Netanyahu, cada vez más contra las cuerdas
En un Israel a flor de piel, cada vez más ciudadanos piden la dimisión del primer ministro. El ataque de Hamás ha hundido aún más su popularidad. La mayoría prefiere, sin embargo, aplazar el debate hasta que acabe la guerra
El 8 de octubre, mientras los casi 10 millones de israelíes empezaban a asimilar que el ataque de Hamás en la víspera había sido la jornada más letal en los 75 años de historia del país, Gideon Avital-Eppstein se plantó solo en el bulevar Kaplan de Tel Aviv con tres pancartas. Los lemas eran “Bibi [el primer ministro, Benjamín Netanyahu] es responsable”, “Sal de nuestras vidas y de nuestros muertos” y “Es el momento”. La última era una resp...
El 8 de octubre, mientras los casi 10 millones de israelíes empezaban a asimilar que el ataque de Hamás en la víspera había sido la jornada más letal en los 75 años de historia del país, Gideon Avital-Eppstein se plantó solo en el bulevar Kaplan de Tel Aviv con tres pancartas. Los lemas eran “Bibi [el primer ministro, Benjamín Netanyahu] es responsable”, “Sal de nuestras vidas y de nuestros muertos” y “Es el momento”. La última era una respuesta a “No es el momento”, la frase de consenso cada vez que alguien pide la cabeza de Netanyahu por el enorme fiasco de seguridad que permitió el ataque, su política hacia Hamás durante más de una década y su rechazo a entonar el mea culpa mientras los líderes militares asumen su responsabilidad uno detrás de otro.
Pese al creciente y profundo malestar de fondo con Netanyahu, la mayoría de los israelíes insiste en aplazar el debate sobre las culpas “hasta que acabe la guerra” (otra de las frases más escuchadas estos días), por la importancia de contar con un liderazgo estable durante los próximos meses. Un 56% de la población cree que debe dimitir tras terminar la ofensiva en Gaza, incluido un 28% de quienes votaron en noviembre a partidos del Ejecutivo de coalición, según un sondeo difundido por el Centro Dialog cinco días después del ataque. Una encuesta publicada la pasada semana por el diario Maariv muestra además que un 80% de los israelíes quieren que Netanyahu asuma ya su responsabilidad, entre ellos nada menos que un 69% de quienes lo apoyaron en las últimas elecciones. De celebrarse comicios, su partido, Likud, pasaría de 32 a 19 escaños, de un total de 120.
Avital-Eppstein, de 71 años, no quiere esperar. Y ya no está solo. Su iniciativa ha ido creciendo exponencialmente hasta congregar a cientos de personas en la noche del sábado frente al Ministerio de Defensa, en Tel Aviv, con cánticos y pancartas como “Bibi, terrorista para la seguridad de Israel”, “Tú sí eres un peligro existencial para Israel” o “Alimentaste a Hamás para ganar elecciones”.
La demanda sigue siendo minoritaria, y muchos la perciben como prematura, desubicada o irrespetuosa con el sufrimiento de las víctimas. Pero cada vez está más presente: en pegatinas por las calles, en carteles que cuelgan de los puentes de la principal carretera entre Jerusalén y Tel Aviv o en el “¡Bibi, vete a casa!” que grita espontáneamente una anciana, rompiendo el silencio en una concentración en apoyo a los familiares de los 230 rehenes en Gaza. Y, sobre todo, en internet, con infinidad de vídeos en TikTok llenos de rabia y una petición en línea para que Netanyahu “asuma su responsabilidad y dimita”. Aspira a alcanzar un millón de firmas, más del 10% de la población del país. Este domingo superaba ya las 150.000.
Historiador, escritor y veterano de la Guerra del Yom Kippur (1973), Avital-Eppstein argumenta que, hoy, la confianza importa más que la estabilidad. “Sobre todo cuando no sabemos si estamos al final del principio o al principio del final”, explica en medio de los manifestantes. Netanyahu “hizo todo lo posible por destruir Israel tal y como lo conocíamos”, considera, y opina que ahora resulta más imprescindible que nunca un líder que “vele solo por el bien del Estado”, como nadie duda que hizo Golda Meir durante la Guerra del Yom Kippur (acabó dimitiendo por los errores previos que halló una comisión de investigación), y no “por sus intereses personales”, como Netanyahu, al que el cargo protege de las tres causas judiciales en las que está imputado.
