“Y ahora, ¿qué?”. El cese de McCarthy deja un Congreso ingobernable en EE UU
La actividad legislativa queda paralizada hasta la elección de un nuevo presidente de la Cámara de Representantes, pero el bloqueo puede ir mucho más allá
La histórica votación acababa de terminar. Por primera vez, un presidente de la Cámara de Representantes había sido destituido tras una moción de censura, presentada, además, por un congresista del ala dura de su propio partido. En ese momento, desde la bancada republicana se oyó un grito: “¡Y ahora, ¿qué?!” Esa es la pregunta que se hace todo el mundo en el Capitolio tras el cese de Kevin McCarthy. La actividad legislativa...
La histórica votación acababa de terminar. Por primera vez, un presidente de la Cámara de Representantes había sido destituido tras una moción de censura, presentada, además, por un congresista del ala dura de su propio partido. En ese momento, desde la bancada republicana se oyó un grito: “¡Y ahora, ¿qué?!” Esa es la pregunta que se hace todo el mundo en el Capitolio tras el cese de Kevin McCarthy. La actividad legislativa de la Cámara de Representantes queda paralizada hasta la elección de un nuevo speaker y no hay aún candidatos claros para sucederlo. Pero además, la capacidad de los extremistas republicanos de tomar como rehén al Congreso amenaza con un bloqueo mucho más largo.
El Congreso está dividido. El Senado tiene una mayoría demócrata de 51 a 49. La Cámara de Representantes, donde hay dos bajas, está dominada por los republicanos (221 a 212). Ya era muy difícil hasta ahora que saliese adelante ninguna ley. En dos momentos decisivos, McCarthy apostó por llegar a acuerdos con los demócratas. Primero, para suspender el techo de deuda y evitar que el Gobierno incumpliera sus compromisos financieros. Eso le valió una rebelión de los radicales de su partido. Después, para aprobar una prórroga presupuestaria temporal que evitase el cierre parcial de la Administración. Eso le ha costado la cabeza.
La Cámara de Representantes tiene que elegir ahora un nuevo presidente. En enero, al iniciarse la legislatura, hicieron falta 15 votaciones para nombrar a McCarthy, que tuvo que hacer concesiones para vencer las resistencias del ala dura de su partido. La paradoja de las elecciones legislativas de noviembre de 2022 fue que los votantes castigaron con frecuencia a los candidatos más extremistas, pero eso ha acabado reforzando su influencia. La exigua mayoría que surgió de las urnas en la Cámara baja (222 a 213 escaños, aunque luego ha habido una baja en cada grupo) dejaba el poder de decisión a la veintena de congresistas del Freedom Caucus, el Grupo de la Libertad, los más radicales de los republicanos.
McCarthy ya ha anunciado a los suyos que no presentará su candidatura ante la nueva elección de presidente, aunque sigue siendo el que concita un mayor apoyo entre los suyos. Su destitución es toda una advertencia para cualquiera que opte a sustituirlo. Los republicanos radicales, reforzados por lo ocurrido, pondrán al nuevo candidato las mismas o más exigencias que en su día a McCarthy. Simplificando, la lección que queda es que a los demócratas, ni agua.
El líder parlamentario republicano ordenó abrir una investigación formal contra Joe Biden como paso previo a un posible proceso político (impeachment) para tratar de satisfacer a los extremistas de su partido y que así cediesen y no provocaran el cierre de los servicios no esenciales de la Administración. Pero los radicales se han mostrado insaciables y querían castigar también al inquilino de la Casa Blanca con el llamado cierre del Gobierno.
Un acuerdo bipartidista para elegir a un presidente de la Cámara baja entre los republicanos moderados parece ciencia ficción, así que quien quiera ser elegido tendrá que pasar por el aro de las exigencias de la minoría radical de su partido. Al tiempo, eso implica que será difícil que llegue a acuerdos con los demócratas y, por tanto, que la amenaza de un Congreso ingobernable se extiende.
Sin candidatos claros
De momento, la presidencia de la Cámara Baja ha sido asumida de forma interina por Patrick McHenry, congresista por Carolina del Norte, porque era el primero de una lista secreta de sustitutos entregada por McCarthy al secretario de la Cámara al iniciar su mandato, según se ha sabido tras su cese. McHenry preside la comisión de Servicios Financieros, una de las más importantes de la Cámara, y es una persona muy próxima a McCarthy, como prueba su designación. Es difícil que opte a sustituirle tras su traumático cese.
Otro potencial candidato natural sería Steve Scalise, de Luisiana, número dos del grupo republicano tras McCarthy, aunque más alejado de él. Sin embargo, está siendo sometido a quimioterapia por un cáncer sanguíneo, de modo que tampoco es una solución sencilla. El tercero en el escalafón republicano es Tom Emmer, de Minnesota, que sería otra posible opción, pero no es un peso pesado del partido ni tiene un liderazgo reconocible. Elise Stefanik, la mujer de mayor rango en el grupo parlamentario, Jim Jordan, presidente de la comisión judicial y miembro del ala dura, y Tom Cole, que preside la comisión de Reglas, también aparecen en las quinielas.
Para ser elegido hace falta la mayoría absoluta de los votos formulados en el pleno por algún candidato. Los demócratas apoyarán en bloque previsiblemente a su propio líder Hakeem Jeffries, que ganó varias rondas de las votaciones en enero cuando el voto de los republicanos estaba dividido. Es probable que los republicanos intenten consensuar un nombre antes de someterlo al pleno, para no repetir el espectáculo de las 15 votaciones de enero, pero no hay garantías de que lo logren.
La paralización de la Cámara baja tiene como primera consecuencia que no se podrán ir tramitando las leyes que autorizan el gasto para el año fiscal recién iniciado. Estados Unidos no tiene una ley de presupuestos sino una docena. Cada año, el Congreso debe aprobar, con mayoría tanto de la Cámara de Representantes como del Senado, 12 leyes de asignaciones para los diferentes departamentos del Gobierno. La última vez que lo hizo a tiempo fue en 1997. Ahora, se ha pactado una prórroga que mantiene la administración operativa a pleno ritmo, pero solo hasta el 17 de noviembre. Si para entonces las leyes correspondientes no se han aprobado, se producirá el cierre parcial de la Administración, que ahora se ha evitado por los pelos, a menos que se apruebe una nueva medida temporal. Los radicales se oponen a cualquier tipo de prórroga y han dejado claro el precio a pagar por no hacerle caso.
Los demócratas han votado en bloque la destitución de McCarthy, que este martes se negó a hacer cualquier concesión al partido rival para que le sacase las castañas del fuego. Varios congresistas habían dejado claro que no iban a rescatar gratis a McCarthy, menos aún después de que haya ordenado la investigación a Biden sin mucho fundamento para ello. Pero aunque los demócratas tengan la tentación de regocijarse con el caos y la división republicana, la parálisis del Congreso se les vuelve en contra. Incluso cuando parecía evidente que la amenaza de cierre de Gobierno se debía al ala dura republicana, muchos votantes responsabilizaban a Biden.
El expresidente Donald Trump ha dejado caer a McCarthy sin hacer nada por evitarlo. Trump presionó en su momento al ala dura del partido para que lo eligiese, pero ahora también era partidario de provocar el cierre de la Administración. Durante la jornada de la moción contra McCarthy se limitó a quejarse en Truth, su red social, por las peleas internas: “¿Por qué los republicanos siempre están luchando entre ellos, por qué no están luchando contra los demócratas de izquierda radical que están destruyendo nuestro país?”, escribió.
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