Muere la reina Isabel II de Inglaterra, referente de la monarquía europea

La soberana fallece a los 96 años, tras siete décadas al frente de la corona británica

La reina Isabel II, en junio de 2015, durante un viaje oficial a Alemania. Foto: SEAN GALLUP (GETTY IMAGES) | Vídeo: EPV

Isabel II ha fallecido este jueves a los 96 años, en su residencia de Balmoral y rodeada por toda su familia, según ha anunciado el palacio de Buckingham. “La Reina ha muerto en paz en Balmoral esta tarde. El Rey [Carlos de Inglaterra] y la Reina Consorte [Camilla Parker-Bowles] permanecerán en Balmoral esta tarde y regresarán mañana a Londres. Jueves. 8 de septiembre de 2022″, ha señalado un sobrio comunicado sobre fondo negro en la página oficial del palacio.

“La muerte de mi querida madre, Su Majestad la Reina, es un momento de enorme tristeza para mí y para todos los miembros de mi ...

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Isabel II ha fallecido este jueves a los 96 años, en su residencia de Balmoral y rodeada por toda su familia, según ha anunciado el palacio de Buckingham. “La Reina ha muerto en paz en Balmoral esta tarde. El Rey [Carlos de Inglaterra] y la Reina Consorte [Camilla Parker-Bowles] permanecerán en Balmoral esta tarde y regresarán mañana a Londres. Jueves. 8 de septiembre de 2022″, ha señalado un sobrio comunicado sobre fondo negro en la página oficial del palacio.

“La muerte de mi querida madre, Su Majestad la Reina, es un momento de enorme tristeza para mí y para todos los miembros de mi familia. Lamentamos profundamente la muerte de una Soberana querida y una madre muy amada”, ha dicho Carlos III en su primer comunicado oficial como monarca.

La salud de la reina más longeva y popular del Reino Unido comenzó a declinar desde que muriera, en abril de 2021, su esposo, Felipe de Edimburgo. La monarca pudo presenciar en primera persona las celebraciones en todo el país en julio por sus 70 años de reinado —el Jubileo de Platino—, e incluso estuvo en condiciones, esta misma semana, de recibir en su residencia escocesa al primer ministro saliente, Boris Johnson, y de encargar a su sucesora, Liz Truss, la formación de un nuevo Gobierno en su nombre. Era el decimoquinto primer ministro que recibía una monarca que ha sido parte fundamental de la historia británica de la segunda mitad del siglo XX y de las dos primeras décadas del XXI. A pesar de las tormentas y contratiempos vividos por la Casa de los Windsor durante este tiempo, la popularidad de Isabel II se mantuvo robusta hasta el final de lo que los historiadores definen ya como la “segunda era isabelina”.

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Fueron necesarias décadas de templanza, moderación, aprendizaje, torpezas corregidas y un anacrónico pero necesario sentido del deber para que Isabel II fuera la parte indispensable del paisaje de la que ningún británico estaba dispuesto a prescindir. Ella fue la razón de que una artista tan gamberra y provocadora como Tracey Emin, cuya obra de arte más conocida es una cama revuelta con las sábanas manchadas, se declarara una “monárquica secreta”. O de que Vivienne Westwood, la diseñadora británica de moda asociada a la estética del punk y de la new wave, declarara, como millones de mujeres en todo el mundo, ser “muy fan” de la reina.

Isabel II, el símbolo universal de lo que representa una casa real europea, fue la demostración más evidente de que la supervivencia de la institución monárquica depende siempre de la personalidad de quien ostenta la corona. Y la suya fue una combinación perfecta de tradicionalismo, invisibilidad, liturgia, modernidad en pequeños sorbos y una delicada neutralidad constitucional que logró el respeto de los 15 primeros ministros, conservadores y laboristas, que gobernaron en su nombre.

