Éxodo bajo amenaza en el paraíso del mar Rojo para 60.000 israelíes evacuados por la guerra
Los sistemas antiaéreos interceptan un dron y un misil dirigidos por los rebeldes yemeníes Huthi contra la ciudad turística de Eilat. El desplazamiento masivo de civiles costeado por el Gobierno desde las fronteras con Gaza y Líbano se salda con una ocupación hotelera que roza el 100%
“Pasaremos meses aquí. Solo Dios sabe cuándo volveremos a casa, en el kibutz [granja cooperativa] Netiv Haashara, en la misma frontera con el norte de Gaza”. Acodado en una tumbona de la piscina del hotel Royal Garden de Eilat, en la costa israelí del mar Rojo, el camionero Yair Shtoa, de 48 años, declaraba el lunes estar ya harto —”queremos regresar cuanto antes”, rugía— de la holgada vida en un establecimiento de cinco estrellas de segunda línea de playa, por el que el Gobierno paga unos 200 ...
“Pasaremos meses aquí. Solo Dios sabe cuándo volveremos a casa, en el kibutz [granja cooperativa] Netiv Haashara, en la misma frontera con el norte de Gaza”. Acodado en una tumbona de la piscina del hotel Royal Garden de Eilat, en la costa israelí del mar Rojo, el camionero Yair Shtoa, de 48 años, declaraba el lunes estar ya harto —”queremos regresar cuanto antes”, rugía— de la holgada vida en un establecimiento de cinco estrellas de segunda línea de playa, por el que el Gobierno paga unos 200 euros diarios por adulto, con pensión completa. Él, mientras, sigue cobrando su sueldo íntegro.
Más de 60.000 israelíes desplazados por la guerra desde zonas fronterizas con la Franja palestina y con Líbano han sido realojados en Eilat, urbe encajonada entre Egipto y Jordania, al fondo del golfo de Áqaba. Como muchos de ellos, Shtoa tuvo que correr junto con su familia hacia los refugios la mañana del martes. La amenaza de un dron suicida de las milicias rebeldes Huthi, aliadas de Irán en Yemen, que fue derribado por los sistemas de defensa antiaérea cuando se aproximaba a la ciudad turística sin que llegara a causar daños, ha dado un vuelco a sus forzadas vacaciones.
El éxodo desde áreas próximas a los frentes de hostilidades ha conducido a casi un tercio de los casi 200.000 desplazados en Israel hasta las playas de Eilat, popular centro vacacional que ha visto duplicada su población en tres semanas, tras el inicio del conflicto entre el ejército israelí y la milicia de Hamás en Gaza. Son refugiados en chanclas, con bermudas o pareo, sin la marca de miseria y desesperación de cientos de miles de desplazados internos palestinos, reflejadas en las imágenes que llegan desde el sur del enclave costero. La apariencia es bien distinta, como la asistencia que reciben. El desarraigo, no tanto.
Al contratista de construcciones Eli Michosky, de 42 años, le tiemblan las manos desde el 7 de octubre, cuando las Brigadas Ezzedin Al Qasam irrumpieron en territorio israelí, donde mataron a 1.400 civiles y militares y secuestraron a otros 220. Michosky recibe en Eilat tratamiento psicológico por estrés postraumático. “El día 7 estaba cerca el kibutz Yad Mordejai, próximo al muro con Gaza, cuando llegaron noticias del ataque de Hamás”, relata en la misma terraza de la piscina, mientras su esposa, Beret, de 42 años y empleada en una guardería, y su hija Lior, de 16, estudiante de secundaria, cuidan de los tres perros pomeranian de la familia. “Fui hasta el kibutz cuando ya se habían desplegado los primeros soldados, le arranqué de las manos la pistola a un terrorista de Hamás que había sido abatido y empecé a disparar contra los que aún se encontraban allí. Hice cosas que nunca hubiera imaginado”, concluye sombrío.
La placidez de la ciudad israelí del mar Rojo, con la silueta de los edificios de grandes hoteles enmarcando la costa junto a centros comerciales libres de impuestos, se ha visto turbada por el aluvión de desplazados, que ha ocupado el espacio dejado por los turistas de temporada que han huido de la guerra. Los ataques interceptados sobre el cielo de Eilat la mañana del martes recuerdan que, pese a encontrarse a casi 300 kilómetros al sur de Gaza, las amenazas a la seguridad son múltiples en Oriente Próximo. Un portavoz de las Fuerzas Armadas confirmó el derribo de un dron, en una primera operación de defensa aérea, seguida por la destrucción de un misil disparado desde Yemen con la intervención del sistema Arrow (utilizado por primera vez en el actual conflicto).
