Las bailarinas rusas de Degas eran ucranias: Rusia pierde una batalla cultural
Museos como la National Gallery o el Metropolitan acceden a retitular obras de sus catálogos, en medio de una fuerte ofensiva contra la rusificación de la historia de Ucrania
Aclara Anna Stavichenko, nacida en Kiev hace 37 años, que eso de que la consideren soldado de la cultura ucrania no le gusta mucho. “Lo llamaría ‘embajadores de nuestro país’, porque estoy en contra de esa idea de meternos en un frente de la cultura, cuando hay un frente y soldados reales”. Stavichenko ha sido directora ejecutiva de la Orquesta Sinfónica de Kiev. Cuando estalló la guerra, huyó con su familia a Polonia. Empezó a pensar en cómo podía ayudar en la defensa de su tierra. Primero logró introducir repertorio ucranio e...
Aclara Anna Stavichenko, nacida en Kiev hace 37 años, que eso de que la consideren soldado de la cultura ucrania no le gusta mucho. “Lo llamaría ‘embajadores de nuestro país’, porque estoy en contra de esa idea de meternos en un frente de la cultura, cuando hay un frente y soldados reales”. Stavichenko ha sido directora ejecutiva de la Orquesta Sinfónica de Kiev. Cuando estalló la guerra, huyó con su familia a Polonia. Empezó a pensar en cómo podía ayudar en la defensa de su tierra. Primero logró introducir repertorio ucranio en los conciertos de la Sinfónica de Varsovia; más tarde se puso al frente de una misión para llevar a músicos compatriotas refugiados a orquestas de Francia. La idea era combatir por la identidad de la cultura ucrania contra la apisonadora rusa. El arte no solo como víctima, sino como arma.
Stavichenko pone un ejemplo muy claro: “Todo el mundo conoce a Tchaikovsky, Dostoievski… porque tuvieron una gran promoción desde Rusia. ¿Quién conoce al poeta ucranio Taras Shevchenko?”. Conocido es también el pintor francés Edgar Degas. La serie de pinturas elaborada en París en torno a 1899 titulada Bailarinas rusas se ha convertido en línea de frente para muchos de estos defensores de la identidad cultural ucrania. Entre ellos destaca la periodista e historiadora del arte Oksana Semenik. A través de una red social expone y desarrolla a diario casos de rusificación de piezas de arte de origen ucranio. Semenik, en conversación desde Kiev, aclara lo que hace: “No luchamos por nuestra identidad, sino por reconocer nuestra identidad como independiente y diferente a la rusa”.
Entre las primeras plazas que han caído en esta ofensiva cultural está la National Gallery de Londres. En abril de 2022, este museo británico, a tenor de la situación en Ucrania, decidió que era el momento “apropiado” para cambiar el nombre de la obra de Degas Bailarinas rusas por Bailarinas ucranias ―algo que también ha hecho la enciclopedia online Wikipedia―. En su argumentación, la pinacoteca explicó que no había evidencias de que el pintor identificase a las bailarinas como rusas ―algo que sí haría el comerciante Paul Durand-Ruel, que le compró la obra―. “Siempre se ha señalado en la literatura académica que rodea este trabajo”, señala la National Gallery en una nota enviada a EL PAÍS, “que las bailarinas eran de hecho ucranias”. El azul y el amarillo nacionales adornan los cabellos de las mujeres retratadas.
Stavichenko, invitada a Madrid recientemente por la Fundación Friedrich-Ebert (Fes Madrid) y el centro de análisis Cidob, reconoce que la invasión rusa es una “guerra de identidad”. “Es una guerra contra lo que somos como nación”, continúa. “Por eso la cultura es tan importante, porque con cultura podemos probar que existimos desde hace siglos”. Hace más de un siglo que Degas reparó en estas mujeres con vestidos tradicionales y bailes folclóricos llegadas del este de Europa ―les dedicó casi una veintena de pinturas y dibujos―. Tras la National Gallery, se movió el museo Metropolitan de Nueva York (Met). La institución cambió también el título de una de esas obras en su catálogo, pero con un matiz: el Met optó por Bailarina en vestido ucranio.
