Una caravana de seguidores de Trump reclama el control de la frontera de EE UU con México
El enfrentamiento entre Texas y el Gobierno de Joe Biden por la gestión de la inmigración irregular moviliza a los conservadores más extremistas
De repente, un rancho en una diminuta población fronteriza de Texas se convirtió este sábado en la capital temporal del trumpismo. Centenares de hombres y mujeres blancos con banderas de EE UU, y de Texas; carteles contra el movimiento Black Lives Matter o los gais, eslóganes de la campaña del actual candidato republicano como “recuperemos América” o “recuperemos nuestra frontera” y gorras de apoyo al expresidente Donald Trump acudieron al rancho Cornerstone Children, en Quemado. Fue la última parada de un convoy que a lo largo de una semana recorrió medio Estados Unidos para llegar a esta zon...
De repente, un rancho en una diminuta población fronteriza de Texas se convirtió este sábado en la capital temporal del trumpismo. Centenares de hombres y mujeres blancos con banderas de EE UU, y de Texas; carteles contra el movimiento Black Lives Matter o los gais, eslóganes de la campaña del actual candidato republicano como “recuperemos América” o “recuperemos nuestra frontera” y gorras de apoyo al expresidente Donald Trump acudieron al rancho Cornerstone Children, en Quemado. Fue la última parada de un convoy que a lo largo de una semana recorrió medio Estados Unidos para llegar a esta zona limítrofe con México, la de Eagle Pass. La razón de esta caravana, que se describía como el “Ejército de Dios”, ha sido mostrar su apoyo al gobernador Greg Abbott, que ha desplegado la Guardia Nacional para tratar de arrancar el control migratorio a las autoridades federales. Pese a los temores a posibles incidentes, la asamblea, rodeada de una fuerte vigilancia policial, se ha desarrollado de modo pacífico. Pero los expertos en extremismo alertan que la disputa está dando alas a las teorías de la conspiración, al supremacismo blanco y la misma retórica que inspiró la violencia en el Congreso.
“Estamos aquí para reclamar que nos devuelvan nuestro país”, asegura Sandy, una maestra retirada de 71 años, originaria de Nueva York y residente en Florida. Antigua votante de Barack Obama, ahora es una apasionada defensora de Trump y asegura que ha viajado desde su hogar específicamente para respaldar su programa. “No basta con hablar, hay que actuar también, y aquí estamos. Estos Estados fronterizos se están viendo abrumados por todos los ilegales que vienen. Y lo hacen porque saben que el Gobierno de ahora les va a dar todo tipo de facilidades. Pero pronto este país va a volver a ser grande”, apunta, en referencia a las elecciones de noviembre.
Apenas unos kilómetros más allá del rancho donde se celebra la asamblea, el ambiente es mucho más volátil. Eagle Pass, una población de 28.000 personas, se ha convertido en el último mes en el epicentro de un enfrentamiento entre Abbott, y el Gobierno federal de EE UU por el control de la frontera.
Abbott, del ala dura republicana, declara la entrada de migrantes como una “invasión” y ha tomado lo que califica como “medidas sin precedentes” frente a un flujo de migrantes irregulares que en 2023 contabilizó 2,4 millones de entradas, un 14% más con respecto a 2022, y más de 300.000 de ellas en diciembre. En el sector Del Río, que incluye a Eagle Pass, se ha pasado de 15.833 interceptaciones en el año fiscal de 2018 a más de 152.000 en los primeros tres meses de este ciclo fiscal, comenzado en octubre.
Con la llegada de la Administración del presidente demócrata Joe Biden, Abbott lanzó su Operación Estrella Solitaria para combatir la inmigración irregular con soldados de su Guardia Nacional y de la de Florida, enviados por el gobernador y excandidato presidencial republicano Ron DeSantis. También ha enviado autobuses con migrantes irregulares a ciudades bajo control demócrata y el año pasado colocó boyas con cuchillas en el río Grande que marca la frontera para impedir que se cruzara. Este enero, hizo que la Guardia Nacional tejana tomara el control del parque Shelby de Eagle Pass, en la orilla del río, e impidió el paso a la Guardia Fronteriza federal, que hasta entonces usaba esos terrenos como uno de sus centros de operaciones.
