Amberes, la capital europea de los diamantes, tiembla ante el pulso de las sanciones contra Rusia

La capital europea de las piedras preciosas ve peligrar su negocio ante el renovado interés del G-7 de sancionar al Kremlin también en este sector

Una mujer caminaba el jueves ante el escaparate de una joyería en Amberes (Bélgica)Delmi Alvarez

Más de cinco siglos al frente del comercio mundial de los diamantes dan para muchas lecciones sobre cómo sobrevivir a guerras, conflictos políticos y crisis de todo tipo. Aun así, la ciudad belga de Amberes, el principal centro en Europa y el mundo de compraventa de las codiciadas piedras preciosas, contiene estos días el aliento. Lo que los comerciantes habían logrado eludir hasta ahora, sanciones internacionales contra los diamantes de Rusia por la guerra de Ucrania, vuelve a estar sobre la mesa de los gobernantes mundiales. “Los diamantes rusos no son para siempre”, proclamó el presidente d...

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Más de cinco siglos al frente del comercio mundial de los diamantes dan para muchas lecciones sobre cómo sobrevivir a guerras, conflictos políticos y crisis de todo tipo. Aun así, la ciudad belga de Amberes, el principal centro en Europa y el mundo de compraventa de las codiciadas piedras preciosas, contiene estos días el aliento. Lo que los comerciantes habían logrado eludir hasta ahora, sanciones internacionales contra los diamantes de Rusia por la guerra de Ucrania, vuelve a estar sobre la mesa de los gobernantes mundiales. “Los diamantes rusos no son para siempre”, proclamó el presidente del Consejo Europeo (y ex primer ministro belga), Charles Michel, en la cumbre del G-7 en Hiroshima. Y en Amberes, hasta las piedras más brillantes palidecieron.

“Estamos en compás de espera”, admiten fuentes del sector diamantino de la ciudad flamenca. Hace ya más de una década que la mayoría de los comerciantes de Amberes no tallan sus propias piedras; sale mucho más barato enviarlas a pulir a los otros centros diamantinos mundiales, Dubái y Bombay, donde no se pagan tantos impuestos como en Europa. Aun así, la ciudad portuaria belga sigue siendo el principal hub de las piedras preciosas del planeta: por allí pasan alrededor del 85% de los diamantes brutos del mundo, el 50% de los tallados y el 40% de los sintéticos.

La cita de las siete principales economías del mundo en Japón concluyó hace una semana con una mención explícita a los diamantes rusos, que le reportan unos 4.000 millones de euros a Moscú cada año. Pero no se fijó un plazo para castigar su comercio. Aun así, pocos dudan de que las sanciones llegarán más pronto que tarde. Estados Unidos prohibió los diamantes rusos en 2022. El Reino Unido acaba de anunciar que seguirá sus pasos. Hasta ahora, la UE no ha enfilado a los diamantes rusos, sobre todo por la amenaza de veto belga, pero el Gobierno de Alexander De Croo se ha abierto últimamente a la posibilidad de hacerlo, siempre y cuando las sanciones sean a nivel del G-7 —que es el club donde se vende el 80% de los diamantes— y se garantice un sistema de trazabilidad “científico” de las piedras desde su origen, para asegurarse de que se “cierran las lagunas jurídicas”, como indicó Michel en Japón.

Porque el problema, alertan expertos del sector, es que las piedras rusas llegan a la India y, desde ahí, van al mercado estadounidense, aprovechando una de esas lagunas jurídicas que preocupan a Bélgica: “Para EE UU, cuando un diamante sufre una ‘transformación sustancial’, ya no es un diamante ruso. Así que desde el momento en que un diamante [ruso] es pulido en la India, según la ley estadounidense, ya no es ruso”, explican. Y los diamantes no son como el petróleo o gas rusos, que requieren una compleja infraestructura para sortear las sanciones. Con las piedras preciosas es mucho más fácil: “Te metes en el bolsillo unos cuantos diamantes y te montas en un avión que te deja en la India”, donde se pierde el rastro al origen real de la piedra.

El objetivo de las sanciones es castigar a Moscú, pero si los diamantes acaban de todos modos en el mercado, “el efecto es totalmente nulo en Rusia, por lo que las sanciones no tendrían efecto”, subrayan fuentes diplomáticas belgas.

“El año pasado, muchos estadounidenses compraron diamantes rusos sin saberlo, pensaban que eran indios, pero la realidad es que son rusos. Estimamos que todos los diamantes por debajo de un quilate vendidos en EE UU el año pasado eran rusos”, confirman las fuentes del sector diamantino belga, que hablan bajo condición de anonimato tras la inquietud que ha provocado el giro en Hiroshima.