Clement Attlee, el socialdemócrata que construyó el Estado del bienestar en el Reino Unido y quitó a los suyos las ganas de flirtear con los sentimientos republicanos, escribió que “todos los monarcas, si están preparados para escuchar, adquieren a lo largo de los años un considerable inventario de conocimiento sobre los hombres, y sobre los asuntos humanos. Y si tienen además buen juicio, son capaces de ofrecer buenos consejos”. Setenta años de reinado proporcionaron a Isabel Alejandra María, la primogénita de Jorge VI e Isabel Bowes-Lyon, nacida en Londres el 21 de abril de 1926, la experiencia suficiente para seducir y granjearse el respeto de egos descomunales como Winston Churchill, Margaret Thatcher, Tony Blair o Boris Johnson.

Isabel, duquesa de York, con su hija, la futura reina Isabel II, nacida el 21 de abril de 1926.Speaight (Getty Images)
Retrato de la familia real británica en abril de 1937. En la imagen, el rey Jorge VI, su esposa, Isabel Bowes-Lyon, y sus dos hijas, las princesas Isabel y Margarita.AP
Las princesas Margarita, a la izquierda, e Isabel, el 10 de octubre de 1940, en una alocución radiofónica dirigida a los niños del Imperio Británico durante la II Guerra Mundial. Topical Press Agency (Getty Images)
La entonces princesa Isabel posa, el 10 de abril de 1945, delante de un camión de la Cruz Roja. La futura reina sirvió como mecánica durante la II Guerra Mundial.
La princesa Isabel, junto a Felipe Mountbatten, en el anuncio de su compromiso en el palacio de Buckingham, en julio de 1947.Getty
Foto de familia del día de la boda de la princesa Isabel y Felipe de Edimburgo, celebrada el 20 de noviembre de 1947 en la abadía de Westminster, en Londres.PA Images (PA Images via Getty Images)
El 6 de febrero de 1952 fallecía el rey Jorge VI. La entonces princesa conocía la noticia durante su estancia en Kenia en un viaje oficial por los países de la Mancomunidad de Naciones. En la imagen, Isabel II y su marido, el duque de Edimburgo, vitoreados por las calles de Nairobi, el 3 de febrero de ese año. Chris Ware (Getty Images)
De izquierda a derecha, la princesa Isabel, su abuela, la reina María de Teck, y la reina madre, Isabel Bowes-Lyon, permanecen en la entrada de Westminster, donde fue trasladado el féretro del rey Jorge VI de Inglaterra, en Londres en febrero de 1952.AP
La reina Isabel posa en el castillo de Balmoral el 28 de septiembre de 1952. Este enclave escocés siempre ha sido uno de sus favoritos, y los perros de la raza corgi, sus animales de compañía inseparables.Bettmann (Bettmann Archive)
El 2 de junio de 1953 fue la fecha de la coronación de Isabel II, un evento que se preparó a lo largo de más de un año y que fue retransmitido por televisión, convirtiéndose en la primera coronación de la realeza difundida a nivel mundial. En la imagen, posa junto a sus damas de honor.Universal History Archive (Universal Images Group via Getty)
Isabell II, acompañada de sus hijos Carlos y Ana, charla con el primer ministro británico, Winston Churchill, en una imagen tomada en 1953.Central Press (Getty Images)
Retrato oficial de Isabel II y el duque de Edimburgo, difundido en diciembre de 1958. Michael Ochs Archives (Getty Images)
La reina Isabel II y el presidente francés, Charles de Gaulle, se trasladan en carruaje hacia el palacio de Buckingham el 4 de mayo de 1960 con motivo de una visita de Estado del mandatario francés a Londres.PA Images (PA Images via Getty Images)
La reina Isabel II recibe al matrimonio Kennedy en una cena de gala ofrecida en el palacio de Buckingham, Londres, el 5 de junio de 1961.Anonymous (AP)
La reina, el 13 de junio de 1964, con sus dos hijos pequeños, Andrés y Eduardo, entonces recién nacido.Bettmann (Bettmann/Corbis)
La familia real británica, en 1969. Desde la izquierda, el príncipe Eduardo, Felipe de Edimburgo, la reina Isabel, la princesa Ana, y los príncipes Carlos y Andrés. Fox Photos (Getty Images)
El 29 de julio de 1981 Diana Spencer le daba el "sí, quiero" a Carlos de Inglaterra y se convertía así en la princesa de Gales. En la imagen, la pareja se asoma a los balcones del palacio de Buckingham acompañados de la reina Isabel y los pequeños lord Nicholas Windsor, Edward Van Cutsem, Sarah Jane Gaselee y Catherine Cameron.Tim Graham (Tim Graham Photo Library via Get)
Durante la visita de Estado al Reino Unido de Ronald Reagan, en junio de 1982, el presidente de EE UU y la reina Isabel salieron a cabalgar por los alrededores del castillo de Windsor.Diana Walker
