Un náufrago de Calabria, minutos antes de la tragedia: “Lo peor ha pasado. Estamos bien. Ya vemos Italia”
Familiares de los migrantes que iban en el pesquero que se hundió el domingo recibieron mensajes reconfortantes minutos antes del accidente. La mayoría llegaba a la costa italiana para viajar a otros lugares de Europa
Domingo. 3.45 de la madrugada.
—Hola. ¿Cómo va? En una hora llegamos a Italia. Ya la vemos. Estamos bien, a salvo. Lo peor ha pasado. Ahora esperamos a que nos rescaten. Nos falta agua y comida. Pero el capitán nos ha dicho que nos dejará a salvo.
—Estupendo. ¡Os espero en Alemania!
El relato pertenece al audio que Javed, uno de los supervivientes del naufragio, mandó a un familiar en Alemania pocos minutos an...
Domingo. 3.45 de la madrugada.
—Hola. ¿Cómo va? En una hora llegamos a Italia. Ya la vemos. Estamos bien, a salvo. Lo peor ha pasado. Ahora esperamos a que nos rescaten. Nos falta agua y comida. Pero el capitán nos ha dicho que nos dejará a salvo.
—Estupendo. ¡Os espero en Alemania!
El relato pertenece al audio que Javed, uno de los supervivientes del naufragio, mandó a un familiar en Alemania pocos minutos antes de la tragedia. Puede escucharse su voz, algo apresurada, pero feliz. Es afgano y viajaba con su mujer y cuatro hijos, de 14, 12, 8 y 5 años. Escapaban de Afganistán porque su vida corría peligro tras el retorno de los talibanes al poder, en septiembre de 2021. Después del largo viaje, pretendían reunirse en la localidad alemana de Gelsenkirchen con algunos de sus parientes. La madrugada del pasado miércoles, después de una travesía desde Kabul, subieron a un viejo pesquero de madera en el puerto turco de Esmirna junto a otras 180 personas. Pagaron 60.000 euros a los traficantes de seres humanos por los espacios en la bodega de la embarcación para los seis miembros de la familia. Y contaron minuto a minuto el tiempo que faltaba por tocar tierra.
Los audios ya no se repitieron. Pocos minutos después del último, según el mismo relato, el barco choca contra un banco de arena. Comienza a ladearse y el fuerte oleaje lo parte en dos. Los pasajeros no tienen tiempo de hacer nada ni de saltar. Había solo una salida para escapar de la bodega. Así que salen como pueden. Los servicios de rescate no habían intervenido todavía y todos ellos comenzaron a perder de vista, en mitad de la noche y del temporal, a los familiares con los que viajaban. Javed sobrevivió. Pero solo uno de sus hijos logró alcanzar la orilla. El helicóptero llegó 45 minutos después.
La historia de Javed la cuenta su sobrino, Aladdin Mohizada. Acaba de llegar a la puerta del Palacio de Deportes de Crotona (región de Calabria), convertido en la morgue de 64 migrantes muertos esa madrugada sin que interviniesen los servicios de rescate hasta que ya no había remedio. Ha conducido 25 horas seguidas desde Gelsenkirchen con su primo Mohamed. Está roto. Tiene que ayudar a su tío a reconocer los cadáveres de la familia, desfigurados por el mar y el violento oleaje. Ha perdido a su esposa (35 años) y sus hijos. Su tío no ha podido ni identificar a los críos, uno de los cuales sigue desaparecido. “Por favor. Pido ayuda al Estado para llevarle a él a Alemania y poder repatriar los cuerpos para que los entierren ahí o en Afganistán. Necesitamos ayuda”, reclama.
La abuela de Aladdin está en Turquía porque no tenía dinero para subir al barco que naufragó. Su madre sigue en Afganistán. Es la hermana de su tía, fallecida en el naufragio. “Morirá del dolor cuando lo sepa”. Muchos de los supervivientes son incapaces de llamar a casa para dar la noticia. Algunos lo hacen, pero omiten la información sobre la muerte de sus parientes. La historia de esta familia afgana es parecida a la del resto de víctimas del naufragio.