El protector de Israel
Lo subraya Yair Golán, el comandante general en la reserva y exviceministro de Economía por el partido pacifista de izquierdas Meretz, al que muchos saludan con admiración por la calle en Tel Aviv: rescató el uniforme del armario para correr a sacar jóvenes con vida de una fiesta rave convertida en masacre. Pide que Netanyahu dimita de inmediato y reconstruir Israel sobre la base de sus “valores históricos”. “No soy historiador, pero he estado 38 años en el ejército y no recuerdo un país que haya combatido bien sin confiar en su líder”, dice.
Avital-Eppstein recuerda que, en plena II Guerra Mundial, también Winston Churchill sucedió como primer ministro británico a un Neville Chamberlain desprestigiado por haber defendido la contemporización frente a los nazis. El símil histórico se escucha mucho estos días porque Netanyahu (el dirigente que más tiempo ha gobernado Israel) ha construido su carrera sobre una imagen de gestor económico eficaz y hombre duro que no negocia con la seguridad de Israel. “¿Cómo te gustaría ser recordado?”, le preguntaba un periodista hace siete años. “Como el protector de Israel. Con eso me basta”, respondía.
La hemeroteca lo está dejando estos días en muy mal lugar. Es el caso de un vídeo de 2008, que circula por las redes y los grupos de WhatsApp, en el que Netanyahu equipara en el Parlamento que Ehud Olmert siga como primer ministro (tras un informe crítico sobre la guerra con Hezbolá dos años antes) con “dar un nuevo barco” al capitán del Titanic para que “el mismo que ha fracasado arregle” la situación.
Noam Gidron, profesor asociado del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Hebrea de Jerusalén que ha analizado fenómenos de división social, recuerda que Israel llega a esta crisis en un contexto de “polarización afectiva” inédita, y que Netanyahu “no puede no ser visto como el responsable” cuando lleva casi interrumpidamente en el poder desde 2009. “Es verdad que sigue teniendo un campo que lo apoya, pero no hemos visto el fenómeno que se suele producir en caso de guerra y que cabría esperar”, explica por teléfono. Se refiere al aumento instintivo de apoyo al Gobierno que generan las crisis o conflictos bélicos y que en ciencias políticas se suele denominar rally-around-the-flag (juntarse en torno a la bandera).
El principal programa satírico nacional de televisión, Eretz Nehederet, lo parodiaba sin piedad la pasada semana. Comenzaba un discurso a la nación con una frase en la que parece que va a asumir la responsabilidad para luego decir que se coge la tarde libre con su esposa Sara porque ha sido muy duro enterarse de que existe Hamás ―cuyo nombre tiene que leer― y de que lleva años lanzando cohetes contra Israel.
Tuit borrado
Si el programa revela la extensión del descrédito de Netanyahu, incluso cuando la guerra aparca muchas diferencias políticas, el embrollo en el que se metió el domingo muestra su debilidad política. El motivo: un tuit ―que acabó borrando― en el que respondía indirectamente a una pregunta sobre si había recibido unos informes militares en los meses previos alertando de la creciente posibilidad de una guerra. Se la formuló el sábado un periodista, en la primera rueda de prensa del primer ministro desde la catástrofe. Acabada la comparecencia, Netanyahu tuiteó que “en ningún momento” recibió una advertencia sobre las “intenciones de guerra de Hamás” y que “todos los responsables de seguridad, incluidos los de inteligencia militar y del Shin Bet [los servicios secretos en Israel y Palestina], estimaban que Hamás estaba disuadido e interesado en un acuerdo”.
Con el ambiente ya caliente, el tuit no pasó desapercibido. Sobre todo porque el hombre que no ha ido más allá de un vago “todos tendrán que dar respuestas, incluido yo”, e insistido en que ya se dirimirán las responsabilidades porque ahora “es tiempo de guerra”, apuntaba con el dedo a dos personas concretas: Aharon Haliva, jefe de la inteligencia militar del ejército, y Ronen Bar, director del Shin Bet. Benny Gantz y Gadi Eisenkot, dos ex jefes del Estado Mayor que han abandonado la oposición para sumarse al Gobierno de emergencia creado ex profeso para la guerra, le pidieron enseguida que se retractase. También, desde su derecha, su ministro de Finanzas, el ultranacionalista Bezalel Smotrich, y desde su izquierda, el ex primer ministro Yair Lapid, que lo acusó de cruzar “una línea roja”.