De izquierda a derecha, la reina Isabel, el presidente de EE UU, Ronald Reagan, y la primera ministra británica, Margaret Thatcher, durante un banquete especial organizado por la reina en Buckingham después de la cumbre económica de Londres, el 9 de junio de 1984.PA Images (PA Images via Getty Images)
Carlos de Inglaterra saluda a su madre durante un partido de polo, en 1985.Keystone (Getty Images)
Los partidos de polo suelen ser uno de los escenarios habituales para la familia real británica. En la imagen, Isabel II acompañada de sus nietos, los príncipes Guillermo y Enrique, en 1987.Tim Graham (Tim Graham Photo Library via Get)
Isabel II tan solo visitó en una ocasión España, fue en 1988. En la imagen, junto al rey Juan Carlos durante una exhibición de flamenco en su estancia en Sevilla el 20 de octubre de ese año. Junto a ellos, el príncipe Felipe de Edimburgo (a la derecha) y el diplomático Emilio Cassinello.Pablo Juliá (EL PAÍS)
La reina Isabel II de Inglaterra calificó 1992 como "annus horribilis" (año terrible). Fue durante un banquete ofrecido en su honor en Londres, con ocasión del cuadragésimo aniversario de su ascenso al trono. "1992 ya no será un año que yo recordaré con una alegría sin tacha", declaró, su primera alusión pública a las preocupaciones que asaltaban entonces a la familia real británica. Isabel II pidió a la prensa "dulzura y comprensión", ante la mirada de su marido, Felipe de Edimburgo.PA Images via Getty Images PA Images (PA Images via Getty Images)
La reina y Felipe de Edimburgo observan los miles de ramos de flores depositados por ciudadanos en el exterior del palacio de Buckingham en memoria de Diana de Gales, fallecida en un accidente de tráfico en París el 31 de agosto de 1997.Reuters
El 9 de abril de 2005, Carlos de Inglaterra y Camila de Cornualles se casaban en la capilla de San Jorge del castillo de Windsor. En la imagen, la foto de familia, en la que el nuevo matrimonio posa junto a la reina Isabel, el duque de Edimburgo, Guillermo y Enrique de Inglaterra (a la izquierda); Laura y Tom, hijos de Camila, y Bruce Shand, su padre (a la derecha).Tim Graham Picture Library (Tim Graham Photo Library via Get)
La reina Isabel II se traslada en carruaje desde el palacio de Buckingham hasta el palacio de Westminster para asistir a la apertura del Parlamento, el 6 de noviembre de 2007. Max Mumby/Indigo (Getty Images)
Durante la gala de inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres 2012, la reina Isabel II participó en un 'sketch' junto a Daniel Craig, el último actor encargado de dar vida en el cine a James Bond.
Isabel II y el duque de Edimburgo recibieron en septiembre de 2010 al papa Benedicto XVI en el palacio de Holyrood, en la ciudad de Edimburgo.POOL (REUTERS)
Kate Middleton y Guillermo de Inglaterra saludan a la reina Isabel tras contraer matrimonio en la abadía de Westminster, el 29 de abril de 2011. La boda del segundo en la línea de sucesión al trono británico, a la que asistieron 1.900 invitados, fue oficiada por el arzobispo de Canterbury.WPA Pool (Getty Images)
Cuatro generaciones en una imagen. En esta fotografía, difundida por el palacio de Buckingham en abril de 2016 para celebrar los 90 años de Isabel II, la monarca aparece acompañada de los tres herederos al trono británico. De izquierda a derecha, su hijo Carlos de Inglaterra y el príncipe Jorge cogido de la mano de su padre, Guillermo de Inglaterra.RANALD MACKECHNIE/ROYAL MAIL (AFP)
El rey Felipe VI saluda a la reina Isabel II en Londres durante su primera visita de Estado a Inglaterra, el 12 de julio de 2012. WPA Pool (Getty Images)
El príncipe Enrique de Inglaterra (segundo por la izquierda) y la duquesa de Sussex, Meghan Markle (a la derecha), presentan en marzo de 2019 a su hijo recién nacido, Archie Harrison Mountbatten-Windsor, a la madre de la duquesa de Sussex, Doria Ragland (segunda por la derecha), a la reina Isabel II de Inglaterra (en el centro de la imagen) y a su esposo Felipe, duque de Edimburgo, en el castillo de Windsor.
Durante el funeral por su esposo y por las restricciones derivadas de la pandemia, se vio a la reina sentada sin compañía y ataviada con una mascarilla en la capilla de San Jorge, en el castillo de Windsor. Felipe falleció a los 99 años el 9 de abril de 2021. Estuvieron juntos 73 años. Jonathan Brady (AP)
Esta es la foto de la última aparición pública de la reina Isabel II, tomada el 6 de septiembre, dos días antes de fallecer, mientras esperaba a la nueva primera ministra del Reino Unido, Liz Truss, en una de las salas del castillo de Balmoral (Escocia). POOL (Reuters)

