Los últimos bastiones ucranios en Donbás esperan al invasor
Apenas queda un quinto de la población en la parte de la provincia de Donetsk que aún controla Kiev. Muchos darían la bienvenida a las tropas de Putin
Dos soldados entran en la única gasolinera abierta de Kostiantinivka, en el este de Ucrania, con la cara embarrada y el uniforme hecho jirones. Sus armas cuelgan del hombro y ante la clientela, toda compuesta por militares, dicen: “Hoy nos están dando de lo lindo, nos han tenido horas bajo tierra”. Los dos soldados se llevarán un café —son gratis para las tropas— y saldrán disparados. Kostiantinivka, a 15 kilómetros del frente, es uno de los últimos bastiones de Donbás que siguen bajo control ucranio y sobre los que Rusia está intensificando su ofensiva.
Veinticinco kilómetros al norte ...
Dos soldados entran en la única gasolinera abierta de Kostiantinivka, en el este de Ucrania, con la cara embarrada y el uniforme hecho jirones. Sus armas cuelgan del hombro y ante la clientela, toda compuesta por militares, dicen: “Hoy nos están dando de lo lindo, nos han tenido horas bajo tierra”. Los dos soldados se llevarán un café —son gratis para las tropas— y saldrán disparados. Kostiantinivka, a 15 kilómetros del frente, es uno de los últimos bastiones de Donbás que siguen bajo control ucranio y sobre los que Rusia está intensificando su ofensiva.
Veinticinco kilómetros al norte de Kostiantinivka, Kramatorsk y Sloviansk son ciudades fantasmas por las que merodean gatos, perros callejeros y algún que otro vecino. Solo en los dos supermercados que siguen funcionando hay trasiego humano, el de los militares que compran alimentos para llevar a sus habitaciones. Sí hay patrullas de policía vigilando y furgonetas o turismos transportando soldados. El Ejército ruso está cerca, asediando el 40% del territorio de la provincia de Donetsk que todavía está en manos de su Gobierno legítimo, el de Ucrania. Para muchos de los civiles que se han quedado, las tropas de Vladímir Putin serían bienvenidas.
Pavlo Kirilenko atendía el pasado jueves a cuatro medios extranjeros en un sótano de unas dependencias del Gobierno regional en Kramatorsk. Kirilenko, jefe de la administración militar de Donetsk, precisaba que queda un 21% (unos 350.000) de los 1,6 millones de habitantes que tenía el territorio bajo su mando al inicio de la guerra. Estos se niegan a marchar, incluso los hay que vuelven, porque quieren permanecer en su tierra. Da igual que no haya gas en la provincia, y que en muchos barrios tampoco agua: no quieren abandonar su hogar. Sin embargo, admitía Kirilenko, por lo menos la mitad de estos 350.000 no quieren irse porque esperan con los brazos abiertos a los rusos.
Las provincias de Lugansk y Donetsk, las que conforman Donbás, son junto con Crimea las regiones ucranias más próximas culturalmente a Rusia. En 2014, las capitales de Donetsk y Lugansk fueron tomadas por los separatistas prorrusos y Crimea, anexionada por Rusia. La totalidad de la provincia de Lugansk cayó definitivamente en manos del invasor el pasado 4 de julio. El Ministerio ruso de Defensa espera hacer lo mismo para el próximo septiembre con la parte de Donetsk que no ha conquistado, por lo que la semana pasada anunció un recrudecimiento de las hostilidades.
La razón de este calendario, según indica Kirilenko, es que cuanto más larga es la contienda, más soldados mueren. Según el Gobierno ucranio, 39.000 rusos han caído en combate; cifra que los servicios de inteligencia de Estados Unidos rebajan a menos de la mitad. Grupos de análisis de seguridad occidentales como el Instituto para el Estudio de la Guerra descartan que, a su lento ritmo de avance, Rusia pueda tomar por completo Donbás en otoño.
