Israel no debe reaccionar de manera estúpida

Con la experiencia del 11-S, lo más útil que pueden decir los estadounidenses a los israelíes es que su furia justificada no sustituya a la razón

Ofensiva terrorista contra las Torres Gemelas (Twin Towers) de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001.

Si el 7-O fue el 11-S de Israel, como han afirmado muchos dirigentes del país, el significado de la comparación no está tan claro. Sus implicaciones están aún por dilucidar, y podrían conducir a lugares inesperados.

El horror es comparable, pero la escala no lo es. Los 1.000 o más civiles masacrados el sábado por Hamás son, en relación con la población de Israel, muchos más que los 3.000 asesinados en Estados Unidos por Al Qaeda; una...

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Si el 7-O fue el 11-S de Israel, como han afirmado muchos dirigentes del país, el significado de la comparación no está tan claro. Sus implicaciones están aún por dilucidar, y podrían conducir a lugares inesperados.

El horror es comparable, pero la escala no lo es. Los 1.000 o más civiles masacrados el sábado por Hamás son, en relación con la población de Israel, muchos más que los 3.000 asesinados en Estados Unidos por Al Qaeda; una cifra proporcional de muertos en el 11-S se habría acercado a los 40.000. Al Qaeda, un grupo transnacional arraigado en los desiertos y montañas de Afganistán, tenía la capacidad y la voluntad de sembrar el terror en cualquier parte del mundo, pero no podía destruir Estados Unidos. Hamás amenaza la existencia misma de Israel, tanto por principio, conforme a los objetivos genocidas expuestos en su manifiesto fundacional y en declaraciones posteriores, como en la práctica, como brazo o aliado de las entidades más poderosas de la región que comparten sus objetivos: Hezbolá, Siria y la República Islámica de Irán. Hechos como estos dan a entender que la analogía no tiene más valor que la mayoría de las comparaciones históricas.

Y, sin embargo, algo hace que los israelíes se remonten al 11 de septiembre de 2001. Los hechos son diferentes, pero los sentimientos son los mismos: profunda consternación, pena insoportable, humillación, rabia y solidaridad. Consternación porque nunca había pasado algo tan terrible, ni siquiera a Israel. Parece que el Gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu, al igual que el de George W. Bush, subestimó las pruebas de un ataque inminente; un fallo de los servicios secretos y un error en el grado de preparación que, en el fondo, quizás fuera un problema de imaginación. La solidaridad quedó de manifiesto en el esfuerzo espontáneo de los israelíes de a pie, sin esperar a las directrices oficiales, independientemente de las diferencias ideológicas, para salvarse y consolarse unos a otros. La de Estados Unidos no duró mucho; la suya tampoco lo hará. Ojalá que el recuerdo perdure como reproche a la estupidez y el tribalismo que plagan la política israelí y la estadounidense.

Que no quepa duda: Estados Unidos respalda a Israel”, afirmaba el presidente Joe Biden el martes en la Casa Blanca. Habló de lo que acababa de decirle a Netanyahu por teléfono: “Si Estados Unidos experimentara lo que Israel está experimentando, nuestra respuesta sería rápida, decisiva y abrumadora.” Sonaba a apoyo incondicional, la luz verde para que Israel respondiera tan violentamente como lo hizo Estados Unidos tras el 11-S. Pero Biden también le dijo a Netanyahu: “Los terroristas atacan a civiles a propósito, los matan. Nosotros respetamos las leyes de la guerra. Es importante. Hay una diferencia”. Esto sonaba a advertencia en forma de halago: “Los países democráticos como el nuestro no matan a civiles, así que no lo hagáis”. NBC News informaba más tarde: “Biden fue más directo que en anteriores llamamientos a que el ejército israelí se esforzara por evitar víctimas civiles”.

Aproximadamente en el mismo momento en que tenía lugar la llamada telefónica entre los líderes, el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, comunicaba a las tropas concentradas para una ofensiva en la frontera de Gaza: “He desbloqueado todas las trabas”. Mientras profería los relatos de asesinatos y decapitaciones de niños, mujeres y ancianos supervivientes del Holocausto, el rostro de Gallant estaba tenso por la rabia. Ya había ordenado “un asedio completo” de Gaza que interrumpiría el suministro de combustible, electricidad, agua y alimentos. “Luchamos contra animales humanos y actuamos en consecuencia”, afirmaba el ministro de Defensa. Hasta el miércoles, según fuentes palestinas e internacionales, más de 1.000 personas habían muerto en Gaza, la mayoría civiles, incluidas familias enteras sepultadas bajo los escombros de los ataques aéreos.

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Tras el 11-S, los israelíes dijeron a los estadounidenses: “Ahora ya lo sabéis”. De hecho, la mayoría de nosotros no sabíamos casi nada y tuvimos que pasar años aprendiendo de la dolorosa experiencia. Si los estadounidenses tienen ahora algo útil que decir a los israelíes, sería: “No lo hagáis”. No dejéis que vuestra furia justificada sustituya a la razón. Dad rienda suelta a vuestra rabia, pero pensad fríamente: evitar víctimas civiles redunda en vuestro beneficio. No irrumpáis en Gaza sin un plan para después. No imaginéis que una fuerza militar abrumadora puede resolver un problema histórico y político inmensamente complejo. No sigáis haciendo caso omiso o exacerbando las quejas palestinas en Cisjordania, aunque las planteen personas que han aplaudido las muertes israelíes.

No envenenéis vuestra unidad nacional, como hizo Bush con la nuestra, utilizando la crisis para obtener ventajas partidistas; el nuevo Gobierno de unidad de Israel es una buena señal. No desaprovechéis vuestro momento de legitimidad mundial, ni asumáis que el apoyo del mundo durará un solo día más si surgen noticias de muertes masivas de civiles en Gaza, ni creáis que su pérdida carece de importancia. Tiene importancia que los países democráticos, que han criticado al Estado judío, pero conocen la diferencia entre Israel y Hamás, expresen ahora su indignación, igual que tuvo importancia el apoyo de esos mismos países cuando Ucrania fue brutalmente invadida por Rusia. “Fue muy importante no estar solo”, declaraba el pasado miércoles el presidente Volodímir Zelenski, extendiendo su solidaridad a Israel. Esto es más de lo que el Gobierno de Netanyahu, que se ha mantenido cuidadosamente neutral ante la agresión rusa, merece por parte de Ucrania. Vladímir Putin mantiene muy en secreto sus intenciones respecto a Israel y Hamás. Zelenski comprendió, como todavía no ha comprendido Netanyahu, que Rusia, Irán y Hamás caerán de un lado, y Ucrania e Israel del otro.

Estados Unidos debe cubrir las espaldas de su amigo Israel y también transmitirle verdades desagradables a la cara. Después del sábado está claro que hay que aceptar dos cosas, aparentemente contradictorias, al mismo tiempo: que el grupo que busca la destrucción de Israel debe ser destruido, y que el cruel trato que Israel dispensa a los palestinos en los territorios ocupados no hace sino reforzar la causa de ese grupo.

Es imposible que Israel viva en paz con unos palestinos que nunca aceptarán su derecho a existir, y es imposible que los palestinos acepten un destino de subordinación permanente. Abordar estos problemas conjuntamente exigirá un cambio profundo por ambas partes. Es algo que sobrepasa la capacidad y la voluntad del actual Gobierno israelí; y, en Cisjordania, un Gobierno palestino esclerótico, debilitado por su propia corrupción y por la continua dominación israelí, es igual de inútil. Quizás surjan de este horror alternativas mejores.

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