El tiempo jugó a favor de Isabel II, porque a medida que fueron pasando las décadas de su reinado, la monarquía británica fue perdiendo sus poderes discrecionales para convertirse en una institución más reglada y limitada. Heredó un imperio y se convirtió a los 25 años en la clave de bóveda de su arquitectura constitucional. Acabó siendo la representación visible y el anhelo de estabilidad y unidad de un país fragmentado. Con sus poderes ampliamente reducidos, pero con una influencia sobre el devenir de los británicos difícilmente alcanzable por cualquier figura política. En 1956, con la dimisión del primer ministro Anthony Eden; o en 1963, con la dimisión de Harold Mcmillan, la reina pudo ejercer su poder de designar un sucesor. En 1965, al imponer el Partido Conservador su propio método de elección interna de líder, quitó a la monarca esa prerrogativa. Afortunadamente, sugirieron los historiadores. “La monarquía se benefició de todas estas restricciones en los poderes de la reina, porque todo ejercicio de discreción tiende forzosamente a ser polémico”, defendía el profesor Vernon Bogdanor, el constitucionalista británico más prestigioso, en la conferencia que impartió en el Gresham College en 2016 para celebrar los 90 años de Isabel II.

El 6 de febrero de 1952, Jorge VI murió en la cama, a los 56 años. El hombre cuya tartamudez y ataques de ira le prefiguraban como un rey imposible; el joven que lloró en los hombros de su madre cuando el destino le impuso una responsabilidad inesperada; el monarca que se granjeó el respeto de los británicos al sufrir junto a ellos, en Londres, el bombardeo alemán de la II Guerra Mundial, había dispuesto que su primogénita, Isabel, tuviera la preparación constitucional para ser la reina que él nunca pudo tener. No solo aprendió de tutores particulares como el rector del prestigioso y elitista colegio de Eton, Henry Marten, los usos y costumbres parlamentarios de Gran Bretaña —como comprobaron con asombro varios de los primeros ministros con quienes despachó—, sino que memorizó de principio a fin la biblia a la que también se aferraron su abuelo, Jorge V, y su padre, para entender el difuso pero trascendental papel de la corona británica: The English Constitution (La Constitución Inglesa), el ensayo escrito por Walter Bagehot, legendario director del semanario The Economist. Defendía Bagehot que la Constitución —no escrita— de Inglaterra (en 1860 todo lo británico era inglés, y todo lo inglés, británico) tenía dos ramas: la solemne y la eficaz. Al Gobierno, al Parlamento y a la Administración correspondía la segunda. A la monarquía, “que simbolizaba al Estado a través de la pompa y la ceremonia”, le correspondía la primera.

