La fiesta de la liberación de Italia del fascismo incomoda al Gobierno de Meloni

Ignazio La Russa, presidente del Senado y segundo cargo del Estado, celebrará el mismo día la resistencia antisoviética en Praga

El presidente del Senado, Ignazio La Russa, durante una moción sobre el antifascismo y el antitotalitarismo el pasado 20 de abril.Mauro Scrobogna (AP / LaPresse)

El 25 de abril se celebra la liberación de Italia del nazifascismo: la conmemoración de la victoria en 1945 ante las fuerzas de ocupación nazis y el triunfo de la resistencia partisana sobre el fascismo. La efeméride evoca una lucha que culminó ese día para que Italia comenzase un proceso democrático y de restablecimiento de las instituciones que la ha conducido hasta hoy. La Constitución italiana, de hecho, se fundamenta sobre los principios surgidos de la necesidad de impedir que pudie...

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El 25 de abril se celebra la liberación de Italia del nazifascismo: la conmemoración de la victoria en 1945 ante las fuerzas de ocupación nazis y el triunfo de la resistencia partisana sobre el fascismo. La efeméride evoca una lucha que culminó ese día para que Italia comenzase un proceso democrático y de restablecimiento de las instituciones que la ha conducido hasta hoy. La Constitución italiana, de hecho, se fundamenta sobre los principios surgidos de la necesidad de impedir que pudiese regresar una situación política como la que propició el fascismo. La fiesta, sin embargo, nunca ha gustado a la derecha italiana. El propio Silvio Berlusconi, líder de Forza Italia, estuvo durante años ausente de la celebración institucional cuando era primer ministro del país, aunque en 2009 cerrase la cuestión acudiendo a un encuentro de partisanos en Onna (Abruzos). Ahora, el Gobierno de Giorgia Meloni, líder de Hermanos de Italia, un partido surgido de los rescoldos del posfascismo, vuelve a enfangarse con la cuestión.

Meloni acudirá este año al Altar de la Patria, monumento a la unidad del país en Roma. Su agenda remite a ese único momento para la jornada. Pero más allá de la celebración, las polémicas en torno al tema del fascismo y los estragos que produjo llevan sucediéndose semanas. Y en casi todas ellas aparece el mismo nombre: Ignazio Benito La Russa, presidente del Senado y cofundador de Hermanos de Italia. La Russa, que admitió tener un busto de Mussolini en casa y cuyo segundo nombre remite directamente al dictador fascista, es también el segundo cargo del Estado. Es decir, si Sergio Mattarella tuviese un incidente, él sería el presidente de la República. Sin embargo, el Día de la Liberación de Italia —previo paso obligado por el Altar de la Patria— estará en Praga y celebrará por la tarde a la resistencia antisoviética checoslovaca. Está previsto que acuda a colocar un ramo de flores al monumento de Jan Palach, estudiante que se inmoló quemándose vivo en 1969 para protestar por la invasión soviética que aplastó la Primavera de Praga.

La oposición ha criticado duramente la iniciativa. Lo sorprendente es que incluso Matteo Salvini, socio de Gobierno de Meloni, poco sospechoso de defender valores antifascistas, se ha desmarcado. “¿La Russa? Sé lo que haré yo, que es celebrar la liberación de nuestro país”.

El presidente del Senado, además, ha querido subrayar esta semana que la Constitución italiana no incluye la palabra “antifascista” en ningún lado para evitar sumarse a determinado tipo de declaraciones. También incendió el debate público hace tres semanas al asegurar que el atentado de Via Rasella, como se conoce el ataque a un grupo de soldados nazis por parte de la Resistencia romana el 23 de marzo de 1944, fue en realidad una acción contra “un grupo de músicos semijubilados”. El atentado, de hecho, desencadenó luego la matanza de las Fosas Ardeatinas, donde fueron asesinados 335 italianos como represalia: había civiles, militares, judíos, comunistas y prisioneros políticos seleccionados por los nazis. Meloni, en otra declaración nada ortodoxa para un primer ministro, señaló esa misma semana que fueron asesinados por ser “italianos”, restando la carga política del suceso.

El presidente italiano, Sergio Mattarella, ante el Altar de la Patria, durante las celebraciones del día de la liberación de Italia en abril de 2021. Paolo Giandotti/ QUIRINALE HANDO (EFE)

El colofón del debate sobre la genética posfascista de Hermanos de Italia y de algunos miembros de su Gobierno —la semana pasada, el ministro de Agricultura y cuñado de Meloni, Francesco Lollobrigida, invocó la “sustitución étnica” para alertar sobre la inmigración— lo puso el domingo el fundador de Alianza Nacional (AN), Gianfranco Fini. Heredero directo del Movimiento Social Italiano (MSI) de Giorgio Almirante, y padre político de Meloni y del partido que esta fundó luego, fue el autor en 1995 de lo que se conoció como la svolta di Fiuggi, (el giro de Fiuggi, por la localidad de Lacio en el que se escenificó), una declaración con la que el partido renegó explícitamente del fascismo. Fini, retirado de la política, rompió su silencio para recordárselo a Meloni. “Otra vez tenemos un 25 de abril con división. Espero que Meloni aproveche esta ocasión para decir sin ambigüedad y reticencias que la derecha italiana ya hizo cuentas con el fascismo cuando nació Alianza Nacional”.

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El problema que genera la polémica recurrente sobre el tema del fascismo sirve también a menudo para desviar la atención de los problemas que atraviesa el Gobierno. En este caso, el aumento de la llegada de migrantes y un retraso muy preocupante en el cumplimiento de las condiciones exigidas por Bruselas para recibir los fondos del plan de recuperación pospandemia. Esa, de hecho, es hoy la principal preocupación del Ejecutivo, que ya acepta que no será capaz de establecer un plan para recibir todo el dinero pactado (unos 200.000 millones de euros entre capital a fondo perdido y préstamos).

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