian sin descanso este pequeño bocado de tierra de unos 80 kilómetros cuadrados liberado por Ucrania el pasado agosto en el frente sur. Los cohetes y los obuses del invasor castigan sin descanso la retaguardia y han reducido a escombros Órijiv y Mala Tomachka, ocho kilómetros al norte de la zona de combate. Aquí también caen bombas guiadas lanzadas por la aviación de Moscú, cuya potencia destructiva deja cráteres de hasta 15 metros de diámetro. Casi todos los edificios de viviendas de esas localidades están total o parcialmente destruidos. Su población —salvo un puñado de ancianos y personas sin recursos— ha huido (solo en Órijiv, 14.000 personas vivían en tiempos de paz). Un contingente de unos 25.000 militares, refugiados bajo tierra o escondidos en viviendas rurales de toda esta zona agrícola, la ha sustituido. El ruido de los cañonazos y las explosiones de uno y otro lado es permanente. Casi rítmico.
Este es uno de los puntos en los que el ejército ruso ha concentrado sus tropas en el avance que inició en diciembre. La importancia de Robotine es más simbólica que estratégica —fue la conquista más celebrada de Ucrania durante su contraataque del pasado verano— pero, según los analistas, su asedio sirve para debilitar a las fuerzas de Kiev frente al principal objetivo militar del Kremlin, en el este. Moscú quiere lo poco que le queda por ocupar de la región de Lugansk, en el noreste y, desde ahí, avanzar hacia Járkov. Tras la retirada ucrania de Adviivka también busca hacerse con toda la región de Donetsk, según el Institute for the Study of War (ISW), con sede en Washington. La ofensiva en Robotine y más al oeste en la orilla izquierda del Dniéper, provincia de Jersón, busca evitar que Kiev concentre sus hombres donde los rusos quieren avances más significativos. Al contrario que en Donbás, en Robotine y Jersón no ha conseguido ocupar más terreno.
No lo ha logrado, pero los ucranios están pagando un alto coste, luchando con una carencia de municiones de artillería cada vez más patente. “Su táctica siempre es la misma”, explica un comandante de las fuerzas especiales ucranias destacado en Robotine. “Mandan oleadas de pequeñas formaciones de entre cuatro y seis soldados. La primera sirve para localizarnos; avanzan, y cuando disparamos para defenderos, consiguen conocer nuestra posición. Después viene otro pequeño grupo apoyado por drones FPV que trata de destruir a nuestros hombres. Por último, un tercer grupo intenta hacerse con nuestro puesto de combate”, añade este militar, que ha recibido entrenamiento en Alemania y el Reino Unido. “La única forma de pararlos es recurriendo a nuestros drones, con lanzagranadas, fuego de mortero o artillería”.
Esto último, la munición de artillería, es el principal problema. Tanto los proyectiles de mortero del calibre 82, como los de los obuses soviéticos de 120 milímetros y los de 155 milímetros, estos últimos suministrados por la OTAN. “Pero lo que más necesitamos son los del calibre 105 [los utilizados por los cañones M-101, de fabricación estadounidense]”, asegura otro de los comandantes ucranios. Estos obuses tienen un alcance superior a los 11 kilómetros. “Recibimos esa munición cada semana, pero no es suficiente. Ese es el proyectil más importante, porque nos permite cubrir a nuestros soldados sobre el terreno”. Solo este viernes, en Robotine y el resto del frente de Zaporiyia recibieron seis ataques con baterías de cohetes MLRS rusos y 218 impactos de artillería. También 79 incursiones de drones, según la Administración Estatal en la región.
