La guerra de Putin se embarra en el frente oriental de Donbás después de tres meses de combates

El Gobierno de Zelenski teme que el suministro occidental de armas decaiga si el conflicto se estanca y pierde atención internacional

Un combatiente de las Fuerzas de Defensa Territorial, frente a un edificio bombardeado en las afueras de la provincia de Donetsk, en Donbás.Alex Chan Tsz Yuk (DPA vía Europa Press)

La guerra de Rusia contra Ucrania se lucha ahora en la región oriental de Donbás. Tras 12 semanas llenas de reveses para el presidente Vladímir Putin, que ha ido cambiando el rumbo a sus objetivos desde que lanzó la invasión por tierra, mar y aire —con Kiev en el círculo principal de su diana—, el conflicto parece haberse estancado en las provincias de Donetsk y Lugansk, donde se desarrolla un baile militar de ofensivas y contraofensivas. Presionado y con sus...

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La guerra de Rusia contra Ucrania se lucha ahora en la región oriental de Donbás. Tras 12 semanas llenas de reveses para el presidente Vladímir Putin, que ha ido cambiando el rumbo a sus objetivos desde que lanzó la invasión por tierra, mar y aire —con Kiev en el círculo principal de su diana—, el conflicto parece haberse estancado en las provincias de Donetsk y Lugansk, donde se desarrolla un baile militar de ofensivas y contraofensivas. Presionado y con sus capacidades militares convencionales seriamente mermadas, el Kremlin está lanzando ataques cada vez más sangrientos contra las ciudades y pueblos de este cinturón minero oriental, según su estrategia de arrasar para después ocupar.

En 88 días, el conflicto en Ucrania ha provocado una oleada de devastación en el país y sus ciudadanos, ha matado a miles de personas y obligado a millones a dejar sus hogares. La invasión de Putin ha sacudido al mundo, ha precipitado una crisis alimentaria global al exacerbar la escalada de precios de los alimentos y ha agitado y alterado para siempre el mapa geopolítico mundial, con el histórico giro de Suecia y Finlandia —que comparten fronteras terrestres con Rusia— al solicitar la entrada en la OTAN, rompiendo así su tradicional estatus de neutralidad.

Acotada y embarrada en Donbás, con rescoldos aún calientes en otros frentes y con una gran franja de territorio ocupado que Rusia tendrá que esforzase en mantener, la guerra lanzada por Putin no tiene un final a la vista. Cuando van a cumplirse tres meses del inicio de la ofensiva a gran escala, las conversaciones entre una Rusia cada vez más aislada —y que maneja con presión la llave del gas— y una Ucrania enormemente necesitada de las armas de sus aliados occidentales —cuyo flujo puede no ser ilimitado— están paralizadas.

Un niño mira un vehículo ruso de infantería destrozado en una exhibición en el centro de Kiev, este sábado.GLEB GARANICH (REUTERS)

Mientras, decenas de miles de ucranios continúan bajo las bombas. Como la que mató a Román Sementsov en la estación de tren de Kramatorsk cuando el voluntario y su esposa, Yelena, ayudaban a decenas de personas que trataban de huir de la ciudad de Donetsk y de los ataques rusos. Era la mañana del 8 de abril. Al final del día, solo ella volvió a casa. Y se quedó sentada en el sofá dos días, sin moverse, aguzando el oído porque pensaba que sucedería un milagro, que sus ojos no habían visto el cuerpo carbonizado de su esposo en la estación de Kramatorsk, junto con el de decenas de mujeres y niños. Ella aún confiaba en que Sementsov regresaría a casa. “Todavía no puedo creerlo. No puedo asumir que ya no esté, que esta pesadilla siga adelante, que familias como la mía vivan esta pérdida cada día por el empeño de un sádico como Putin que quiere subyugar Ucrania”, se lamenta Yelena Sementsova.

