El sombrío futuro de los sami en Finlandia: la victoria de la derecha destierra sus esperanzas de más autogobierno
Los indígenas finlandeses acumulan años de promesas incumplidas mientras la emergencia climática amenaza sus medios de subsistencia
Los residentes de Utsjoki, el municipio más septentrional de la UE, añoran el sabor del salmón. El pescado que durante siglos fue el alimento imprescindible en las cocinas de esa localidad remota, situada en el noreste de Finlandia, se ha convertido hoy en un lujo que llega a cuentagotas. Desde hace cuatro años, su pesca está vetada en el río Teno, frontera natural con Noruega. Esa traumática prohibición ha ensombrecido el futuro del municipio, el único del país nórdico en el que los sami, ...
Los residentes de Utsjoki, el municipio más septentrional de la UE, añoran el sabor del salmón. El pescado que durante siglos fue el alimento imprescindible en las cocinas de esa localidad remota, situada en el noreste de Finlandia, se ha convertido hoy en un lujo que llega a cuentagotas. Desde hace cuatro años, su pesca está vetada en el río Teno, frontera natural con Noruega. Esa traumática prohibición ha ensombrecido el futuro del municipio, el único del país nórdico en el que los sami, el último pueblo indígena de Europa, son mayoría.
La escasez de salmón en el entorno de Utsjoki, consecuencia directa del drástico aumento de las temperaturas, constituye un ejemplo nítido de cómo el cambio climático ha puesto en jaque los medios de subsistencia y los pilares de la cultura milenaria de los indígenas que residen en Finlandia, algo menos de 10.000. Una situación crítica que se suma a la profunda decepción que han provocado en la comunidad sami las promesas incumplidas de mayor autogobierno y la desesperanza que les invade ahora con el Ejecutivo de derecha y ultraderecha que se avecina en el país nórdico.
“El salmón es una piedra angular de nuestra cultura”, sostiene por teléfono Aslak Holmberg, maestro de escuela en Utsjoki. Aunque el veto a pescarlo daña la economía local, muy mermada por la pérdida de los miles de aficionados a la pesca que cada temporada alta copaban las escasas plazas hoteleras, Holmberg, de 34 años, acepta la necesidad de imponer cuotas, pero demanda “un derecho cultural” sobre el río y considera que, en caso de que vuelva a permitirse la pesca de salmón, los sami deberían tener prioridad. La comunidad indígena de Finlandia se llenó de esperanza el año pasado, ante la perspectiva de obtener un mayor poder de decisión sobre los recursos naturales del norte del país que impulsó el Gobierno liderado por la socialdemócrata Sanna Marin, todavía primera ministra en funciones. Esa ilusión se desvaneció tras la victoria de los conservadores y la ultraderecha en las elecciones parlamentarias de abril.
En total, unos 80.000 sami viven entre Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia. Algunos residen hoy en grandes ciudades, lejos de las tierras más septentrionales de Europa en las que la pesca, la caza y los renos permitieron sobrevivir a sus antecesores durante miles de años, pero aún son muchos los que luchan por que su cultura y sus tradiciones ancestrales coexistan con el mundo moderno. “Se nos agota el tiempo para transmitir los conocimientos necesarios a los más jóvenes; y la pesca tradicional con red requiere un buen aprendizaje y experiencia”, lamenta Holmberg.
Los indígenas de Finlandia están representados por el Sámediggi (Parlamento sami), un órgano consultivo constitucionalmente reconocido. Para que alguien pueda votar o ser candidato en las elecciones de la Cámara sami, sus antepasados tienen que cumplir con al menos uno de tres requisitos: dos están basados en criterios lingüísticos, como los empleados en Suecia y Noruega; el tercero se refiere a pagos de impuestos para pescar o cazar que se pueden remontar varios siglos, un punto polémico que ha acabado por enturbiar la propia definición de la identidad sami. Destacados miembros de la comunidad indígena de Finlandia —apoyados por historiadores, juristas y diversos organismos internacionales— reclaman desde hace lustros una reforma de la Ley del Parlamento Sami, que regula el sufragio activo y pasivo de la asamblea, además de sus funciones (ahora básicamente de consulta formal). “Si no se modifica, llegará un momento en que los fineses se hagan con el control [de la Cámara]”, lamenta Leo Aikio, vicepresidente del Sámediggi, sito en la localidad de Inari. Con el respaldo de varias sentencias del Tribunal Superior Administrativo de Finlandia, ciudadanos que residen en Laponia, pero que declaran de forma espuria su condición sami, han logrado acceder al hemiciclo con la intención de frenar las aspiraciones de los indígenas.
Críticas de la ONU
“El Tribunal Superior Administrativo ha interpretado la ley de manera arbitraria”, sostiene Laura Junka-Aikio, profesora de Ciencias Políticas en la Universidad de Laponia. “Los magistrados han admitido pruebas más que dudosas para la confección del censo electoral”, añade. Distintos comités de la ONU, como el de Derechos Humanos o el de Derechos del Niño, han criticado varias sentencias del alto tribunal, al considerar que privan a la comunidad sami del derecho a la autodeterminación.
Los sami de Finlandia se ilusionaron cuando Marin se convirtió en 2019 en primera ministra del país nórdico. La política socialdemócrata les prometió eliminar el criterio del pago de impuestos y dar al hemiciclo mayor poder de decisión sobre el uso de los recursos naturales, aunque lejos de la capacidad de veto que reclama la comunidad indígena.