La obra de Degas del Museo Nacional de Estocolmo también aparece estos días con un título diferente. Desde la pinacoteca sueca lo explican así: “Cuando Edgar Degas realizó las pinturas, Ucrania formaba parte del Imperio ruso, y es casi imposible identificar con certeza de qué parte del imperio procedían las bailarinas de la compañía de danza que viajó a París”. Se fijaron en los vestidos propios del folclore ucranio más que en la identidad de las mujeres, así que la institución cultural optó por catalogar la pieza de la serie en su poder como Tres bailarinas en vestidos ucranios.
Pero esta batalla es ingente y no tiene siempre los mismos resultados. El Museo de Bellas Artes de Houston, que también cuenta con una de las pinturas de las bailarinas, no considera por el momento que sea necesario cambiar nada. Su director, Gary Tinterow, experto en Degas, señala en un correo que el pintor se vio “motivado por la exploración artística y sin intención de ser exacto etnográfica o culturalmente”. Admite que las vestimentas parecen ucranias, pero que en principio tratan de respetar los títulos dados por los artistas o sus allegados.
Exposición en Madrid
“La descolonización no es nueva en el mundo de los museos”, señala Semenik. “Los académicos han hablado sobre el colonialismo británico, el imperio francés y los artefactos robados a los pueblos indígenas, pero es ahora cuando se empieza a hablar del imperialismo ruso”. Cita esta historiadora un ejemplo de éxito en el esfuerzo por reconocer la identidad cultural: la exposición celebrada recientemente en el Thyssen-Bornemisza de Madrid sobre el modernismo ucranio. Basta con coger dos artistas para ver los contrastes. Este museo presentó a Kazimir Malevich y Alexandra Exter como representantes de esta corriente de vanguardia ucrania. En el museo de Houston, los dos son sencillamente “rusos”.
Semenik recuerda el tiempo en el que estudiaba español: “Casi no pude encontrar libros de autores ucranios en español, solo a Andrii Kurkov. Pero se pueden encontrar traducciones de Dostoievski o Tolstói en las librerías, y verás las obras de Antón Chéjov en teatros. No es porque la literatura rusa sea mejor que la ucrania. Esto se debe a que Rusia puede permitírselo con recursos de petróleo y gas”. Sirva de ejemplo de este desembolso financiero que ha acompañado a la cultura rusa el patrocinio que la gasista estatal rusa Gazprom prestó en 2020 al festival de Salzburgo (Austria) para la producción de la ópera Borís Godunov.
Junto a Stavichenko visitó Madrid, en el marco del diálogo Guerra contra la cultura, cultura en guerra, la directora de cine documental Zoya Laktionova, natural de Mariupol. Comparte con la musicóloga que la identidad de su país es objetivo de la guerra iniciada por Rusia. “Es por esto por lo que digo que soy ucrania, que tengo cultura”, relata. “En Mariupol, por ejemplo”, continúa, “nació el famoso pintor Arkhip Kuindzhi, que es ucranio, pero Rusia siempre dice que es ruso, y siempre lucho contra ello”.
Como cuenta Laktionova, el Met de Nueva York ha accedido a modificar la descripción de Kuindzhi para considerarlo “ucranio, nacido en el Imperio ruso”. El museo neoyorquino ha ido un poco más allá e incluye en la magnífica pintura que tiene de este artista, bajo el título Puesta de sol roja sobre el Dniéper, información de actualidad: “En marzo de 2022, el Museo de Arte Kuindzhi en Mariupol, en Ucrania, fue destruido en un ataque aéreo ruso”.
La pinacoteca de este pintor paisajista es uno de los 256 bienes culturales dañados por la ofensiva rusa que ha podido documentar la Unesco desde febrero de 2022. Al igual que con Kuindzhi, otras grandes pinacotecas están haciendo lo propio con artistas como Ivan Aivazovski e Ilya Repin, hasta ahora definidos como rusos y a los que se les reconoce sus orígenes ucranios. “Es importante que la cultura ucrania”, apostilla Stavichenko, “esté en los programas culturales europeos, en las salas de conciertos, en los museos… Así, la próxima vez que Rusia quiera atacar, será más complicado porque habrá un mundo que sabrá quiénes somos y la reacción será inmediata”.
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