Joko Widodo, el anfitrión de un complicado G-20 que proyecta a Indonesia en el mundo
El presidente de turno del grupo, destacado representante de un sur global en desarrollo, logra cerrar una cumbre con alta asistencia y consenso final
Indonesia y su mandatario, Joko Widodo, lograron con su presidencia de turno del G-20 la considerable hazaña de conformar en la cumbre celebrada en Bali un consenso entre las grandes potencias occidentales y orientales en este periodo de fuertes tensiones. Se trata de un significativo resultado obtenido por un destacado representante del sur global no alineado en esta época marcada por el eje Este/Oeste y un impulso a la proyección ...
Indonesia y su mandatario, Joko Widodo, lograron con su presidencia de turno del G-20 la considerable hazaña de conformar en la cumbre celebrada en Bali un consenso entre las grandes potencias occidentales y orientales en este periodo de fuertes tensiones. Se trata de un significativo resultado obtenido por un destacado representante del sur global no alineado en esta época marcada por el eje Este/Oeste y un impulso a la proyección global de este gigante del sureste asiático, el cuarto país más poblado del mundo con casi 280 millones de habitantes. Fuentes diplomáticas europeas alabaron el papel ejercido por la presidencia indonesia antes y después de la cumbre.
Indonesia y Widodo, presidente desde 2014, encarnan un interesante modelo político para ese sur global que intenta consolidarse y adquirir un mayor peso en el mundo. El mandatario —apodado Jokowi— ha liderado esta nación logrando un considerable desarrollo económico, altos niveles de aprobación interna y ahora un salto en la proyección internacional gracias a una gestión del G-20 que se ha revelado habilidosa en circunstancias que abonaron, antes de la cita, fuerte pesimismo.
Widodo se empleó personalmente en el éxito de la cumbre con meses de antelación, incluyendo visitas a Kiev, Moscú y Pekín. Hubo un momento en el que algunos invocaban un boicot de la cumbre si no se excluía a Rusia. Finalmente, por múltiples razones, la cumbre fue un éxito de asistencia y alumbró un acuerdo que no pocos consideraban como mínimo improbable. Además, Indonesia obtuvo en la cumbre la promesa de un grupo de países desarrollados de movilizar 20.000 millones de dólares (cantidad equivalente en euros) de financiación pública y privada para ayudarla en la descarbonización.
La reunión ha permitido a Indonesia exhibir una notable solidez en su ritmo de desarrollo económico en estos tiempos turbulentos y postularse como receptor de inversiones para industrias del futuro. En el tercer trimestre del año, la tasa de crecimiento interanual del PIB se situó en el 5,7%. La inflación, en el mes de octubre, marcó la misma cifra, 5,7%, un buen resultado a la vista de los niveles de dos dígitos que registran muchos países. La facturación por exportaciones crece a buen ritmo; aceite de palma y carbón térmico son los principales factores, pero también la manufactura tiene peso.
Además, la inversión directa extranjera vive un pico notable, sobre todo por los fondos destinados al procesamiento de materias primas. Indonesia es una potencia minera, con fuertes niveles de producción en elementos como níquel, bauxita y grandes reservas de cobalto, materiales útiles para tecnologías del futuro como la de la transición ecológica. El perfil no alineado del país representa un activo para poder atraer inversiones de ambos polos de la confrontación Occidente/Oriente.
Estos datos son el resultado de una dinámica de largo recorrido, con tasas de crecimiento en el entorno del 5% desde hace muchos años —con la salvedad de la caída pandémica—. El Gobierno de Widodo ha acompañado esta dinámica con un fuerte impulso infraestructural, construyendo autopistas, puentes y presas a un ritmo muy superior al pasado. El PIB indonesio tiene hoy un tamaño parecido al de España, y las proyecciones apuntan a que con el tiempo irá escalando posiciones.
Pero, sobre todo, ha facilitado este desarrollo asegurando un alto nivel de estabilidad política, con una interpretación dialogante, inclusiva del proceso de consolidación democrático del país. Un ejemplo significativo de este esquema político es cómo Widodo resolvió la crisis abierta en 2019 por Prabowo Subianto Djojohadikusumo, exgeneral que compitió contra él en las presidenciales y rechazaba reconocer su derrota alegando fraude y promoviendo protestas. Ahora es el ministro de Defensa de Widodo.
El presidente de Indonesia alcanzó el poder proyectando una imagen de sencillez, de hombre del pueblo que logró avanzar sin pertenecer a las élites. Pero ha evitado llevar al extremo ese posicionamiento, sin derivar en planteamientos de populismo desgarrador. Ante los deterioros democráticos en Turquía y Túnez, de alguna manera Indonesia —el país con más musulmanes del mundo— se configura como posible nuevo modelo de democracia en el mundo islámico.
Freedom House, organización que se dedica a analizar el estado de salud democrática de los países, señala que Indonesia “ha conseguido impresionantes avances democráticos desde la caída de un régimen autoritario en 1998, estableciendo un significativo pluralismo en la política y en los medios”. Widodo, en el poder desde hace ocho años, es parte de esta historia de progreso.
La maduración democrática del país es, no obstante, incompleta, y naturalmente no faltan elementos cuestionables en la senda del país y en la gestión de Widodo.
Sus críticos, por ejemplo, denuncian que la agencia anticorrupción, antaño independiente, ha resultado debilitada al convertir a sus miembros en funcionarios, un hecho que la propia Freedom House señala con inquietud, junto a persistentes episodios de violencia contra minorías. Amnistía Internacional denuncia un incremento de los ataques contra activistas de defensa de derechos humanos en 2021.
El ambicioso proyecto para crear ex novo una capital —llamada Nusantara— con la intención de descongestionar Yakarta y expandir el dinamismo económico más allá de Java, epicentro de esta nación archipiélago con unas 17.000 islas, se está topando con importantes dificultades, tanto desde el punto de vista del desarrollo de las infraestructuras y la recolección de inversiones, así como por críticas en un proceso legislativo considerado por los oponentes como demasiado apresurado.
También, otros países como Vietnam parecen estar logrando interceptar una mayor parte de las inversiones de empresas que quieren diversificar su cadena de suministro manufacturera reduciendo la dependencia de China.
Pero es evidente que el camino de progreso de Indonesia ha sido tangible y ahora Widodo añade un positivo logro en clave internacional. La gestión del G-20 ha permitido a Indonesia construir un entramado de relaciones y experiencia que podrá facilitarle un salto en adelante en la arena global con respecto a su posición anterior. Queda por ver cómo sabrá aprovecharlo, en la recta final de mandato de Widodo —que expira en 2024 y no podrá repetir—y el incierto futuro de la siguiente etapa.
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