El pastor protestante que fabrica ‘cocinas cohete’ para el frente en Ucrania
Un sacerdote de Kiev que espera su décimo hijo y ha llegado a acoger a 34 refugiados en su casa se centra ahora en ayudar a los militares
En la aldea de Velyka Vilshanka, en la región de Kiev, se multiplican estos días las oraciones por un bebé que no se sabe todavía en qué condiciones va a llegar a este mundo. Su madre, Dana, de 39 años, permanece ingresada por el alto riesgo de aborto en el hospital de Vasilkov, a una quincena de kilómetros de la residencia familiar. El padre, Ihor, de 47, es el pastor de la Iglesia Pentecostal de la localidad. El que está de camino es el décimo hijo. O hija. No saben. “A los médicos les sorprende que siga vivo”, comenta el religioso optimista sobre el aguante de la criatura en el vientre mate...
En la aldea de Velyka Vilshanka, en la región de Kiev, se multiplican estos días las oraciones por un bebé que no se sabe todavía en qué condiciones va a llegar a este mundo. Su madre, Dana, de 39 años, permanece ingresada por el alto riesgo de aborto en el hospital de Vasilkov, a una quincena de kilómetros de la residencia familiar. El padre, Ihor, de 47, es el pastor de la Iglesia Pentecostal de la localidad. El que está de camino es el décimo hijo. O hija. No saben. “A los médicos les sorprende que siga vivo”, comenta el religioso optimista sobre el aguante de la criatura en el vientre materno. “Nos gusta tener una gran familia y aceptar todas las bendiciones que Dios nos ofrece”, señala en presencia, entre otros, de la hija mayor, Nastia, de 21 años, y el pequeño, David, de tres.
Pero en medio de la incertidumbre, este hombre de manos descomunales sigue sacando tiempo para realizar labores humanitarias y ayudar a quien lo necesite. Lo lleva haciendo desde que comenzó la invasión rusa el pasado 24 de febrero. Ha distribuido como voluntario ropa y comida e incluso ha abierto las puertas de su casa hasta a 34 personas a la vez de diferentes familias refugiadas del este del país. “Cuando alguien se quedaba bloqueado en un control de carretera porque llegaba la hora del toque de queda lo mandaban a nuestra casa”, cuenta con una sonrisa. Ahora su atención está centrada en fabricar de forma artesanal, soldador en mano, las conocidas como cocinas cohete. Se trata de un artilugio que permite cocinar con muy poca leña, que aguanta bien el viento y que, al mismo tiempo, se desmonta para facilitar su portabilidad, algo que demandan los militares, comenta. “Lo de cohete viene porque es lo que parece cuando se enciende”, añade. También está reacondicionando calderas de calentadores de agua para que sirvan de calefacción.
El pentecostalismo, bajo el paraguas de la Iglesia Protestante, nació en el siglo XIX en Estados Unidos. Desde allí recibió Ihor una donación hace unas semanas. Pensó que lo mejor era invertirlo en mejorar las condiciones en las que los soldados van a pasar el invierno en el frente. Decidió adquirir cocinas de campaña que funcionen sin gas ni electricidad, pero comprobó que el mercado está disparado por la crisis energética que sacude a Ucrania. El Ejército ruso se ha centrado en las últimas semanas en bombardear las infraestructuras que suministran agua, luz y calefacción y los precios de cualquier aparato que ayude a la población a sobrevivir se han multiplicado. “Los precios son una locura y no quiero ser uno de ellos”, afirma para criticar a los que están sacando tajada encareciendo los productos.
Tras encontrar un tutorial en YouTube, decidió que él no compraría nada hecho. Y se puso manos a la obra. “Soy un hombre de campo. Puedo con ello”, justifica enfundado en un peto de seguridad mientras se cubre el rostro con la máscara antes de que empiecen a saltar las chispas. Se afana con rapidez porque sabe que el corte de luz no tardará en llegar. Es la manera con la que las autoridades imponen el ahorro de energía entre la población.
Desde que comenzó en septiembre, Ihor ha fabricado 35 cocinas soldando pacientemente cada una de las piezas de metal que previamente ha cortado de planchas. Ha echado bien las cuentas. A él cada una le sale por unas 800 grivnas (unos 21 euros), cuando en un comercio asegura que le hubieran costado el triple. “Es mejor redondear los cantos para que no arañen ni se enganchen en la ropa”, dice Ihor mientras acaricia la que está terminando. De fondo ladran los perros y corretean las gallinas junto a la huerta.
Cuando estalló la guerra, la región de Kiev fue el primer objetivo de las tropas enviadas por el presidente ruso, Vladímir Putin. La aldea de Velyka Vilshanka se libró de la ocupación y los combates. Ihor se volcó entonces en los más necesitados, civiles o militares. La todavía imperante ley marcial impide a los hombres de entre 18 y 65 años salir del país. Hay excepciones. Una de ellas es tener más de tres hijos. Ihor recuerda que el ejército que supone su familia era un pasaporte más que seguro para haberse ido de Ucrania de inmediato. “Junto con mi mujer decidimos que no nos iríamos. Algo me decía que este pueblo era seguro. Para mucha gente local nuestra familia es la última esperanza y no podíamos dejarlos solos. Si nos veían irnos, ellos se irían. Como nos quedamos, ellos también se quedaron”.
Ihor habla como si fuera una especie de mesías. Hace 13 años que cogió a su familia, dejaron Kiev y se instalaron en Velyka Vilshanka, medio centenar de kilómetros al sur de la capital de Ucrania. “Creíamos que esta gente necesita de Dios”, argumenta. Fue un atrevimiento que un protestante se lanzara así a la piscina en un país en el que aproximadamente el 90% de la población sigue los pasos de la Iglesia Ortodoxa. “Pensaban que éramos satánicos. Tuvimos muchas dificultades al principio. Murmuraban mucho sobre nosotros y hasta nos amenazaban. Pero han acabado por conocernos como servidores de Dios. La situación ahora ha mejorado”, agradece mientras la luz, como había predicho un rato antes, se esfuma pasado el mediodía. Nastia, la hija mayor, que estudia diseño de moda en Kiev, abraza a su padre mientras comenta al reportero lo feliz que es en su familia.
El pastor insiste una y otra vez en que no entiende cómo se ha llegado a la guerra actual. “Hay religiosos que están bendiciendo la ocupación y lo siento por ellos”, señala. Más allá de consideraciones ultraterrenales, en la aldea hay un buen motivo para abrir las puertas a la familia de Ihor. Seis de sus hijos acuden a la escuela y representan el 10% del alumnado del centro. “En estos 13 años se han dado cuenta de que no somos monstruos”, agradece el pastor protestante.
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