Biden sobre la matanza de Búfalo: “El supremacismo blanco es un veneno”
El presidente de Estados Unidos dice que el ataque solo puede definirse como terrorismo doméstico
“No estamos acostumbrados a ver presidentes en este vecindario”, dice Rhonda, apostada tras el cordón policial de varias cuadras a la redonda con el que la policía de Búfalo ha encapsulado el horror que el sábado pasado tomó esta ciudad del Estado de Nueva York. Entonces, un joven supremacista blanco de 18 años llamado Payton Gendron, armado hasta los dientes e intoxicado de odio racista, nacionalismo extremo y salvajes teorías de la conspiración, cond...
“No estamos acostumbrados a ver presidentes en este vecindario”, dice Rhonda, apostada tras el cordón policial de varias cuadras a la redonda con el que la policía de Búfalo ha encapsulado el horror que el sábado pasado tomó esta ciudad del Estado de Nueva York. Entonces, un joven supremacista blanco de 18 años llamado Payton Gendron, armado hasta los dientes e intoxicado de odio racista, nacionalismo extremo y salvajes teorías de la conspiración, condujo tres horas desde su pueblo hasta un popular supermercado en la avenida de Jefferson, epicentro social de uno de los barrios más desfavorecidos del este de Búfalo (278.000 habitantes), famosa por ser la puerta de entrada a las cataratas del Niágara, en la frontera con Canadá. Gendron la escogió por el alto porcentaje de su población negra. Antes de que lo detuviera la policía, disparó a 13 personas, 11 de ellas afroamericanas. Mató a 10. Tres días después, el presidente Joe Biden —acompañado por la primera dama, Jill Biden― ha venido aquí para consolar a las familias de los fallecidos y para entrevistarse con los líderes de una comunidad que se debate entre el luto y la rabia.
“El demonio vino a Búfalo el sábado”, ha dicho Biden este martes. “Lo que ha pasado solo puede definirse como terrorismo doméstico. El supremacismo blanco es un veneno. No podemos permanecer callados ante estas matanzas”, ha añadido, y se ha referido a tragedias como las de “Charlottesville, Charleston, Atlanta o El Paso”, topónimos todos que cargan con la memoria del supremacismo blanco en Estados Unidos, una epidemia en alza en los últimos años.
Biden ha cargado en varias ocasiones contra “aquellos que esparcen esas mentiras en busca de poder, ganancia política o simple beneficio”. Se estaba refiriendo a la conspiranoia racista conocida como la Teoría del Gran Reemplazo, según la cual las élites de la izquierda están restando poder a los blancos a base de permitir la entrada sin control de inmigrantes o de facilitar el acceso al voto a las minorías. Esa creencia ha encontrado eco en algunos legisladores republicanos en los últimos tiempos, así como en el poderoso altavoz del presentador de Fox News Tucker Carlson, seguramente su más famoso apologeta.
Antes de dirigirse a familiares, políticos y miembros de la prensa en el gimnasio de un centro cívico cercano al supermercado, el presidente de Estados Unidos ha visitado a eso de las 10.00 el lugar donde comenzó el tiroteo, el aparcamiento del Tops Market, que sigue cerrado desde el fin de semana, como el resto de los comercios de la zona, y ha depositado flores. Esa clausura forzada ha provocado desabastecimiento de productos frescos en la zona, que trata de paliar la solidaridad de los vecinos.
Decenas de ellos, habitantes de un barrio de casas de madera destartaladas, parcelas vacantes y barberías y salones de belleza, lo esperaban tras las cintas amarillas y negras de “No pasar”. Algunos portaban carteles escritos a mano de “Black Lives Matter” o “Paremos el odio”. Uno, Derek Reese, ha explicado a EL PAÍS que el sábado perdió a dos amigos: “el policía y el taxista”. La gente del este de Búfalo, entre la desolación y el estupor, ya se refiere a las víctimas así, por sus profesiones. El policía retirado se llamaba Aaron Salter. El taxista, Heyward Patterson, que además era diácono en la iglesia local. “Esos tipos eran buena gente de verdad. Podríamos haber sido cualquiera de nosotros. Va a ser muy difícil recuperarnos de este golpe”, lamenta Reese. “Justo ahora que empezábamos a superar algunos de nuestros problemas, pasa esta tragedia… Esta zona está carcomida por las drogas”.