Otra razón para tomar Donbás entero es política: Moscú quiere que en otoño se organicen en los territorios ocupados referéndums de anexión a Rusia. Estas consultas plebiscitarias no tendrán validez ante la comunidad internacional. Tampoco tendrán la participación de la gran mayoría de la población local, que ha huido. Pero entre los que queden, una parte significativa votará con toda convicción por dejar de ser ucranios. Como un vecino de Sloviansk, un hombre mayor, que se apresuraba la tarde del jueves a volver a casa y que se negó a responder a las preguntas de este diario alegando que no se explicaría la verdad: “Los medios internacionales no contaron la verdad de lo que sucedió en 2014 y tampoco lo haréis ahora, solo contáis lo que quiere Estados Unidos”.
El humo de la artillería aparece aquí y allí en el horizonte de Sloviansk. El invasor está a tan solo seis kilómetros. Andrei Boblinka ha optado por quedarse, junto a su madre. En su edificio, de 80 viviendas, solo quedan seis ocupadas. Este electricista de 39 años explica que lo que sucedió en 2014 es que la revolución proeuropea del Maidán, la que destituyó al prorruso Víctor Yanukóvich, dio la espalda a la realidad de Donbás. “Me manifesté contra el nuevo Gobierno y acudí a mítines, ahora me arrepiento”, explica Boblinka, “si llego a saber lo que iba a hacer Rusia ahora, no habría participado en aquello”. El Kremlin utilizó este malestar como pretexto para apoyar el levantamiento de los separatistas prorrusos. Boblinka está convencido de que si Putin quisiera, todo Donbás ya sería ruso.
Colaboradores rusos
Kirilenko confirma que los colaboradores del invasor en la provincia “son un problema gravísimo, y en aumento”. Chasiv Yar es un pueblo deprimido en la línea del frente, con bloques de viviendas desperdigadas entre fábricas abandonadas y devoradas por la vegetación. En uno de estos edificios residenciales, tres misiles de precisión rusos impactaron el pasado día 9, matando a 48 personas, según las autoridades civiles locales. Un vecino asegura que en el edificio también dormían soldados de un cuartel situado a tres kilómetros.
Es habitual que las tropas ucranias pernocten distribuidas en viviendas por el temor a los ataques rusos a los cuarteles. La organización de derechos humanos Human Rights Watch criticó el pasado viernes que la defensa ucrania establezca sus posiciones en zonas residenciales. Kirilenko responde que han hecho todo lo posible para evacuar a los civiles de la región, pero que legalmente no pueden hacerlo por la fuerza: “Esto es una guerra y estamos en el frente”. Una de esas personas es Nadia, de 66 años, vecina de Chasiv Yar. Continúa en el municipio porque tiene que cuidar de su padre, que tiene 99 años. Afirma que ya se ha acostumbrado a los bombardeos y que seguirá aquí mande quien mande: “Mi único deseo es que me garanticen la pensión y que la vida sea como en la Unión Soviética, cuando las fábricas funcionaban”.
Olga Hishniak es de Kramatorsk y también añora la URSS: “Aquí teníamos fábricas y empresas como la panificadora en la que trabajaba. Pero esta cerró, y no la cerraron los rusos, fueron los ucranios”. “¿Esto es ser independientes? ¿Esto es la libertad?”, reflexiona esta mujer de 63 años. Preguntada por si teme la ocupación rusa, Hishniak responde: “¿Por qué voy a temerlos? Viví con ellos hasta los 25 años y no tuve ningún problema”.
En Bajmut, uno de los principales objetivos de la ofensiva rusa en Donetsk, los periodistas no son bienvenidos. Hasta cinco personas recriminan a EL PAÍS su presencia en el municipio. “La gente cree que si ustedes están aquí, los rusos todavía bombardearán más la ciudad”, resume Iván Goncharenko, de 60 años.
Goncharenko recorre raudo la calle Gorbatova. Detrás de él hay apostada una tanqueta; delante tiene el estadio de fútbol municipal, con las gradas reventadas por las bombas. Su principal reproche sobre la guerra es que no ha podido mantener su empleo como bedel en un colegio público. El sistema escolar ucranio ha interrumpido las clases presenciales para reducir el riesgo para los niños. Goncharenko no tiene esto en cuenta y asegura que si ya no tiene trabajo es porque los militares lo han despedido para ocupar ellos la escuela. Su opinión sobre la situación bélica es clara: “Todo Donbás será Rusia, los ucranios ya están retrocediendo, no tienen disciplina”.
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