Odesa vuelve a estar en el punto de mira de Rusia
La ciudad portuaria, que acoge al puerto más importante de Ucrania, sufre el ataque de los misiles de las tropas de Putin
La pescadera Zina rio tanto y tan fuerte en el mercado, que descolocó a todo el mundo. En un ambiente de velatorio, su carcajada fue tan estridente que algunos se giraron con desagrado, otros miraron de reojo y algunos aceleraron el paso tratando de evitar que nadie los vinculara con ella. Zina Demechenko, de 59 años, vendía este martes algo parecido a lenguados, salmonetes y lubinas llegados del Danubio y el mar Negro en su puesto de dos metros cuadrados del mercado central de Odesa, una plaza en la que habitualmente se amontonan los verduleros, los vendedores de especias, los afiladores o lo...
La pescadera Zina rio tanto y tan fuerte en el mercado, que descolocó a todo el mundo. En un ambiente de velatorio, su carcajada fue tan estridente que algunos se giraron con desagrado, otros miraron de reojo y algunos aceleraron el paso tratando de evitar que nadie los vinculara con ella. Zina Demechenko, de 59 años, vendía este martes algo parecido a lenguados, salmonetes y lubinas llegados del Danubio y el mar Negro en su puesto de dos metros cuadrados del mercado central de Odesa, una plaza en la que habitualmente se amontonan los verduleros, los vendedores de especias, los afiladores o los vendedores de zumo de granada. Este espacio cubierto era hasta el 24 de febrero un bullicio diario de gente, olores, vida y colores. Sin embargo, a medida que se han marchado de la ciudad 250.000 personas —un cuarto de la población de un millón de habitantes— sonidos como la risa o la música han ido poco a poco desapareciendo de las calles. Así que la carcajada de Demechenko al ver que el pescado que boqueaba en su cesta estaba tan vivo que quiso escapar dando saltos hasta caer en una lechuga cercana sonó como la alarma antiaérea: un ruido inusual, oído con desagrado en medio de tanta desgracia.
Hasta ese momento, Demechenko insistía en que “Zelenski y Putin se tienen que poner de acuerdo, porque esta guerra solo se puede terminar si ellos hablan”. Explicaba que “la ciudad está triste” y que ya ni siquiera vienen sus comadres a vender junto a ella “porque no hay género ni clientes”. “Me quiero ir. Solo quiero irme de aquí, pero no sé hacia dónde”, añadía desolada mientras repetía dos palabras una y mil veces escuchadas: “Miedo” (a no saber cuándo ni dónde caerá el próximo misil) e “incertidumbre” (ante lo que ocurrirá mañana).
Desde que en Odesa, tercera ciudad de Ucrania en tamaño y primer puerto en tráfico de mercancías, han vuelto a caer los misiles, las miradas se han volcado hacia este estratégico punto. Para Zina Demechenko no es fácil dormir sabiéndose en el punto de mira del ejército de Vladímir Putin. Igual que sabe que su pescado viene del Danubio, también sabe que esos misiles llegan de Crimea
El portavoz militar de la región de Odesa, Serguéi Bratchuk, asegura en una conversación con EL PAÍS que la situación en la ciudad está controlada “ahora mismo”. Pero deja escapar el término incertidumbre cuando reconoce que, una vez neutralizado el ataque anfibio de las fuerzas rusas, el principal peligro ahora son los misiles que pueden caer en cualquier momento. “Sabemos que la ciudad de Odesa está relacionada con los mitos imperiales de Rusia. No hay Rusia sin Ucrania y no hay Rusia sin Odesa”, resume solo tres horas después de que terminara el toque de queda de dos días impuesto en la ciudad portuaria. “Queríamos evitar concentraciones y provocaciones. A Rusia le gustan las fechas simbólicas. Teníamos información de que pretendían utilizar el 1 y 2 de mayo para convocar concentraciones que terminaran de forma violenta”, explica frente a una puerta llena de sacos de arena que protegen el edificio oficial en el que trabaja.
Según las declaraciones de distintas autoridades militares rusas, Odesa está en el centro de la franja que aspira a controlar Moscú y que comienza en el este, continua por Járkov y sigue hasta Mikolaiv, a solo hora y media de Odesa, donde se están produciendo importantes enfrentamientos por aire y tierra.
Después de reducir Mariupol a cascotes, todo apunta a que Moscú pretende controlar la franja sur del país y dejar así a Ucrania sin acceso al mar, por donde entra parte del material bélico que necesita y sale gran parte de sus exportaciones de grano y acero que le proporcionan oxígeno económico. Al mismo tiempo, en el oeste, la tensión aumenta día a día en Moldavia, y muy especialmente en su enclave rebelde de mayoría prorrusa, que acoge 2.500 soldados rusos y un buen arsenal bélico. La región separatista es la excusa perfecta del Kremlin para entrar en territorio moldavo, después de una serie de misteriosas explosiones atribuidas a “terroristas” en los últimos días.
Transnistria, que se declaró independiente en 1990 después de que la Unión Soviética se disolviera, limita con el suroeste de Ucrania y está bajo el control de funcionarios prorrusos. Su situación es similar a la de la región de Donbás, en el este de Ucrania. En ambas zonas, Putin puede exhibir su propaganda de que tan solo busca proteger a la población de habla rusa. En su avance desde el este, una vez controlado Mariupol, el siguiente punto importante es Mikolaiv. Los expertos militares de Odesa reconocen en voz baja que perder esa ciudad supondría dejar a Rusia a un paso de la perla del mar Negro.
Mientras las estrategias se diseñan sobre el mapa, las alarmas vuelven a sonar estos días en Odesa después de algunas semanas de relativa calma. Varios misiles “Onyx de alta precisión” —según la terminología rusa— impactaron y destruyeron el lunes gran parte del aeropuerto. Sin embargo, los Onyx rusos no impactaron contra el aeropuerto, sino contra un edificio de vecinos normales y corrientes. En concreto, contra la casa de Viacheslav, un adolescente de 13 años que vivía en un pequeño edificio donde la gran mayoría de sus vecinos son jubilados. Viacheslav, según explica el jefe militar de Odesa, era de los pocos residentes que se había descargado la aplicación que avisa en el teléfono móvil del comienzo de la alerta aérea con el suficiente tiempo para buscar un refugio o un sótano. Así que solía correr tocando puerta por puerta a las casas de los vecinos más ancianos cada vez que sonaba. Lo mismo hizo el lunes, justo antes de que el misil de alta precisión entrara en su casa. “Salvó a mucha gente antes de morir”, recuerda Serguéi Bratchuk.
A 20 minutos a pie de la sede militar, la pescadera Demechenko no conocía los detalles del ataque ruso, pero sí que había muerto un chaval de la edad de su nieto. Era la excusa para seguir hablando de los misiles del sábado, y los del lunes, y de las alarmas antiaéreas del martes y de que no puede dormir. Y, a medida que hablaba, la sonrisa que minutos antes había descolocado a todo el mundo, comenzaba a mostrar una tristeza que poco después se transformó en lágrimas frente al pescado. Eso, pasar en un momento de la carcajada al llanto, es lo que supone la incertidumbre de no saber en qué momento te va a matar un “misil de alta precisión”.
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