Cerca de allí, Saneequah contaba desde el balcón de su vivienda unifamiliar que su vida y la de los suyos “han cambiado por completo”. “Hemos recibido un visitante inesperado: el miedo. Pensar que pasó lo que pasó tan cerca de aquí... hace que me cueste dormir, pensando que ella podría haber muerto”, ha agregado señalando a su hija de dos años.
Biden ha repasado en su discurso los nombres de las 10 víctimas mortales, y qué hacían en el supermercado; historias como la de esa abuela que acudió a comprar fresas “para preparar su tarta favorita” o el tipo que se acercó a por un regalo para su hijo. “El pobre muchacho se pasó el día de su cumpleaños preguntando: ‘¿Dónde está papá”, ha lamentado Biden. El presidente ha demostrado en sus 15 meses en el cargo que se siente cómodo en ese papel de “consolador en jefe”. Se ha tomado su tiempo con las víctimas, cuyos llantos desconsolados se sentían del otro lado de las cortinas, que preservaban la intimidad del encuentro de las miradas de la prensa, llegada de todo el país. Dee Davis, cuñada de una de las asesinadas, Celestine Chaney, ha explicado después que “se notaba la empatía [del líder estadounidense]”. “No ha venido solo a hacerse la foto”, ha añadido.
Una vez ha terminado el acto, Biden ha vuelto a Washington. En una charla en el aeropuerto de Búfalo con los periodistas que acostumbran a seguirlo, ha tocado algunos de los temas que flotaban en el aire durante su alocución. Sobre el control de armas, tema tan recurrente como frustrante en Estados Unidos cada vez que se produce una tragedia de estas características, ha dicho que tiene que “convencer al Congreso [para lograrlo]” y que “va a ser muy difícil”, pero no se va “a rendir”. “Ya lo hicimos antes”, ha recordado, en referencia a la prohibición de fusiles de asalto de 1994, que contribuyó a contener su uso, hasta que la ley expiró en 2004.
Acerca de la consideración de la matanza como un acto de “terrorismo interno” y de la posibilidad de crear un nuevo tipo legal que sirva para perseguirlo mejor, ha aclarado: “Hay suficientes leyes en nuestro ordenamiento para hacer frente a lo que está pasando”.
Antes de Biden, ha hablado en el gimnasio Kathy Hochul, que además de gobernadora de Nueva York es “hija de Búfalo”, y por eso pidió que estos días se impusiera un neologismo local: Buffalove (que resulta de sumar Búfalo y amor, en inglés) ante “ese odio que ya no es residual, sino que se esparce en los pasillos del Congreso y en los programas de máxima audiencia de las televisiones por cable”.
Después de Hochul, también ha habido tiempo para, entre otros oradores, el alcalde de Búfalo, Byron Brown, cuya imagen está saliendo reforzada de la gestión de esta crisis, y Chuck Schumer, representante por Nueva York y líder de la mayoría demócrata en el Senado. “Abogué mucho por la construcción del Tops Market [lugar del tiroteo]. Era importante para garantizar el acceso de comida sana a los vecinos de una zona especialmente castigada. No podíamos imaginar hasta qué punto iba a acabar siendo un centro de reunión social”, ha recordado.
Tampoco cabía imaginar que hace tres días se convertiría en el escenario de una de las matanzas racistas más trágicas de los últimos tiempos en Estados Unidos. Su autor, un chico que pudo comprar sin problemas un rifle AR-15, un arma militar que manipuló para que pudiera cargar más munición que la que permite el modelo de fábrica, comparecerá este jueves de nuevo ante el juez. El funeral de la primera víctima tendrá que esperar al sábado.
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