Los intentos de Marin de sacar adelante la reforma —que no llegaron hasta la fase final de su mandato— se toparon con el previsible rechazo de uno de sus socios de coalición: el Partido del Centro, una formación de tradición agraria opuesta a conceder más derechos a los sami. Un saboteo en el propio partido de Marin impidió que la reforma llegara a votarse.
Mientras las triquiñuelas políticas enterraban las esperanzas de la reforma legal, las temperaturas extraordinariamente altas agudizaban la emergencia climática en una región que se calienta cuatro veces más rápido que el promedio del planeta. Unos 75 kilómetros al sureste de Utsjoki, en una de las zonas más despobladas de toda la UE, los habitantes de Sevettijärvi todavía pueden pescar salmón; ya no abunda como antaño, pero aún llena los congeladores de las casas a partir de estas fechas, cuando llega el deshielo y no vuelve a anochecer hasta agosto. Como cada mes, una veintena de indígenas se reúne en la escuela con Tero Mustonen, un prestigioso investigador y activista que recorre cientos de kilómetros para encontrarse con ellos. En la asamblea se debaten durante horas los próximos pasos que darán en su inagotable esfuerzo por conservar y restaurar el ecosistema.
Sevettijärvi no es un pueblo más de la vasta taiga finlandesa. Fue construido a finales de los años cuarenta para reasentar a medio centenar de familias que habían sido evacuadas de territorio finlandés anexionado por la Unión Soviética durante la II Guerra Mundial. Todas eran skolt, una rama de los sami con menos de 1.000 miembros que conserva uno de los dialectos más amenazados de Europa, y que ha convertido Sevettijärvi en su capital cultural. Snowchange, la ONG que dirige Mustonen, coopera con los vecinos de la zona para detener y revertir la degradación de sus bosques, ríos o lagos, en los que mantienen vivos los conocimientos y tradiciones ancestrales. Los esfuerzos de las últimas décadas por revitalizar el skolt han elevado ligeramente la cifra de hablantes, aunque Mustonen considera que “la senda de su supervivencia es muy empinada”. “La cultura y las tradiciones sami dependen de una conexión continua con sus lenguas y la naturaleza”, sintetiza el activista, galardonado a finales de abril en Washington con el premio Goldman Environmental, considerado el Nobel de Ecología.
Las lenguas sami tienen más de un centenar de palabras referidas al estado de la nieve, pero no hay ninguna que se ajuste específicamente al tipo que desde hace unos años cubre esporádicamente sus pastos y causa estragos entre los renos. Los episodios cada vez menos extraordinarios de lluvias en meses en los que antes solo nevaba provocan que en ocasiones el manto nivoso quede cubierto por una gruesa capa de hielo; un bloque congelado que resulta impenetrable para las pezuñas de los cérvidos, que mueren a miles ante la imposibilidad de escarbar en busca de líquenes. Los drásticos efectos del cambio climático han ensombrecido aún más el futuro del pastoreo de renos, una actividad milenaria que desde hace décadas ya padecía las graves consecuencias de la tala de árboles.
La reforma de Marin no habría garantizado la supervivencia del skolt ni acabado con las lluvias en febrero, pero habría permitido a la comunidad sami definir su propia identidad y le habría otorgado un mayor poder de decisión sobre los proyectos que afecten a las zonas en las que residen o sobre el uso de recursos naturales como el río Teno. El probable acuerdo de gobierno que se negocia entre conservadores y la ultraderecha diluye cualquier opción de que se modifique pronto la Ley del Samédiggi.
Durante los meses en los que la reforma acaparaba los focos mediáticos, el debate se tornó muy agrio. Incluso dio paso a una batalla cultural entre los sami y sus aliados y parte de la Finlandia rural, contraria a lo que consideran privilegios injustificados, apoyada por la derecha más reaccionaria y la industria maderera. Varios destacados miembros de la comunidad sami llegaron a ser amenazados de muerte. Junka-Aikio considera que, a pesar de que “algunos populistas han sido capaces de generar cierto sentimiento antisami, por primera vez el debate no ha estado monopolizado por aquellos que se oponen frontalmente a los derechos indígenas”.
Además de intentar reformar la Ley del Parlamento sami, Marin impulsó la creación de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, un órgano que debe arrojar luz sobre las épocas de abusos sistemáticos que padeció esta comunidad. Los primeros pasos de la Comisión han sido un estrepitoso fracaso: varias dimisiones, falta de fondos e incapacidad de generar confianza en la ciudadanía.
El proceso de reconciliación, similar al de Canadá o sus vecinos escandinavos, resulta complejo para la sociedad finlandesa, cuya memoria colectiva tiene muy presente los años de ocupación sueca y rusa, pero no tanto su etapa colonizadora en las tierras del norte. La escritora sami Helga West opina que no es el momento de remover el pasado, al menos hasta que el “Estado sea capaz de resolver el problema que él mismo generó [con la Ley del Parlamento sami]”. “Si el Gobierno de Marin no pudo cumplir con la reforma, no creo que el clima político sea el idóneo para buscar la reconciliación con los sami”, zanjó hace unas semanas en su blog.
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