Poco después, Netanyahu rectificó en X, la red social antes llamada Twitter: “Me equivoqué. Las cosas que dije después de la conferencia de prensa no deberían haber sido dichas y me disculpo por ello. Doy mi total respaldo a todos los jefes de las fuerzas de seguridad”. La polémica se enmarca además en la batalla soterrada sobre el peso de la culpa que libran los estamentos político y militar. Al seguir Israel en guerra, la dirimen de momento con sordina y a través de filtraciones a los medios.
Mientras que el ejército israelí mantiene el apoyo social (sigue siendo la institución mejor valorada por la mayoría judía, con un 87% de aceptación), pese a que tardó días en recuperar el control de las localidades atacadas, el Gobierno está ya en el 20%, según un sondeo difundido el pasado lunes por el centro de análisis Instituto Israelí para la Democracia. Son ocho puntos menos que en junio, cuando ya estaba por los suelos, por la controvertida reforma judicial. La caída se nota sobre todo entre los israelíes de derechas: del 42% al 31%.
Es el caso de Gary Jackob. Tiene 54 años y la última vez que depositó una papeleta en la urna, en 2021, lo hizo por el Likud. El viernes, se sentía engañado. “Claro que él no es el único responsable, pero nos vendió una moto de la seguridad por la que yo lo votaba. Y en este mini-Holocausto ha demostrado que no era fuerte, sino débil. Y que no había nada detrás de sus palabras, que era un bluf”, señalaba en la explanada del Museo de Arte de Tel Aviv, a la que se acercó para solidarizarse con los familiares de los rehenes. Jackob, que se quedaba en casa mientras buena parte de su ciudad, Tel Aviv, se manifestaba contra la reforma judicial, carga ahora contra el Gobierno por haberse “confundido de enemigo”. ¿A qué se han dedicado durante casi un año? El enemigo es Hamás, no el Supremo”, dice sobre la hoy paralizada reforma, que despojó al tribunal de una de sus principales prerrogativas.
Al mismo evento, junto a una mesa de la cena de sabbat con las sillas vacías para recordar a los rehenes, acudía Sharon. Ella sí participaba cada sábado en las protestas contra la reforma, pero ve “muy fuera de lugar” hablar ahora de “Netanyahu, sí; Netanyahu, no”. “Hay que poner las energías en otras cosas. Es el momento de unirse, no de manifestarse. Y, la verdad, si yo fuese uno de los familiares de los rehenes, no me gustaría nada oír a mi lado a gente gritando ‘Bibi, fuera”, critica.
A su lado, Tzipi, de 67 años, se declara “llena de dudas” sobre el tema. “Al principio pensé: ‘Tenemos que ser fuertes y dar todo el poder al Gobierno’. Y Bibi es un líder con experiencia. Pero, según pasa el tiempo, me inclino hacia, no sé, que quizás necesitamos otra persona para liderar esta guerra... pero tampoco quiero que vayamos de mal en peor”.
El debate está en la calle. Y en un Israel con los nervios a flor de piel, las discusiones se generan con facilidad.
―¡Tengo cinco amigos secuestrados, que asuma la responsabilidad! ―gritaba un joven a una mujer.
―Y yo una hija en el frente y no quiero que lo haga ―respondía.
O:
―Lo principal ahora es que Bibi se vaya.
―¿A eso lo llamas unidad? ¿A que todo el mundo piense como tú?
Dos hombres acaban a insultos junto a Lilah Hershkovitz, de pie frente a un cartel con la frase: “Qué fácil es decir que no es el momento”. Hershkovitz insiste en que Netanyahu “debe irse ya”. “Quien nos llevó al desastre no puede llevarnos a la victoria”, argumenta, pero lanza un mensaje al resto de los políticos: “No puede ser que ahora todo sea: ‘O Bibi en el poder, o Bibi es culpable”.
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