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Isabel II accedió al trono lejos del Reino Unido. Se enteró en Kenia de la muerte de su padre. Realizaba la primera etapa de una larga gira junto a su esposo, el duque de Edimburgo, por varios países de la Commonwealth. En la noche anterior, dormían ambos sobre la copa de una gigantesca higuera en el Parque Nacional de Aberdare. “Por primera vez en la historia de la humanidad, una joven subió a un árbol como princesa y bajó al día siguiente como reina”, escribió el naturalista británico Jim Corbett, que se hospedaba por entonces en el mismo hotel.

La noticia cambió su vida, pero, a diferencia de Jorge VI, ella ya estaba preparada para su destino. “Ante todos vosotros declaro que mi vida entera, sea larga o corta, estará dedicada a vuestro servicio, y al servicio de la gran familia imperial a la que todos pertenecemos”, había dicho la princesa por radio desde Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, un 21 de abril de 1947, al cumplir 21 años. Esa “familia imperial” se ha ido disolviendo durante los años más en una comunidad cultural y sentimental de naciones que en una organización internacional con voz y peso propio. Pero ha sido sobre todo la figura de Isabel II la razón última para que países como Canadá o Australia, de naturaleza republicana, mantuvieran a la reina como su jefa de Estado.

El peso de la familia

La Casa de los Windsor ha tenido sus abundantes raciones de drama. Y entraba dentro de lo normal que el drama familiar se convirtiera en nacional. Como la abdicación de Eduardo VIII, más tarde el duque de Windsor, por su amor a la divorciada estadounidense Wallis Simpson. O el romance imposible de la princesa Margarita, hermana de la reina, con el capitán Peter Towsend, héroe de guerra. En ambos casos, Isabel II pudo poner orden de acuerdo con las rígidas reglas heredadas de la institución monárquica.

El terremoto de Lady Di empujó a la reina y al palacio de Buckingham a una dimensión desconocida: el drama ya era global, y la monarca se vio obligada a lidiar con un concepto hasta entonces desconocido para ella: la cultura popular. Fue el 24 de noviembre de 1992, en un discurso en el que celebraba los 40 años de su ascensión al trono, cuando Isabel II definió aquel año como annus horribilis. Vistas en perspectiva, las desgracias de aquellos meses casi despiertan un sentimiento de ternura, comparadas con lo que vendría años después.

En 1992, se divorció el príncipe Andrés de su esposa, Sarah Ferguson. Treinta años después, su madre se vería obligada a pagar de su bolsillo parte de los más de 14 millones de euros que el duque de York tuvo que desembolsar para poner fin al oprobio de una acusación de abusar sexualmente de una menor. En 1992 también se airearon a través de libros o filtraciones a la prensa las infidelidades de Diana de Gales y de Carlos de Inglaterra. Cinco años después, la muerte de Lady Di puso en jaque todo el mundo construido alrededor de Isabel II. La isla de Mauricio eligió en 1992 abandonar la Commonwealth y convertirse en República. Veintidós años después, Escocia llevó hasta el precipicio, con un referéndum de independencia, al Reino Unido. Y dos años más tarde, el Brexit hundió al país en una crisis de identidad de la que apenas ha comenzado a recuperarse.

La reina Isabel II, junto a su esposo, Felipe de Edimburgo, durante la celebración del 40º aniversario de su ascensión al trono.PA Images via Getty Images PA Images (PA Images via Getty Images)

Isabel II estuvo presente en todos esos momentos. Discreta, a la hora de afrontar las desgracias familiares. Neutral, frente a la amenaza de fragmentación de su reino. “Espero que los votantes piensen cuidadosamente en su futuro”, se limitó a decir antes de que los escoceses se pronunciaran. Dice mucho sobre el respeto a su figura el hecho de que la propuesta de independencia del Partido Nacional Escocés de Nicola Sturgeon contemplara desde el primer momento que Isabel II continuara siendo la reina del nuevo país.

