Mercosur: el gran pacto encallado entre la UE y Sudamérica

El acuerdo alcanzado hace más de cuatro años entre las dos partes sigue pendiente de ratificación

El presidente brasileño, Luis Inázio Lula da Silva, junto a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, durante su encuentro en Bruselas en el marco de la cumbre UE-Mercosur.OLIVIER MATTHYS (EFE)

La ratificación, de una vez por todas, del acuerdo comercial entre la Unión Europea y Mercosur será uno de los elefantes en la habitación de los líderes europeos, durante la cumbre que se celebra en Bruselas este lunes y martes entre los mandatarios de la UE y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). El pacto se alcanzó en junio de 2019, pero todavía no ha sido ratificado y, por tan...

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La ratificación, de una vez por todas, del acuerdo comercial entre la Unión Europea y Mercosur será uno de los elefantes en la habitación de los líderes europeos, durante la cumbre que se celebra en Bruselas este lunes y martes entre los mandatarios de la UE y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). El pacto se alcanzó en junio de 2019, pero todavía no ha sido ratificado y, por tanto, no ha entrado en vigor. Nadie espera que la situación se resuelva esta semana, aunque tal vez pueda esperarse “avances decisivos en cuestiones pendientes”, apunta la portavoz de Comercio de la Comisión Europea, “allanando el camino para una conclusión política a corto plazo”. El objetivo sería que esté todo listo antes de acabar este año, límite que lanzó la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en su viaje a Latinoamérica del pasado junio. “Ese sería realmente el game changer [un gran cambio en las reglas del juego] con la región. Sería el acuerdo más grande firmado por la UE. Y permitiría a la región estabilizarse internamente”, apunta Javi López, eurodiputado y copresidente de la Asamblea Parlamentaria Euro-Latinoamericana.

Ya hace cuatro años que la UE y Mercosur, organización que agrupa a Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay, suscribieron un acuerdo comercial que, sobre el papel, alcanzaba a 780 millones de consumidores. Fueron necesarios 20 años de negociaciones y, sin embargo, nada más firmarse en junio de 2019 comenzaron a apreciarse resistencias a su ratificación. Todavía siguen. Desde Austria, Países Bajos, Irlanda y, sobre todo, Francia se encuentran resistencias. También en el Parlamento Europeo había reticencias. Reclamaban más compromisos contra la deforestación, los acuerdos contra el cambio climático de París y no se fiaban del expresidente brasileño Jair Bolsonaro. Por eso, la llegada de Luiz Inácio Lula da Silva al poder en Brasilia el pasado octubre y la Presidencia española del Consejo de la UE desde el 1 de julio, se han señalado reiteradamente como la apertura de una oportunidad que no se puede dejar escapar.

Así que para vencer las resistencias, Bruselas envió en febrero al bloque comercial un “instrumento adicional” que mostrara el compromiso de los países de Mercosur con la sostenibilidad medioambiental. “No se trata de reabrir el acuerdo”, apuntan fuentes comunitarias. Pero esto no acaba de convencer al otro lado del Atlántico, especialmente a Brasil, encargada de las negociaciones por el bloque sudamericano. Apuntan fuentes europeas, con cierta comprensión, que ese “instrumento adicional” es visto por la contraparte como un elemento de desconfianza y una exigencia hacia una administración política, la de Bolsonaro, que ya no existe. “La premisa que debe existir entre socios estratégicos es de confianza mutua”, declaró Lula durante la visita de Von der Leyen en junio con ella a su lado.

Tampoco han gustado en los países latinoamericanos (como en otros del sudeste asiático y en lo que ha venido a llamarse sur global) la aprobación de directivas que buscan llevar los valores europeos a la política comercial y que estos no resten competitividad a las empresas de la UE: la norma que veta la entrada en el mercado único de productos procedentes de zonas deforestadas, el mecanismo que carga con una tasa a los productos fabricados sin los requisitos de emisiones comunitarios o la directiva que exige a las empresas vigilar su cadena de valor para mitigar efectos adversos sobre el medio ambiente o los derechos humanos. En muchos ámbitos de Mercosur esta batería de medidas se consideran imposiciones unilaterales con carácter proteccionista y cierto aroma neocolonial.

Para contrarrestar esta visión, Bruselas ha desplegado una intensa actividad diplomática en la región con visitas de la presidenta de la Comisión, vicepresidentes y varios comisarios en los últimos meses. Ahora espera la respuesta al “instrumento adicional”, que no acaba de llegar. Brasil parece querer concesiones en contratación pública, algo que no es bien recibido en la UE. No está claro que la contestación vaya a llegar estos días.

Aunque no sea así, Bruselas va a seguir intentándolo. El alto representante para la Política Exterior de la UE, Josep Borrell, ya no está solo en las prédicas en el Colegio de Comisarios sobre la importancia de Latinoamérica, algo de lo que se lamentaba antes del comienzo de la invasión de Ucrania. “Este acuerdo reviste una gran importancia geoestratégica y económica, ya que puede contribuir a mitigar los efectos de la invasión rusa en Ucrania, reforzar nuestra seguridad económica mutua y promover la transición ecológica”, destaca la portavoz de Comercio del Ejecutivo comunitario. Dicho de otra forma, la guerra ha dejado claro que Europa se tiene que ganar el apoyo diplomático de Latinoamérica, que no tiene que darlo por descontado porque haya lazos históricos entre ambas regiones, y que la región cuenta con materias primas críticas para la transición ecológica que permitirían a la UE reducir la dependencia que tiene de China en este campo.

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