Avances del Kremlin en Lugansk

Kramatorsk, considerada hasta el inicio de la invasión la capital militar de Donbás, es ahora una ciudad fantasmagórica, con las calles en gran medida desiertas. La localidad está en el camino de las tropas rusas en uno de los frentes más calientes, el de Izium, por el que tratan de avanzar desde esa ciudad al sur de Járkov, convertido en un centro logístico clave. Pero las batallas más feroces de la contienda se están librando en el frente de Lugansk, en torno a la ciudad de Severodonetsk —asediada por las tropas rusas y foco de ataques constantes— y a través de los pueblos que ribetean la llamada “carretera de la vida”, que une la castigada ciudad industrial con Bajmut y que el Kremlin quiere destruir para bloquear el acceso a la ciudad y así completar su asedio. Es en Lugansk donde las tropas de Putin están logrando algunos avances —y también importantes pérdidas—. Se han hecho ya con el 90% del control de una región de la que ya en 2014, cuando Moscú se anexionó ilegalmente la península de Crimea y fomentó la guerrilla separatista en Donbás, habían devorado una buena parte.

Tras la retirada de los alrededores de Kiev —la capital a la que aquella terrorífica columna de tanques rusos captada por las imágenes satélite nunca logró llegar— y del norte de Ucrania; y tras el repliegue forzado de una buena franja de los alrededores de la castigada Járkov —la segunda ciudad del país, foco de gran destrucción— toca hacer balance. Rusia se ha cobrado la ciudad de Mariupol, con la que ha completado el control del acceso al mar de Azov y de una gran franja de terreno que une la península de Crimea y que sube hacia el río Dnipró y la ciudad de Zaporiyia. Moscú domina también la ciudad de Jersón, capital regional y que le brinda acceso al mar Negro, que tiene bloqueado con sus barcos y armamento; un golpe oceánico a la economía ucrania —que realizaba una parte fundamental de sus exportaciones por mar— y global: el país es considerado uno de los graneros del mundo.

El convoy de blindados ruso hacia Kiev captado por imágenes satélite a finales de febrero.Maxar

Sin embargo, teniendo en cuenta las supuestas capacidades de las Fuerzas Armadas rusas y el potencial militar del Kremlin, el plan de Putin para someter a Ucrania, un país que considera ficticio y al que ha intentado arrebatar su soberanía, no ha salido bien. Lo que el jefe del Kremlin llamó “operación militar especial” con el argumento de “desmilitarizar” y “desnazificar” Ucrania —un país con un presidente judío y en el que los ultranacionalistas sacaron menos del 2% en las últimas elecciones (2019)— no ha sido tan rápido como preveía el jefe del Kremlin, un antiguo espía del KGB que lleva más de dos décadas en el poder y ha convertido al país euroasiático en un Estado gobernado por el aparato de seguridad, aislado a nivel internacional.

Nuevas estrategias de reclutamiento

Rusia se enfrenta ahora a enormes dificultades sobre el terreno que le han obligado a cambiar su estrategia y reducir sus ambiciones territoriales. Tiene las fuerzas mermadas y la moral de los soldados muy baja, apunta Dara Massicot, investigadora de la consultora especializada en seguridad Rand Corporation. Y está tratando ahora de implantar nuevas estrategias de reclutamiento.

Un grupo de diputados del partido del Gobierno, Rusia Unida, propuso el viernes un cambio legal para permitir a los hombres mayores de 40 años firmar contratos de servicio militar por primera vez. Ahora, los ciudadanos rusos que quieran servir como reclutas deben tener entre 18 y 40 años. Moscú publicó por última vez los datos de soldados fallecidos en la invasión a finales de marzo. Entonces eran, oficialmente, 1.351. Las estimaciones occidentales son 10 o 20 veces más altas. Ucrania tampoco ha publicado sus cifras. Las pérdidas están poniendo en serias dificultades la ofensiva, según los informes del Ministerio de Defensa del Reino Unido. Putin se ha resistido por ahora a firmar una movilización a gran escala —de hecho, la invasión no se considera una guerra en Rusia y es ilegal definirla como tal— y la subida de edad legal para los reclutas permitiría incrementar el número de soldados.

