Objetivo: que nadie olvide al periodista estadounidense encarcelado en Rusia

‘The Wall Street Journal’ mantiene una campaña mundial para exigir la liberación de Evan Gershkovich, cautivo desde hace nueve semanas. El director de la oficina londinense del periódico cree que Moscú busca un nuevo canje de prisioneros y acabar con la cobertura internacional del país

David Luhnow, director para Reino Unido de 'The Wall Street Journal' (izquierda), sujeta un cartel de apoyo a su compañero Evan Gershkovich tras una charla sobre periodismo en Ucrania en Madrid.Andrea Comas

El oficial al mando de las tropas rusas en Liman (Ucrania) debió sentir una mezcla de sorpresa y terror. Corría septiembre de 2022 y las tropas de Kiev estaban asediando esta pequeña ciudad al este de Ucrania ocupada por Rusia en plena contraofensiva del verano pasado. Los soldados rusos se mostraban incapaces de resistir la acometida. Esos hombres, mal coordinados y deficientemente equipados, estaban siendo rodeados por los ucranios gracias a la artillería proporcionada por Occidente. Las bajas se contaban por decenas. No quedaba otra que batirse en retirada cuando, de repente, sonó el teléfo...

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El oficial al mando de las tropas rusas en Liman (Ucrania) debió sentir una mezcla de sorpresa y terror. Corría septiembre de 2022 y las tropas de Kiev estaban asediando esta pequeña ciudad al este de Ucrania ocupada por Rusia en plena contraofensiva del verano pasado. Los soldados rusos se mostraban incapaces de resistir la acometida. Esos hombres, mal coordinados y deficientemente equipados, estaban siendo rodeados por los ucranios gracias a la artillería proporcionada por Occidente. Las bajas se contaban por decenas. No quedaba otra que batirse en retirada cuando, de repente, sonó el teléfono. Una llamada desde Moscú a través de una línea encriptada. No era uno de los responsables de la invasión ni un alto general que conociera de primera mano lo que ocurría sobre el terreno. Era Vladímir Putin en persona. Y sus órdenes eran claras: “No retrocedan”.

Este episodio sirvió a Evan Gershkovich y a otros tres compañeros como arranque de un reportaje para reconstruir la burbuja de desinformación en la que supuestamente vive el presidente ruso desde el inicio de la guerra. Gershkovich, el corresponsal del diario estadounidense The Wall Street Journal (WSJ) en Moscú, fue detenido el pasado 29 de marzo por el FSB (los servicios secretos herederos del soviético KGB) y acusado de espionaje. Desde entonces está recluido en soledad en una celda de 12 metros cuadrados en la cárcel moscovita de Lefórtovo, construida durante el periodo estalinista y reservada para agentes extranjeros y disidentes. El Gobierno de EE UU lo ha declarado “injustamente detenido”, lo que obliga al Departamento de Estado a crear una oficina específica que trabaje para su liberación y su arresto ha provocado reacciones de decenas de medios y organizaciones de derechos humanos que exigen su liberación. Tras nueve semanas encarcelado, su diario mantiene una campaña a nivel global para lograr su liberación.

El WSJ tiene claro lo que busca Rusia con la detención de su periodista. “Lo de Evan no tiene que ver con su trabajo. Tal vez se expusiera un poco, pero no era muy diferente a cualquier otro corresponsal”, dice David Luhnow, director de la oficina londinense del WSJ, que el pasado miércoles participó en Madrid en el seminario titulado Periodismo en zonas de conflicto. Ucrania-Rusia, organizado por el Laboratorio de periodismo Larra, en Madrid.

“Creo que su arresto viene tras un cálculo muy frío: había que detener a un periodista estadounidense porque para Rusia tiene un valor estratégico; según ellos EE UU es el enemigo principal”, mantiene Luhnow. Según el editor, con el encarcelamiento de Gershkovich, Moscú quiere conseguir un “dos por uno”. Por un lado, “lo han convertido en un peón, en un rehén para negociar, para hacer una transacción”. “Quieren utilizarlo para canjearlo por otras personas”, algo que ya ocurrió con la jugadora de baloncesto Brittney Griner, detenida tras encontrar entre sus pertenencias aceite de cánnabis, e intercambiada después por el traficante de armas Víktor Bout.