Se trata del escudo anticohetes más avanzado con el que cuenta Israel, después del sistema Cúpula de Hierro (para cohetes de corto alcance) y el Honda de David (medio alcance). Los rebeldes Huthi, que habían advertido de que intervendrían si Israel ejecutaba los planes de invasión de la franja de Gaza, se han atribuido los ataques contra Israel en un comunicado citado por France Presse. El viernes, otros dos misiles atribuidos a las milicias proiraníes Huthi cayeron sobre el área de Taba, centro turístico egipcio situado a una decena de kilómetros al suroeste de Eilat. El miércoles pasado, el buque de guerra estadounidense Carney, dotado de sistemas antimisiles, interceptó cuatro misiles de crucero y 15 drones que iban dirigidos hacia Israel en aguas del mar Rojo próximas a Yemen, según informaron fuentes del Pentágono a la cadena CNN.
Sin apenas plazas disponibles
“Los hoteles están ganando dinero, pese a haber tirado los precios, pero la ocupación hotelera es ahora casi completa; apenas queda alguna plaza disponible entre nuestras 1.400 habitaciones”, reconocía en la misma terraza de la piscina Alex Reides, de 41 años, directivo del Royal Garden, pistola al cinto. “El Gobierno paga sin rechistar las facturas de los residentes en las zonas más próximas a Gaza o en Kyriat Shmona (frontera libanesa)”, aclaraba el directivo del hotel, “y al resto de los civiles que huyen de los cohetes en zonas menos cercanas, como Ashkelon, les ofrecemos una tarifa reducida de 650 shéqueles (150 euros) por noche. Y este es un establecimiento de lujo. De paso, el sector está salvando la temporada y el empleo”.
Los hoteles están llenos, pero los locales de ocio, los comercios y las playas se muestran semivacíos. La mayoría de los desplazados vaga por el entorno de los lujosos hoteles como si intentara reconocer un terreno que resulta extraño. Muchos de los desplazados salieron casi con lo puesto al ser evacuados desde el kibutz y poblaciones próximas a la Franja. Es el caso de Gabriel Shleicher, jefe de ventas de una firma de equipos médicos, de 62 años, y de su esposa Débora, de 63, administrativa en la clínica del kibutz Beeri, un recinto que fue diezmado en el ataque de Hamás hace más de tres semanas. Ambos llevan 41 años viviendo cerca de la frontera de Gaza, después de haber emigrado desde Argentina.
“Afortunadamente, era sabbat y estábamos en nuestra casa del kibutz Nirim (15 kilómetros al sur de Beeri, en la frontera oriental de la Franja). Allí murieron casi todos mis amigos y muchos compañeros de la clínica”, recuerda apesadumbrada, todavía en shock tras haber permanecido encerrada en la habitación segura o refugio de su casa mientras milicianos de Hamás rondaban por su jardín. Ha acudido junto con su marido al centro habilitado por el Ministerio del Interior en la sala de fiestas de hotel Royal Garden, donde más de 3.000 desplazados han podido recibir hasta ahora documentos de identidad. Entre fotografías de actuaciones de artistas y bolas de espejo de discoteca, Gabriel Shleicher salía del local de ocio con un flamante pasaporte. “Nunca se sabe dónde tendremos que ir”, musita, mientras su esposa lo acompañaba con las manos vacías, a la espera todavía de poder recibir un documento de identidad. “Volveremos mañana”, se resigna. “En la guerra de Gaza de 2014 ya tuvimos que permanecer casi dos meses fuera del kibutz”.
Como punto más meridional de Israel, Eilat parecía el lugar más seguro para trasladar a los civiles evacuados por la guerra. Pero, hace una semana, Hamás aseguró haber disparado un cohete de largo alcance en dirección a la ciudad turística del mar Rojo. El ejército no confirmó el lanzamiento. Eilat sigue siendo un paraíso con hoteles de lujo y aguas azul cobalto cristalinas, ideales para practicar submarinismo. Por ahora, no se han tenido que instalar campamentos de tiendas de campaña para acoger a los desplazados, como ha ocurrido en algunos puntos del centro del país. El ulular de las alarmas antiaéreas, al final, ha dejado patente en la mañana de este martes que no hay lugar para ponerse a salvo en una guerra.
En la playa de Eilat, Zira Sabet, profesora de inglés de 23 años, se bañaba al atardecer en un arenal cercano a la frontera jordana junto con su hijo Adel, de poco más de un año. En avanzado estado de gestación, teme no poder acudir para que le ayude su madre, que vive en un kibutz situado al norte de Gaza, a finales de noviembre para dar a luz. “No quiero que nazca aquí. Esto es como un campo de refugiados con olas y arena; es como estar en el destierro”, protesta, mientas el sol se oculta calmoso entre las colinas del Sinaí.
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