Macron intenta reconquistar a los franceses, pero ¿le escucharán?
El presidente anuncia ambiciosos planes para reindustrializar Francia mientras se blinda ante las protestas por la impopular reforma de las pensiones
Emmanuel Macron quiere convencer a los franceses de que Francia va bien. Los franceses, o al menos una buena parte entre ellos, no están convencidos.
El viernes, en la ciudad portuaria de Dunkerque, el presidente de la República anunció la construcción de una fábrica de baterías eléctricas de la taiwanesa ProLogium: 5.200 millones de euros de inversión, 3.000 empleos, la cuarta gigafactoría en la región. Y...
Emmanuel Macron quiere convencer a los franceses de que Francia va bien. Los franceses, o al menos una buena parte entre ellos, no están convencidos.
El viernes, en la ciudad portuaria de Dunkerque, el presidente de la República anunció la construcción de una fábrica de baterías eléctricas de la taiwanesa ProLogium: 5.200 millones de euros de inversión, 3.000 empleos, la cuarta gigafactoría en la región. Y expuso su plan para reindustrializar el país tras décadas de cierres de fábricas, cierres que han contribuido al perenne malestar francés y el crecimiento de la extrema derecha. Pero lo hizo ante un público reducido, unos 300 obreros de varias fábricas de la zona. Y en una ciudad sitiada por más de 1.000 policías que mantuvieron a los centenares de manifestantes alejados de la comitiva presidencial.
Dunkerque: la playa heroica de 1940 cuando los nazis sitiaron a las tropas británicas y que después fue arrasada por las bombas; el norte desindustrializado que pasó de ser bastión socialista y comunista a serlo del Frente Nacional (hoy Reagrupamiento Nacional); el teatro de la política chanchullera que retrató la serie Baron Noir (“es bastante realista”, confiesa un político local).
Ahora Dunkerque y sus alrededores son el escenario de un pequeño milagro económico. En 20 años se habían perdido 6.000 empleos industriales; el Elíseo y las autoridades locales alardean de que, gracias a las nuevas inversiones, en la próxima década se habrán creado o mantenido más de 20.000.
Algunos manifestantes, el viernes, llevaban cacerolas. Son el símbolo de la protesta contra el aumento de 62 a 64 años de la edad de jubilación, una reforma promulgada en abril tras meses de manifestaciones y huelgas en contra y pese al rechazo de una amplia mayoría de la ciudadanía. La cacerola expresa la cólera contra un presidente que, según muchos franceses, no les escucha. La queja del presidente es la contraria: que el ruido de las cacerolas impide escuchar y dialogar.
En Dunkerque, a diferencia de otros desplazamientos por Francia en las últimas semanas, Macron evitó el contacto espontáneo con los habitantes de la ciudad. No salió de la burbuja ni se salió del guion ni casi habló con la prensa.
Mientras se hacía selfis con obreros en la fábrica de aluminio Aluminium Dunkerque, una periodista le preguntó si no lamentaba tener que abstenerse de pasear por las calles de Dunkerque y discutir con sus conciudadanos. Él respondió: “No confundo a quienes puedan estar en desacuerdo conmigo con quienes se dedican a la invectiva y a la falta de respeto. Estos son una muy pequeña minoría, a la que tampoco hay que dar demasiada importancia. Si no, pasamos el tiempo escuchando a los que hacen ruido”.
La batalla de las pensiones se transformó en Dunkerque en una batalla de sonidos e imágenes. Entre el presidente aplaudido por obreros con mono de trabajo y las calles vacías del centro de la ciudad. Entre los anuncios de inversiones millonarias y las cacerolas.
Macron se ha embarcado en una empresa improbable: reconquistar a los franceses después del divorcio por la reforma de las pensiones y lograr que Francia pase página. Como Napoleón al regresar del destierro en la isla de Elba para recuperar el trono de emperador, se ha dado 100 días, hasta el 14 de julio, fiesta nacional.
Hace un año salió reelegido con casi el 60% de votos para un segundo y último mandato de cinco años. Su principal promesa era aumentar la edad de jubilación, aunque debió la victoria, además de a sus propios méritos, a ser para muchos electores el voto útil para frenar a la candidata de extrema derecha, Marine Le Pen.
Sondeos en contra
Ahora, con los sondeos en contra y sin mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, la oposición le acusa de autoritario por gobernar contra la voluntad de la mayoría, y denuncian los excesos policiales en manifestaciones que, con frecuencia, han sido violentas. Yannick Jadot, dirigente del ala moderada de los ecologistas, habla de una “deriva iliberal”. Hay sondeos que indican que, de repetirse ahora las presidenciales, las ganaría Le Pen.
François-Xavier Bourmaud, periodista político en Le Figaro y autor de varios libros sobre Macron, analiza: “Es una situación conocida, porque, desde siempre, con Macron tenemos la impresión de que afronta obstáculos insuperables y al final acaba superándolos. La reforma de las pensiones, desde este punto de vista, no es tan distinta de lo que fue aquel desconocido que se lanza al asalto del Elíseo y gana: algo que se presenta como una imposible y que le acaba saliendo bien”. Añade Bourmaud: “Al mismo tiempo, es una novedad, porque era la reforma más difícil, y muchos de sus antecesores, ante tanta oposición en la calle, recularon. Él no, y esto no sabemos en qué puede desembocar. ¿En el rencor y la cólera? ¿O contribuirá a esculpir su estatura de hombre de Estado que reforma el país?”
Según se escuche a la oposición y a los sindicatos, o al presidente y sus partidarios, es como si se hablase de países distintos. Los primeros describen una Francia con desigualdades crecientes, unos servicios públicos degradados y unas clases medias empobrecidas, un país al borde del estallido social. Los segundos sostienen que la imagen no refleja del todo la realidad de un país con uno de los Estados del bienestar más robustos del mundo, una inflación inferior a la media, un crecimiento superior al de Alemania en 2022, y desempleo al nivel más bajo desde 2008, algo más del 7%. El desempleo, problema central en Francia desde principios de los años ochenta, ha desaparecido del debate público.
En la fábrica Aluminium Dunkerque, los trabajadores que asistieron al discurso de Macron y después conversaron con él daban una respuesta calcada cuando se les preguntaba cuál era el principal problema económico en la región: la falta de mano de obra, problema que se agravará con los nuevos proyectos de gigafactorías, y al que pronto puede añadirse el de la falta de vivienda. Según un estudio de la consulta EY, Francia fue en 2022 el primer destino de las inversiones extranjeras en Europa, el Reino Unido incluido, aunque por cada inversión se crearon menos empleos en Francia que en Alemania o España.
Macron ve en estos datos una señal: desde que llegó al poder en 2017, le ha dado la vuelta a la tortilla, Francia ha dejado de ser el país irreformable que era, los bloqueos han saltado y vuelve a ser competitiva, y a esto han contribuido sus impopulares reforma, dijo en la fábrica de Dunkerque. Y citó la liberalización del mercado laboral, las reducciones de impuestos y, sí, la reforma de las pensiones. “Si queremos ser competitivos”, insistió, “debemos trabajar un poco más”.
¿Le bastarán a Macron las fábricas y los empleos para seducir a los franceses? ¿O es inevitable el triunfo de Le Pen? “El empleo no lo resuelve todo”, declara a EL PAÍS Xavier Bertrand, presidente de la región Hauts-de-France, donde se encuentra Dunkerque, y posible aspirante de la derecha a la presidencia en 2027. “Hay soluciones”, añade. “En las elecciones regionales, yo he hecho recular al Reagrupamiento Nacional en un 15%, y no soy un mago”.
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