Su verdadera prueba de fuego no fueron ni las sucesivas crisis económicas que le tocó afrontar, desde su papel institucional, ni las guerras, ni el malestar social de los años setenta, ni el terrorismo del conflicto norirlandés. Su momento más delicado fue la muerte de Lady Di, cuando la voluntad de mantener en la esfera privada el duelo familiar —y su evidente escaso apego hacia la “princesa del pueblo”— chocó de bruces con un sentimiento popular de dolor que rozó la histeria, y culpó sin matices al palacio de Buckingham del desdichado final de quien hubiera podido ser ella misma reina.

El proceso de despertar y de redención de Isabel II quedó inmortalizado en la memoria de todos los que vieron The Queen (La Reina), la magistral película de Stephen Frears con la también magistral interpretación de Helen Mirren. Aquel momento en que la reina decidió finalmente regresar desde Balmoral (Escocia) a Londres, y recorrer a pie el manto de flores que miles de ciudadanos habían dejado frente a la verja del palacio de Buckingham, ha permanecido en la historia como el instante en que Isabel II se reconcilió con un pueblo que no renegaba de ella, sino que esperaba un mínimo gesto para perdonarla.

La Reina Isabel II y su esposo, Felipe de Edimburgo, observan los miles de ramos de flores depositados por ciudadanos en el exterior del palacio de Buckingham, en memoria de Diana de Gales, fallecida en accidente de tráfico, en una imagen del 5 de septiembre de 1997.Reuters

Lo contó Robert Lacey en su libro Monarquía: La Vida y Reinado de Isabel II: “Vestida de negro, mientras recorría la larga fila de ciudadanos dolientes, una niña de 11 años le ofreció cinco rosas rojas. ‘¿Quieres que las coloque junto a las otras?’, preguntó la reina. ‘No, majestad. Son para usted”, replicó la pequeña. “Escuchamos cómo la gente comenzaba tímidamente a aplaudir’, recordó uno de los ayudantes de palacio. ‘Y recuerdo que pensé: ¡buuf!, todo sigue en orden”.

Isabel II tuvo la virtud, a medida que avanzaba su reinado, de transmitir a los británicos, con su mera presencia, con su cumplimiento estricto del papel que le correspondía, esa sensación de que “todo estaba bien”. Aunque no lo estuviera. Sobre todo, porque no siempre supo gestionar correctamente los desmanes de los miembros de su familia. O no siempre le correspondieron sus descendientes con el respeto debido.

Aguantó hasta que resultó inaguantable la sórdida amistad de su hijo Andrés —el favorito, según han afirmado durante décadas los medios británicos— con el millonario pederasta estadounidense Jeffrey Epstein. Y solo decidió despojarle de títulos y honores, y apartarlo de la vida pública, cuando su proximidad se convirtió en un peligro para la institución. O decidió también despojar de rango y privilegios a su nieto Enrique cuando desde la distancia estadounidense emprendió una campaña de acusaciones de abuso y de supuesto racismo contra su esposa, Meghan Markle.

Ni una palabra de la reina en uno u otro caso. No existe ni una entrevista de la monarca durante 70 años de reinado. Las concedió su esposo, el príncipe Felipe de Edimburgo, fallecido el 9 de abril de 2021. Las dieron sus hijos Carlos o Andrés. Las han dado sus nietos, Guillermo o Enrique.

Isabel II fue a la vez un libro abierto y un misterio. Simple en sus aficiones: la naturaleza, la caza, y sobre todo los caballos. Simple en sus rutinas: terminó cada día de su vida con una breve anotación en un diario de lo realizado durante la jornada, pero, salvo que la historia arroje una sorpresa, sin grandes reflexiones ni juicios de valor sobre aquello de lo que escribía.