“Pero, al mismo tiempo, pretenden congelar la cobertura internacional de su país”, continúa el editor. “Los periodistas rusos ya no pueden cubrir su país; no pueden hacer un periodismo independiente”, recuerda Luhnow. “Atacar a un periodista extranjero es la línea que han decidido cruzar para que los medios extranjeros, que hasta ahora sí podían hacerlo, dejen de tener presencia allí; muchos ya se han ido porque no se sabe cuáles son las variables que el Gobierno ruso tiene en mente. La próxima víctima puede ser uno de sus reporteros”.

“Lo irónico es que han encarcelado a uno de los reporteros que más amaba Rusia”, explica Luhnow. “Su intención era explicar el mundo desde el punto de vista ruso”, añade. La intención de Luhnow y del resto del diario es evitar que la actualidad de cada día sepulte el caso de Gershkovich. “Lo que estamos tratando de hacer es mantener el foco en Evan, algo que puede influir en la presión diplomática sobre Rusia”, prosigue el director de la principal oficina europea del WSJ. “Pero también lo hacemos por él, porque las personas que han estado en situaciones similares siempre dicen que lo más difícil es no saber qué está pasando en el exterior y creer que el mundo te ha dejado solo”.

El periodista Evan Gershkovich, en una imagen de su página web.

Bélgorod, 14 de septiembre de 2022

Bélgorod y su región a escasos 40 kilómetros de la frontera norte de Ucrania, aparecen estos días en los medios como uno de los blancos preferidos de los ataques con drones y sabotajes procedentes de paramilitares leales a Kiev en respuesta a los bombardeos masivos rusos sobre su territorio. Pero el 14 de septiembre de 2022, cuando Evan Gershkovich fue allí, la noticia en esa ciudad rusa era que Járkov, al otro lado de la línea pero a una hora escasa de coche, había sido recuperada por el ejército ucranio tras su toma por Rusia en febrero. El avance convirtió a Bélgorod en destino de cientos de migrantes ucranios (más de 1.300) que habían trabajado para las autoridades de ocupación en el este del país y temían ser juzgados como colaboracionistas. Llegaban a la ciudad desorientados y decepcionados por lo ocurrido. Atónitos. “La gente creyó a las tropas rusas cuando nos dijeron: ‘No os dejaremos”, dijo uno de estos migrantes. “No entendemos lo que pasó”, añadió.

El corresponsal encarcelado ahora en la siniestra cárcel de Léftovo es un reportero. Alguien que se traslada a un lugar y cuenta lo que ve. Sus crónicas están cuajadas de entrecomillados. De testimonios de gente anónima que, pese a la represión del régimen ruso, se atrevió a hablar con él. Su compañero Drew Hinshaw, que cubre Europa central para el WSJ y ha firmado con él varios artículos, explica esa facilidad. “Es un tipo que en Rusia cae muy simpático. El ruso puede ser un lenguaje muy formal, pero él lo aprendió en su familia, de sus padres, lo que lo convertía en alguien muy cercano”. Hinshaw recuerda cómo en alguna ocasión, en comparecencias de prensa oficiales, causaba carcajadas entre sus compañeros rusos. “Ahí estaban esos ministros o personas importantes y cuando llegaba el momento en el que le tocaba intervenir a Evan, parecía que hablaba con el descaro de un niño. La gente se reía”, relata “Es un tipo normal, es fanático del fútbol y adora la música, tal vez eso lo convirtiera en una persona simpática para cualquiera”.

Gershkovich, como cualquier otro corresponsal en Rusia, era consciente de que tenía el teléfono intervenido, según Hinshaw. Su compañero de redacción explica que, desde que la guerra de Ucrania dejó de ir bien y el ejército ruso se tuvo que replegar en dirección al este del país, sentía una mayor presión, algo que ocurrió también con colegas de otros medios. “Una vez me dijo que era consciente de que le habían seguido, pero no le dio importancia”, recuerda Hinshaw. El periodista jamás pensó que pudiera ser detenido. “Tenía el permiso oficial del Ministerio ruso de Asuntos Exteriores, así que pensaba que si al Kremlin no le gustaba su trabajo, el máximo problema que podría tener es que le retiraran la acreditación en la próxima renovación, con lo que tendría que marcharse del país”.

