Duelo por Yana, el Ángel de Bajmut: “Ha sido una guerrera por Ucrania”
Unas 300 personas despiden a una joven sanitaria militar asesinada el viernes durante el ataque ruso a una misión de evacuación de heridos. Se había casado el 31 de diciembre con otro soldado en la ciudad asediada
“¡Ay, mi pequeña Yana, mi hija!”, lamenta Olena entre sollozos, asomada sobre el cuerpo de su única hija, que yace en un ataúd abierto. Un reguero de dolor recorre los 850 kilómetros que separan Bajmut de Vinnitsia. Otra mañana de duelo. Todas lo son en la Ucrania de la guerra, pero hay días en que la puñalada es más evidente.
Unas 300 personas despidieron el martes en Vinnitsia, al oeste de Kiev, a Yana Rijlitska, de 29 años. La joven sanitaria militar murió el viernes junto a otro compañero durante un ataque ruso sobre el vehículo en el que participaban en una evacuación de ciudadanos...
“¡Ay, mi pequeña Yana, mi hija!”, lamenta Olena entre sollozos, asomada sobre el cuerpo de su única hija, que yace en un ataúd abierto. Un reguero de dolor recorre los 850 kilómetros que separan Bajmut de Vinnitsia. Otra mañana de duelo. Todas lo son en la Ucrania de la guerra, pero hay días en que la puñalada es más evidente.
Unas 300 personas despidieron el martes en Vinnitsia, al oeste de Kiev, a Yana Rijlitska, de 29 años. La joven sanitaria militar murió el viernes junto a otro compañero durante un ataque ruso sobre el vehículo en el que participaban en una evacuación de ciudadanos en Bajmut. Esa localidad de la región oriental de Donetsk es epicentro de los combates más feroces desde hace semanas. Nadie se inmuta cuando, en medio de las plegarias del cura, empiezan a sonar las alarmas. Tampoco cuando, ya en el cementerio, saltan dos veces más. Todos mantienen la atención en el féretro de la que ya se conoce como el Ángel de Bajmut por la forma en que se ha enfrentado al duro trabajo de asistir a los heridos.
Olena, casi sin poder andar, se rompe al acceder al lugar donde tiene lugar el funeral. El rostro impasible de la joven le espera desde el féretro abierto. El cuerpo de Yana viste uniforme militar y, entre sus manos unidas con una venda, luce una vela. Destacan las largas trenzas que adornan y recogen su cabello rubio y que le han dado un sello característico a su imagen. No hay consuelo para esa madre que se echa encima de su hija con el rostro desencajado por los lamentos que nacen desde lo más hondo de su garganta. La acaricia, la besa, le habla… El padre, Mikola, la asiste y sostiene, porque, si no, Olena se derrumba del todo. Todo lo observa desde un discreto segundo plano Oleksander, que ha pasado de ser flamante marido a viudo en poco más de dos meses.
Armado de entereza y dignidad, este militar de 36 años conversa con EL PAÍS con el ruido de fondo todavía de las palas de los enterradores. Se habían conocido en Járkov, segunda ciudad del país, el verano pasado. Un mes bastó para que él se diera cuenta de que Yana era la mujer de su vida. Cree que el sentimiento fue recíproco. Trataron de casarse casi sobre la marcha, pero un lastre burocrático les frenó. Solventado a finales de año el papeleo, ambos organizaron la ceremonia en Bajmut el 31 de diciembre. Fue en la tarde del jueves pasado cuando la pareja se vio por última vez. Lo refrenda Oleksander mostrando la foto de los dos juntos, rostro con rostro, que está almacenada en la memoria de su móvil.
“Ha sido una guerrera por Ucrania”, la describe orgulloso antes de añadir una retahíla de pinceladas lisonjeras que dibujan el trabajo de Yana con los militares que llegaban al centro de estabilización de heridos cerca de la línea del frente. “Franqueza, amabilidad, sinceridad, confianza… una luchadora por la justicia”. Mientras habla con el reportero, Oleksander, de terno militar, acaricia un oso de peluche que asoma del bolsillo de su chaquetón verde. “Fue un regalo de boda”, comenta.
Los que la han conocido durante la guerra en sus labores de cooperante o alistada ya en el ejército, han cerrado filas en torno a la que consideran el “ángel de Bajmut”. Yana dejó su empleo en una empresa tecnológica cuando el presidente ruso, Vladímir Putin, ordenó el 24 de febrero del año pasado la invasión a gran escala de Ucrania. Fue de los cientos de miles de personas que, de forma imprevista, se unieron a un cuerpo de voluntarios que cooperan en todo lo que sea necesario para la defensa del país. Ella no dejó esa tarea de recaudar fondos o conseguir drones para las fuerzas armadas, ni siquiera cuando decidió dar un paso más allá y se alistó en el ejército. Para el Gobierno de Volodímir Zelenski, “Yana era una verdadera heroína, lista para arriesgar su vida para ayudar a los demás. ¡Recuerdo y gloria eterna a nuestros héroes caídos!”, puede leerse en la cuenta de la red social Twitter del Ministerio de Defensa.
Como voluntaria en el cuerpo médico en el frente, Anastasia Muzyka, de 29 años, coincidió con Yana en los últimos meses. Tras el sepelio la describe como alguien “incansable”, alguien para quien parece que no era necesario desconectar o tomarse algo de tiempo libre. Su compañera Tatiana Obraztsova, de 30 años, destaca de ella su valentía y capacidad de trabajo en una brigada, la 93, desplegada en un lugar peligroso y complicado como es Bajmut.
De los primeros en llegar y plantarse sobre la nieve recién caída a la espera de que llegue el furgón con los restos mortales son Ksenia (34 años), Vova (31) y Maksim (25). Los tres han viajado durante cuatro horas desde Kiev. Han conocido Yana, mantenido reuniones y trabajado con ella como voluntarios. “La conocimos primero en torno a abril por su perfil de Facebook, con el que ayudaba a los militares ucranios”, comenta Ksenia. “Yana ha hecho un trabajo enorme durante la gran guerra (para diferenciarla de la que comenzó en 2014 en el este ucranio contra los separatistas prorrusos). No conocemos cómo se convirtió en militar, pero antes consiguió para ellos generadores, visores nocturnos, drones…”, señala Vova, para el que no se debe “diferenciar lo que hacen los voluntarios y lo que hacen los militares”. “Es difícil de explicar, pero para ella no había misión imposible, fuera grande o pequeña”, añade. “No es solo por lo que ha hecho últimamente en Bajmut. Para mí, Yana solo hay una entre un millón”, concluye Maksim.
Oleksander cree que el ataque sobre el vehículo en el que se desplazaba Yana junto a sus compañeros fue tan certero que no descarta que los rusos les hubieran seguido y señalado mediante un dron. Un grupo de tres capellanes militares que asisten también al sepelio y que coincidieron en Bajmut con ella afirman que el coche iba marcado con una cruz roja como distintivo y, pese a todo, fue diana de un proyectil de mortero.
Los puntos médicos de estabilización como el que mantenía desplegado a Yana son los más próximos a las zonas de combate. Allí aterrizan trasladados a toda prisa los heridos como primer lugar en el que son atendidos de urgencia. Reciben la cura necesaria para poder aguantar el traslado hasta un hospital. Oleksander la recuerda atendiendo a los soldados heridos o preparándoles un té con su brillo en los ojos, su sonrisa y sentido del humor: “Hacía todo lo posible para lograr la victoria”.
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