Desde entonces, el Gobierno federal y el tejano se encuentran enzarzados en una pelea en la que ninguno está dispuesto a ceder: el Tribunal Supremo se ha pronunciado a favor de Washington, que recuerda que el control de la frontera es su competencia, pero Abbott ha optado por alegar que su Estado tiene derecho a la autodefensa. En lugar de retirar las concertinas y la alambrada de espino, asegura que colocará más, pese a que sus críticos denuncian que pone vidas en peligro y viola la Constitución estadounidense: por Main Street, la calle que lleva a los puentes que comunican la ciudad con México, es frecuente el paso de ambulancias para auxiliar a migrantes heridos por las boyas o las alambradas. Lo que era un lugar donde los vecinos acudían a pescar, a organizar pícnics o escuchar conciertos, se ha convertido ahora en un puesto militarizado donde soldados con metralletas controlan los accesos, los jugadores de golf tienen que esquivar camionetas militares y el campo de béisbol hace las veces de helipuerto.
Este sábado, el temor a que extremistas atraídos por la concentración en Quemado se acerquen al parque Shelby y se generen disturbios ha llevado a la Policía local a bloquear los accesos. Un hombre que se identifica como Max y antiguo militar arremete contra los agentes por no poder pasar: “¡Violan mis derechos civiles! ¡Debería darles vergüenza, protegiendo a los ilegales en vez de a los patriotas!”.
Hasta 25 gobernadores republicanos se han puesto del lado de Abbott. También el expresidente Trump, que ha escrito en su red social, Truth Social, que Texas “debe recibir completo apoyo para repeler la invasión”.
Ese tipo de llamamientos corre en paralelo a posiciones cada vez más duras sobre el control fronterizo, que los republicanos aspiran a convertir en el gran tema de campaña en este año electoral. Un proyecto de ley que negocian republicanos y demócratas en el Congreso y que endurece las medidas de control —prevé que Biden pueda cerrar la frontera cuando se detecte un promedio de 5.000 cruces ilegales diarios durante una semana— se encuentra a punto de fracasar debido al rechazo del ala dura de los primeros.
Esa retórica y la rebeldía de Abbott no hacen sino agravar la escisión en una sociedad ya muy dividida y normalizar un lenguaje violento y unas ideas —incluida la llamada “teoría de la gran sustitución”, que cree que existe un gran complot para reemplazar a la población blanca estadounidense por minorías— que hasta hace pocos años se consideraban marginales, según advierten expertos en extremismo. “El enfrentamiento entre Texas y el Gobierno federal se ha convertido en un imán para el vigilantismo [corriente que propugna la autodefensa cuando el Estado falla] de extrema derecha. Un ejemplo perfecto de este preocupante problema es el convoy Recuperar Nuestra Frontera que llegaba al conflicto en Eagle Pass este fin de semana”, apunta Devin Burghart, presidente del Instituto para la Investigación y la Educación sobre Derechos Humanos (IREHR, por sus siglas en inglés).
“Desde los organizadores de la caravana para abajo, en la protesta participan los mismos elementos peligrosos que en la insurrección del 6 de enero (que asaltó el Capitolio para tratar de impedir que Joe Biden llegara la presidencia en 2021): miembros de milicias, negacionistas de los resultados electorales, conspiranoicos de QAnon, negoacionistas de la covid y otros ultraderechistas extremos”, señala el experto.
Grupos como los Proud Boys, que desempeñaron un importante papel en la asonada del 6 de enero, se han mostrado muy contundentes en su apoyo a Abbott y sus posiciones y no han dudado en utilizar un lenguaje violento. Un miembro de esa milicia en el sur de Texas instaba en la red social Telegram a sus seguidores a “agarrar sus armas”. Simpatizantes del grupo neonazi Aryan Network pedían “resistencia” a los varones blancos.
“Todo el mundo en el poder, desde la Casa Blanca a los gestores de fondos de riesgo, pasando por el Supremo de Estados Unidos, ha decidido destruir este país permitiendo que sea invadido. Eso hace que la población tenga que defenderse sola. ¿Dónde están los hombres de Texas? ¿Por qué no están protegiendo su Estado y el país?” tuiteaba la semana pasada el antiguo comentarista de la cadena Fox Tucker Carlson.
Congresistas como Verónica Escobar, demócrata por Texas, recuerdan que este tipo de retórica llevó a la matanza de El Paso —en la circunscripción electoral de esta parlamentaria— en 2019, cuando un supremacista blanco abrió fuego en un establecimiento de la cadena Walmart y mató a 23 personas, y dejó heridas a otras 22, en represalia por lo que consideraba una “invasión hispana”. “No podemos aceptar el status quo y no podemos aceptar la normalización de este lenguaje, porque se está normalizando, y tenemos que detenerlo”, alertaba Escobar en una rueda de prensa telefónica el pasado jueves.
Acerca de la caravana del Ejército de Dios, Burghart considera, pese a todo: “Me preocupa menos este episodio en particular (…) y más las implicaciones de que ese tipo de retórica pase a hacerse realidad”.
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