Un grupo de gallinas y dos perros corren por el patio de una casa de campo a menos de 10 kilómetros del frente. El lugar parece un alojamiento rural, pero un vehículo Humvee (vehículo militar de alta movilidad multipropósito, por sus siglas en inglés) oculto bajo los árboles y cubierto por una tela de camuflaje indica que este es terreno militar. En el interior de esta casa abandonada y medio en ruinas, viven tres soldados ucranios con funciones de inteligencia. Trabajan en un diminuto habitáculo forrado de recubrimiento asfáltico plateado para aislarse del frío y no ser detectados por dispositivos térmicos. Junto a una bandera del país, pósteres de temática militar y dibujos infantiles está el aparato con el que trabajan. Un ordenador portátil conectado a una televisión muestra las imágenes del frente, obtenidas por las cámaras de una veintena de drones de exploración de tipo Mavic. Basta acercar la imagen para ver a los soldados enemigos reptando por trincheras cubiertas de hojas y troncos.
“Nuestro trabajo consiste en vigilar el movimiento de tropas y blindados rusos”, explica uno de los hombres, que responde al sobrenombre de Kotya (gatito) y tiene 26 años. “Cuando vemos que en un mismo punto se agrupan cuatro o cinco, avisamos a nuestros superiores”, continúa. Otra unidad se encarga entonces de mandar hasta el lugar otro vehículo aéreo no tripulado de tipo kamikaze que se lanza sobre ellos. Mientras Kotya cuenta lo que hace, el monitor lo muestra en directo. Un dron ucranio se lanza contra efectivos enemigos. Los que han logrado sobrevivir al impacto se arrastran fuera de su escondite cuerpo a tierra. A los pocos minutos, en la pantalla, aparecen tres vehículos blindados. El militar se acerca con el teleobjetivo. “No son vehículos de ataque. Son los que se ocupan del desminado del terreno”, dice. “Sobre esos no tenemos que informar”, añade. Y pincha en su portátil sobre las imágenes de otro dron.
La unidad de la que es parte Kotya estaba formada por 23 soldados, pero a finales de otoño, el impacto de un proyectil de artillería dejó fuera de combate a 17 compañeros. Uno murió y 16 sufrieron heridas que no les permitieron continuar en el frente. Hasta entonces, alternaban el trabajo de control de drones con expediciones de reconocimiento, pero ya no pueden hacerlas. “Hace meses que esperamos el reemplazo. Nos dijeron que llegarían nuevos compañeros, pero, por el momento, aquí no ha aparecido nadie más”, relata uno de sus compañeros, de 25 años y cuyo nombre en clave es Sova (cuco en ucranio).
El cansancio y la falta de personal están detrás de un error grave que Ucrania ha cometido en este frente en los últimos días. El Ministerio de Defensa ruso difundió el jueves que sus soldados habían tomado un edificio importante en Robotine. El comandante en jefe del ejército ucranio, Oleksander Sirski, reaccionó asegurando que algunos de los comandantes habían cometido “errores de cálculo” al “evaluar al enemigo” y prometió enviar más armamento, municiones y personal. “El problema es que ese día combatieron unidades de brigadas que estaban exhaustas, pero ahora se ha solucionado”, explica el responsable de las fuerzas especiales sobre el terreno, que asegura que el territorio perdido hace cuatro días se ha recuperado.
Este comandante, sin embargo, no oculta su preocupación por la dificultad de reemplazo y rotación de las tropas. “Necesitamos gente preparada. Nos llegan muchos jóvenes que nosotros mismos nos encargamos de formar”, prosigue. “Si te estás defendiendo del invasor, es fundamental que la gente pueda descansar, porque es muy duro lo que están viviendo”, añade. “Nuestros soldados pueden hacerlo, pero cada vez tienen menos días libres”.
Defenderse y no atacar. Dejar la iniciativa al agresor. Eso es lo que Ucrania hace en Robotine y en el resto del frente. El país ha pasado “de una operación ofensiva a una defensiva”, en palabras de Sirski, el jefe del ejército. Toca ahorrar munición mientras llegan nuevos suministros. Evitar al máximo la pérdida de hombres. Preservar sus vidas.
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