La diseñadora peruana de joyas que espiaba para Moscú

Una mujer encandiló a la alta sociedad de Italia para recabar información de la OTAN que compartía con Rusia

La supuesta diseñadora de joyas que decía llamarse María Adela Kuhfeldt Rivera, durante uno de los eventos sociales que organizaba en Nápoles (Italia), en una imagen sin datar.Marco Baldassarre (RR SS)

María Adela Kuhfeldt Rivera era sofisticada y atenta. Hija de padre alemán y madre peruana, era una de esas personas que hace sentir bien a todos en un cocktail. Había viajado por el mundo entero mostrando su exquisita colección de joyas. Ese encanto natural le abrió las puertas de la alta sociedad de Nápoles (Italia), donde comenzó a tejer relaciones con miembros de la base de la OTAN y personal militar de Estados Unidos. Era capaz de crear esas atmósferas de intimidad en las que hasta los más precavidos empiezan a soltar la lengua. El problema es que ellos no sabían frente a quién se ...

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María Adela Kuhfeldt Rivera era sofisticada y atenta. Hija de padre alemán y madre peruana, era una de esas personas que hace sentir bien a todos en un cocktail. Había viajado por el mundo entero mostrando su exquisita colección de joyas. Ese encanto natural le abrió las puertas de la alta sociedad de Nápoles (Italia), donde comenzó a tejer relaciones con miembros de la base de la OTAN y personal militar de Estados Unidos. Era capaz de crear esas atmósferas de intimidad en las que hasta los más precavidos empiezan a soltar la lengua. El problema es que ellos no sabían frente a quién se encontraban. Rivera era en realidad una espía rusa del más alto nivel que llevaba años en activo sin que la descubrieran.

Nadie conoce la verdadera identidad de Rivera, que a punto de que se hiciera público su secreto regresó en avión a Moscú. No consta que haya vuelto a salir del país desde entonces. El medio digital Bellingcat ha sido el que ha revelado la historia de esta mujer de 30 años que tenía un cubierto asegurado en las cenas italianas más refinadas. Los periodistas de investigación siguieron la pista de los números de pasaporte de los dos agentes encubiertos que envenenaron en Inglaterra a Serguéi Skripal, un exespía ruso que los había traicionado. El suyo tenía una numeración consecutiva al de ellos dos. Era la prueba de que Rivera trabaja para la GRU, la agencia militar de Rusia, que tiene agentes encubiertos por el mundo entero. Se les atribuye desde el pirateo a los correos electrónicos de Hillary Clinton al intento de asesinato de Skripal.

Sus agentes tienen fama de ser los mejores. Rusia tiene una división especializada en crear espías con apariencia de extranjeros, sin ninguna característica que les lleve a pensar que en realidad son rusos. Rivera encaja a la perfección en este perfil. Vivió en Roma, Malta y París, hasta que llegó a Nápoles. Allí abrió una boutique llamada Serein. Rápido se hizo un hueco en la vida social napolitana. Presidía la filial local del Club de Leones, lo que le abrió los salones de la gente más distinguida de la ciudad. En esos ambientes se relacionó con personal de la OTAN. Es más, uno de estos burócratas mantuvo una relación sentimental con ella.

Tras la revelación de Bellingcat, poco más se supo de Rivera. Voló al día siguiente a Moscú. A partir de ahí se pierde su rastro. Escribió dos meses después un estado en Facebook en el que anunciaba que se había sometido a quimioterapia y el pelo apenas le estaba creciendo. Era la explicación a su largo silencio para los cientos de amigos que tenía en la red social. La sospecha es que sus jefes sabían que con su identidad expuesta era cuestión de horas que fuera detenida. La farsa se había derrumbado.

A su alrededor había construido la historia perfecta que explicaba a una mujer cosmopolita, criada en Rusia, con raíces en Perú. Una ciudadana del mundo. El tipo de gente que todos conocen de manera superficial, pero nadie en la intimidad. Aseguraba haber nacido en Callao, una región contigua a Lima con el principal puerto del país. De niña acompañó a su madre a Moscú a que asistiera a los Juegos Olímpicos de 1980. Allí, explica Bellingcat, la madre recibió un mensaje de urgencia para que regresara a Perú y dejó a su hija al cuidado de una familia soviética con la que había entablado una amistad. Nunca regresó. Los padres adoptivos con los que se crio no le brindaron una existencia fácil y decía que el hombre había abusado de ella. Eso explicaba que no quisiera volver a Rusia y deseara tener una vida occidentalizada.

El Kremlin trató de que su identidad fuera oficial. En 2005 tramitó los papeles en el registro civil de Lima para solicitar una nueva ciudadanía peruana. Sus abogados dijeron que contaba con una partida de nacimiento registrada en el Callao el 1 de septiembre de 1978. Los funcionarios peruanos descubrieron que se trataba de un engaño y dejaron el caso en manos de la Fiscalía. Rusia, sin embargo, siguió con sus planes y le emitió un pasaporte ruso. La historia de niña abandonada por la madre gimnasta pareció creíble, al menos durante una década. Hasta que la verdad se desveló. Rivera, o comoquiera que se llame, volverá a aparecer en unos años, en otro lugar, bajo otra identidad, con otra apariencia, cargando un pasado distinto. Nunca sabemos a quién tenemos enfrente.

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