Un soldado ucranio, en las ruinas de la acería de Azovstal, e.Dmytro Kozatskyi (AP)

La guerra se ha convertido tras 12 semanas en una lucha de desgaste en la que cuenta la capacidad de aguante, analiza Félix Arteaga, investigador del Real Instituto Elcano. Ucrania no solo no ha logrado avanzar un milímetro en su camino para convertirse en miembro de la OTAN, sino que parece haber asumido que la entrada en la Alianza Atlántica (de la que forma parte España) no es una opción realista. “La OTAN no está preparada para Ucrania”, ha admitido en varias ocasiones el presidente ucranio, Volodímir Zelenski. Pero aunque Ucrania —que también ha pedido el acceso a la Unión Europea— cuenta con la ayuda económica y militar de sus aliados occidentales, estos no pueden reponer sus pérdidas de soldados, escribe Arteaga. Y la ayuda militar se resentirá con la prolongación del conflicto, señala el investigador en un artículo reciente.

Los países del G-7 —las siete mayores economías del mundo—, acordaron el viernes proporcionar a Ucrania casi 20.000 millones de dólares en préstamos y subvenciones para tratar de apuntalar su economía. Pero Kiev necesita unos 5.000 millones al mes para mantener los servicios gubernamentales básicos, según el Fondo Monetario Internacional. Estados Unidos dará a Ucrania un paquete de ayuda militar y humanitaria adicional, según firmó este sábado su presidente, Joe Biden.

La clave de las armas occidentales

Además de la ayuda para la reconstrucción, con el conflicto convertido en una guerra extenuante, solo el apoyo continuo de sus aliados occidentales y el flujo de armas puede ayudar a Ucrania a ganar la contienda, reconocen fuentes del Gobierno de Zelenski, que se esfuerzan cada vez más para que siga llegando el material de defensa, que ha desempeñado un papel clave en esta guerra. “La ayuda marca la supervivencia de los soldados ucranios”, dice la viceministra de Defensa ucrania, Hanna Maliar. Los analistas militares consideran que la batalla ahora depende no tanto de la habilidad o la resistencia de los soldados ucranios, sino de la precisión, cantidad y el poder de ataque de las armas de largo alcance a su disposición.

La ayuda militar de Occidente a Ucrania empezó fundamentalmente con envíos de cascos y chalecos antibalas. Ahora incluye drones que pueden destruir tanques y artillería desde 30 kilómetros, sistemas de defensa antiaéreos, como los Stinger; sistemas de misiles antitanque Javelin, que utilizan imágenes térmicas para encontrar su objetivo y que se pueden disparar desde un lanzador de hombro o desde el suelo; armas antitanque ligeras; obuses estándar de la OTAN de 155mm; helicópteros Mi-17. Pero la ayuda en forma de armamento puede tener un límite, sobre todo si la guerra se estanca y se acota en Donbás, donde corre el riesgo de perder la atención internacional y dejar de reverberar el tablero geopolítico global; como sucedió con la guerra iniciada en 2014. Casi tres meses después de la invasión rusa, Estados Unidos, el mayor fabricante y exportador de armas del mundo, se está quedando sin algunas y tiene la capacidad de producción algo mermada por la pandemia.

Mientras la guerra sigue, crecen las voces entre los aliados occidentales, que, fuera de plano, instan a Ucrania a negociar con Rusia e incluso a hacer algunas concesiones para poner fin al conflicto con un altísimo coste global. Zelenski, que ha insistido en que el final de la guerra solo se alcanzará cuando Ucrania recupere todos los territorios ocupados —incluidos no solo los invadidos en esta guerra, sino también Crimea y las partes del Donbas bajo control del Kremlin desde 2014— se ha mostrado este sábado, de nuevo, más abierto, pese a las sangrientas ofensivas rusas y a los crímenes cometidos en algunas zonas ocupadas. “Hay cosas a las que solo se puede llegar en la mesa de negociaciones”, ha dicho el presidente ucranio, que ha advertido de que solo un avance diplomático en lugar de una victoria militar absoluta puede poner fin a la guerra.

Mientras, en Kramatorsk, en casa de Román Sementsov, el voluntario que ayudaba a quienes huían de las bombas a salir de la ciudad en tren y que terminó asesinado por un misil, su esposa Yelena dice estar segura de que si las tropas de Putin logran avanzar no se quedarán solo en Kramatorsk, en Donetsk, en Donbás. “Nosotros, como podemos, aguantamos la línea y hacemos de resistencia, pero necesitamos ayuda. Si pasan después será el turno del resto de Europa. Todos deberían estar mirando hacia aquí ahora”.

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