Fue uno de los actores principales del gran teatro del mundo, representando el papel que de ella esperaban miles de millones de espectadores. Recibió a 12 presidentes de Estados Unidos, a centenares de dignatarios internacionales, y se reunió con cuatro Papas. La cabeza de la Iglesia anglicana, que rezaba cada noche antes de acostarse y era una creyente devota, vio evolucionar con los tiempos la doctrina que comandaba al aceptar divorcios, o consagrar mujeres y homosexuales.

La reina y sus primeros ministros

La primera vez que Isabel II encargó la formación de un Gobierno en su nombre a un primer ministro más joven que ella fue en 1990. Era el conservador John Major. Le seguiría Tony Blair, 27 años menor que la monarca. Cuando accedió al trono, en 1952, no habían nacido ni la recién nombrada primera ministra Liz Truss, ni Boris Johnson, ni David Cameron ni el propio Blair.

Si la joven reina admiró y escuchó con humildad los consejos de Winston Churchill, con los años, fue ella la que pudo aconsejar desde su propia experiencia a muchos políticos víctimas de ese mal tan propio de la profesión, el adanismo. La creencia de que la historia comienza con ellos.

Aunque la mayoría de ellos dieron a la monarca el papel que le correspondía. Anthony Eden compartió con ella los planes secretos de aquella catástrofe que supuso en 1956 la invasión del canal de Suez. Y Margaret Thatcher la mantuvo al tanto de la guerra de las Malvinas contra Argentina.

El papel de la reina fue en todo momento el de expresar sus dudas o preocupaciones a través de preguntas, y para la historia ha quedado la convicción generalizada de que a Blair, en alguna de las audiencias previas a la invasión de Irak, le preguntaría si no merecía la pena dar algo más de tiempo a la iniciativa y buscar el respaldo de la ONU que nunca se obtuvo.

La pandemia y la muerte de Felipe

El reinado de Isabel II fue la imagen constante de una pareja cómplice e inseparable. Felipe de Edimburgo fue la única persona capaz de cantar a la reina las verdades del barquero, y de arrancarle en público la mayor de las sonrisas. “Ha sido, simplemente, mi fuerza y mi apoyo durante todos estos años (…) y tengo con él una deuda mucho mayor de la que nunca me reclamará, o de la que nunca nadie sabrá”, dijo de su esposo en 1997, al cumplir sus bodas de oro.

Cuando el 17 de abril de 2021 los británicos vieron a su reina sola, de negro, embozada en una mascarilla, velando el féretro del duque de Edimburgo en la capilla del castillo de Windsor, muchos percibieron el fin de una era. Por entonces, Isabel II llevaba más de un año confinada en ese castillo, junto a su esposo. Su agenda pública se había reducido drásticamente, y la incrementada presencia en primera línea de Carlos de Inglaterra, su hijo y heredero, o del príncipe Guillermo (segundo en la línea de sucesión) y su esposa, Kate Middleton, hacía pensar que la monarca iba entregando poco a poco el testigo a otra generación.

Pero la pandemia concluyó, e Isabel II fue incrementando su actividad oficial a medida que se acercaba la gran celebración del Jubileo de Platino, en 2022. La promesa de servicio a sus ciudadanos hasta el final de sus días, que realizó en su 21º cumpleaños, llevaba implícita la idea de que un monarca británico solo abandona el trono cuando fallece. Los últimos años de la reina estuvieron plagados de rumores sobre su retirada de la vida pública y la decisión de dar vía libre al reinado de su hijo Carlos. Nunca se confirmaron.

La descripción más cariñosa, y probablemente la más cercana al sentimiento y percepción general de su reina que tuvieron muchos británicos, la escribió el profesor de Política e Historia, Ben Pimlott, el autor de la biografía más equilibrada y honesta de Isabel II: “Siempre fue la niña pequeña en el palacio enorme, con su nariz aplastada contra el cristal de la ventana. Le gustaba pensar, y quizá acertó, que muchos de sus súbditos veían en ella a alguien muy parecido a ellos: prosaica, nada pretenciosa, la clase de persona que, en palabras de uno de sus admiradores, recorre la casa para ir apagando las luces que los niños se dejaron encendidas”.

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