Los primeros testimonios recogidos por la Fiscalía de Crotona, tal y como publicó la agencia ADNKronos, señalan que el viejo pesquero de madera no fue la primera opción. Había otro barco, de hierro blanco. Pero se averió dos horas después de zarpar y tuvieron que subir, en alta mar, a la embarcación destartalada y hacinarse en la bodega. Ahí aparecieron nuevos traficantes que, cada cierto tiempo y por turnos, les dejaban subir a respirar a la cubierta. Estos testimonios hablan también de una explosión cerca de la costa italiana y un motín contra los traficantes.
Identificar a los supervivientes
Las víctimas son ahora ataúdes ordenados del número 1 al 64 en la morgue del Palacio de Deportes, donde este miércoles abrirá la capilla ardiente. Los de los niños son blancos y más pequeños, y algunos están solo identificados solo con números y letras. Durante todo el lunes y la mañana del martes han llegado familiares desde otros países de Europa —especialmente de Alemania y Austria— o del centro de acogida donde están los supervivientes para ponerles nombre y apellido. Es un trabajo complicado. Y la lista de víctimas todavía no puede cerrarse, porque no se conoce con exactitud el número de migrantes que viajaba en el pesquero y los cuerpos siguen apareciendo en la orilla de la playa de Steccato di Cutro.
Se sabe, eso sí, que había tres traficantes con ellos: un turco, de 49 años, y dos paquistaníes, de 25 y 17 años. Y que cada pasajero pagó al menos 6.000 euros por la travesía mortal. Casi siempre para reunirse con otros parientes que ya vivían en Europa, no para quedarse en Italia.
El relato de otro superviviente, que viajaba solo con su padre, lo confirma. El niño logró llegar a la playa en la madrugada del domingo. Gritaba desesperado. “¡Tenemos que ir a Suecia! Me has dejado aquí, pero tenemos que ir a Suecia!”. Su progenitor apareció. Ambos se encuentran en el centro de acogida de Isola di Capo Rizzuto, a pocos kilómetros de Crotona. No ha tenido tanta suerte Hadi, un afgano llegado de Hamburgo para tratar de encontrar a su primo de 15 años. Lo llamó hace una semana desde Turquía, debían reunirse en Alemania. Viajaba solo. “¿Por qué? Porque Afganistán es un país roto y solo se puede huir de él”, responde Hadi. Una tesis que repiten los familiares de los afganos, cuya única manera de escapar, por mucho dinero que tengan, es a través de ese tipo de rutas.
Crotona, una localidad de 57.000 habitantes en la costa jónica de Calabria, está relativamente acostumbrada a recibir migrantes desde los años noventa. Alberga un centro de acogida con capacidad para unas 1.100 personas. La ruta hasta aquí es larga y muy peligrosa. Pero los migrantes saben que si logran alcanzar esta localidad, podrán quedarse en la instalación de acogida e intentar hacerse con un permiso que les otorgue el estatus de refugiado. Por eso Crotona es uno de los principales destinos de la llamada ruta turca, que durante mucho tiempo sirvió a ciudadanos kurdos para escapar de la guerra.
Durante 30 años, esta ciudad calabresa ha recibido flujos intermitentes, recuerda en la puerta de la morgue el activista Fabio Riganello. A veces, incluso llegaban embarcaciones con muchos más migrantes a bordo. Pero nunca se había producido una catástrofe de estas dimensiones. “Han aumentado mucho en los últimos tiempos las embarcaciones pequeñas fuera de control. Llegan a la playa, al puerto… donde pueden”, apunta.
El problema ahora también será repatriar los cadáveres. O enterrarlos. Los 27 municipios de la provincia de Crotona han ofrecido espacio en sus cementerios. También algunas familias de la zona en sus capillas privadas.
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