Su apresamiento está rodeado de paradojas que tienen que ver con el conflicto que cubría y con el trabajo que dejó por publicar. Hijo de padre ruso (nacido en San Petersburgo) y madre ucrania (de Odesa), ambos emigraron a Estados Unidos en 1979, pero el idioma que siempre se habló en su casa fue el ruso. Cuando los agentes del FSB fueron a por él, acababa de terminar un reportaje sobre Wagner, el grupo de mercenarios de Yevgueni Prigozhin que, pese a luchar codo con codo con las fuerzas rusas en Bajmut, mantiene un enfrentamiento público con la cúpula del ejército ruso y con el ministro de Defensa, Serguéi Shoigu. Pero en el momento en que lo arrestaron, preparaba ya otra información sobre Paul Whelan, el exmarine de EE UU detenido en Moscú en 2018 y condenado a 16 años de cárcel por supuesto espionaje cuando acudía a una boda. Gershkovich, sin preverlo, ha corrido la misma suerte que él.

David Luhnow, momentos antes de su encuentro con EL PAÍS.Andrea Comas

Pskov, 1 de marzo de 2023

La guerra de Ucrania está ya muy avanzada y Rusia ha tenido que retroceder desde hace meses hacia el este y el sur del país. Esta ciudad del este de Rusia pegada a Estonia, de unos 210.000 habitantes, es la sede de la 76ª División de Asalto Aéreo del Ejército ruso, la unidad de fuerzas especiales que se encargó de ocupar la ciudad ucrania de Bucha, en las cercanías de Kiev, causando una de las matanzas más tristemente conocidas de la invasión con al menos 340 civiles asesinados. Ha pasado casi un año de aquella tragedia y a Pskov, una ciudad deprimida en la que el Ejército es prácticamente la única salida laboral para la mayoría de la población, no dejan de llevar ataúdes de soldados. Gershkovich comprueba in situ cómo, pese a la tragedia, el apoyo de la población a la invasión sigue siendo cerrado. Incluso entre los familiares de los militares muertos. La maquinaria propagandística del Kremlin funciona.

Tres meses después de esa crónica, los periodistas del WSJ recorren el mundo para que las noticias diarias sobre la guerra no provoquen el olvido de la suya. Cada miércoles, en conmemoración con el día de la semana en que fue detenido, una oleada de tuits reclamando su liberación sale de los ordenadores de sus compañeros. Sus jefes protagonizan actos y dan entrevistas a los medios más importantes del mundo para que su nombre siga en los titulares, mientras que su compañeros acuden a cada cobertura con pins en los que se lee #IStandWithEvan (Estoy con Evan). Una amiga, también periodista, que trabaja para el Financial Times en Alemania, traduce cartas para él de lectores de distintos países al ruso —el único idioma admitido por sus carceleros— para que no se sienta solo y reciba la solidaridad que, según Luhnow, le mantiene fuerte. “Le han llegado cartas de Cuba, de Irán, de China... Incluso del altiplano mexicano”, asegura su editor.

La manera en la que su amigo Hinshaw le hace compañía es leyendo los mismos libros que él. “Ahora está con Vida y Destino, del escritor ucranio Vasili Grossman. Lo leemos al mismo tiempo y luego, cuando lo acabe, le mandaré una carta para comentarlo”, explica su compañero. Grossman, como Gershkovich, cubrió un conflicto —la II Guerra Mundial— en Rusia y Ucrania. Vida y Destino, su obra maestra escrita en 1952, fue prohibida por el régimen soviético por sus críticas al estalinismo y no se pudo publicar hasta 1980 a partir de un borrador guardado en secreto. Hinshaw espera que su amigo Evan, le diga ahora cuál va a ser su nueva lectura. “Con la siguiente novela, haré lo mismo”.

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