Con todo, los diamantes no estarán en el próximo paquete de sanciones de la UE. Desde que comenzó la guerra de Ucrania, el nombre de la estatal rusa Alrosa, líder mundial en la producción de diamantes, se ha caído una y otra vez de la lista negra de los Veintisiete. Pero en Hiroshima se ha roto definitivamente el tabú de las piedras preciosas, y la ciudad de los diamantes mira con aprensión unas medidas que, advierte, si no se hacen bien, podrían conseguir lo que no logró la historia en los últimos 500 años: acabar con el floreciente negocio de diamantes de Amberes.

El diamond district está a la vuelta de la esquina de la espectacular estación central de tren de Amberes. Joyerías, de mayor o menor categoría, se suceden en las calles aledañas. Casi todos los negocios, hoteles, el aparcamiento o los restaurantes, tienen un diamante en su nombre o logo. Pero nada más traspasar la barrera de seguridad que lleva al corazón del barrio diamantino, el brillo de los escaparates queda atrás. La calle, una calleja más bien, que es desde hace más de 500 años el epicentro del comercio de estas piedras preciosas de Europa y del mundo, es una corta vía cerrada al tráfico rodeada de feos edificios de oficinas donde entran y salen hombres de negocios de múltiples nacionalidades y muchos judíos ultraortodoxos, que llevan generaciones dedicados a este negocio en Bélgica, como cuenta la serie de Netflix Rough diamonds.

El corazón del distrito de diamantes de Amberes sabe esconder bien sus tesoros, que hace tiempo que intentan que no vengan de Rusia: incluso sin sanciones, los diamantes rusos han dejado de fluir a la ciudad belga como lo hacían hasta que comenzó la guerra de Ucrania; el año pasado, el comercio de piedras preciosas rusas cayó al menos un 65%. Es el argumento que usan ante quienes critican que la UE siga sin sancionar a Alrosa.

Lo que preocupa a Amberes no es tanto que se prohíban los diamantes rusos, sino que esto se haga solo a escala europea mientras continúan existiendo lagunas jurídicas que permiten sortear las sanciones. Porque entonces, señala el sector, salen perdiendo los que, como en Amberes, ya hacen “las cosas bien”. El terror de una industria de por sí de alto riesgo, y que aún no ha logrado recuperarse de la crisis de la pandemia, es que buena parte del negocio que sigue concentrando la ciudad belga se vaya, de forma definitiva, a otros países con menos escrúpulos.

“La industria necesita igualdad de condiciones. Hay un reconocimiento internacional de que Amberes es el único centro de negocios de diamantes sometido a las normas de la UE contra el lavado de dinero o financiación del terrorismo”, indican fuentes del sector. Con unas sanciones que no garanticen que se frena en todas partes el negocio de los diamantes rusos, “se estaría castigando a empresas que están haciendo las cosas bien en la industria y recompensando a los que se fueron a otros centros de negocio para escapar de todas estas normas y que son países que, además, apoyan al régimen de [Vladímir] Putin. Sería muy extraño que el resultado de las sanciones fuera recompensar a los malos de la historia”, advierten.

Para evitar esto, el Gobierno y la industria diamantina belgas exigen que las sanciones signifiquen el cierre de las piedras preciosas rusas al poderoso mercado del G-7. Y que se imponga un sistema de trazabilidad “científica” más fiable que las declaraciones escritas que se exigen ahora, porque los expertos afirman que son fácilmente falsables.

Buena parte de las esperanzas del sector están puestas en una empresa suiza, Spacecode, que dice haber diseñado un aparato que permite identificar de qué tierras y, por tanto, de qué región del mundo, proviene el diamante. “Toda la cadena de aprovisionamiento de diamantes está muy interesada, reconocen la contribución positiva que va a suponer para la industria. Nos han contactado minas, productores, laboratorios, productores, bancos y minoristas”, asegura por correo electrónico su presidente, Pavlo Protopapa.

La empresa confía en tener disponibles los primeros aparatos lo suficientemente pequeños como para ser distribuidos fácilmente entre finales de año y el 31 de marzo de 2024, aunque solo a lo largo del año que viene podrían producirse a la escala requerida para que sea un requisito para imponer sanciones. Un calendario que, para los que urgen a castigar a este sector no solo rentable para Moscú, sino altamente simbólico, es demasiado lento.

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