Ruido de sables en los mares de China
El gigante asiático aumenta su presión sobre Taiwán mientras se intensifica la rivalidad con Estados Unidos
La fuerza aérea de Filipinas patrulla diariamente desde hace semanas las aguas del arrecife Whitsun —o Julián Felipe—, en su Zona Económica Exclusiva, para vigilar la “amenazadora” flotilla de cerca de 200 barcos chinos, según el Gobierno filipino. Pekín asegura que las embarcaciones son pesqueras, pero Manila y Washington defienden que son milicias marítimas atracadas allí o en otros islotes de la zona. Además, esta semana, Japón y Taiwán han denunciado vuelos de aviones chinos en sus zonas de identificación aérea; en el caso de Taipéi, el viernes 26 de marzo se registró la mayor incursión aé...
La fuerza aérea de Filipinas patrulla diariamente desde hace semanas las aguas del arrecife Whitsun —o Julián Felipe—, en su Zona Económica Exclusiva, para vigilar la “amenazadora” flotilla de cerca de 200 barcos chinos, según el Gobierno filipino. Pekín asegura que las embarcaciones son pesqueras, pero Manila y Washington defienden que son milicias marítimas atracadas allí o en otros islotes de la zona. Además, esta semana, Japón y Taiwán han denunciado vuelos de aviones chinos en sus zonas de identificación aérea; en el caso de Taipéi, el viernes 26 de marzo se registró la mayor incursión aérea china en un día hasta la fecha.
De nuevo, la zona del mar del Sur y el Este de China, considerada el escenario más probable de una hipotética guerra entre China y Estados Unidos, vuelve a calentarse al tiempo que se intensifica la rivalidad entre los dos países con mayor presupuesto militar del mundo. Washington apela a sus aliados e intenta reforzar el llamado Quad, la alianza defensiva informal que le agrupa con Japón, Australia y la India. Ambas partes flexionan músculo y se envían advertencias en forma de maniobras militares. Pekín acaba de iniciar unas en el mar del Sur de China y Francia y los países del Quad empezarán otras mañana en la bahía de Bengala. Previsiblemente, barcos franceses se sumarán por primera vez a ejercicios conjuntos entre fuerzas de EE UU y Japón el mes próximo en la zona de Kyushu, en el sur nipón.
En parte, la actividad china puede deberse a la celebración, el próximo julio, del primer centenario del Partido Comunista de China, una fecha trascendental para Pekín, que quiere demostrar lo lejos que ha llegado en estos cien años. Y no está dispuesto a que nada, ni nadie, le agüe esa fiesta.
Pero esta vez, el ruido de sables encuentra a Washington más preocupada que en otras ocasiones. El jefe saliente del mando estadounidense en la región de Indo-Pacífico, el almirante Philip Davidson, ha advertido de que EE UU está perdiendo la ventaja que disfrutaba en el equilibrio militar regional. La modernización de las Fuerzas Armadas chinas supone que ya tiene más barcos que su rival, 360, alrededor de 50 más que la primera potencia. China representa “la mayor amenaza a largo plazo para la seguridad en el siglo XXI”, declaró Davidson el 9 de marzo en una audiencia en el Congreso de EE UU.
En el estamento militar de EE UU asusta especialmente que el ruido pueda ser el preludio de la peor de sus pesadillas: que China intente tomar Taiwán, la isla autogobernada (y potencia mundial en el fundamental sector de los semiconductores) que Pekín considera parte inalienable de su territorio y su interés estratégico primordial. Para el Gobierno de Xi Jinping, hacerse con ella completaría la integridad nacional china y rompería el cinturón de islas aliadas de EE UU que cierra a China la salida hacia el Pacífico.
“Acumulamos riesgos que podrían incitar a China a modificar unilateralmente el statu quo en Taiwán, antes de que nuestras fuerzas estén en grado de responder de manera eficaz”, añadió Davidson. “Claramente, Taiwán es una de sus ambiciones… y creo que la amenaza será real a lo largo de esta década, de hecho, en los próximos seis años”.
China considera preferible lograr la unificación —su gran objetivo— por la vía pacífica, pero nunca ha renunciado al uso de la violencia para conseguirla e incluso Xi ha aludido a la anexión como parte sine qua non del “sueño chino” de hacer del país una gran potencia. Pero un ataque militar obligaría a Washington a intervenir: sus leyes le obligan a salir en defensa de Taipéi.
Taiwán “se está convirtiendo en el punto más peligroso del mundo para una posible guerra que implique a Estados Unidos, China y posiblemente otras grandes potencias”, advierte el estudio Estados Unidos, China y Taiwán, una estrategia para impedir la guerra, publicado en marzo por el Consejo de Relaciones Exteriores.
El motivo es que se ha producido una serie de “cambios estructurales” que alejan la posibilidad de una unificación pacífica y acercan la de un conflicto, explica por videoconferencia Robert Blackwill, uno de sus coautores. La represión en Hong Kong “ha destruido la idea de que era posible una unificación benigna, bajo el principio un país, dos sistemas entre China y Taiwán”. La población taiwanesa es cada vez más escéptica hacia China y desarrolla un sentido de identidad propia; al otro lado del estrecho, crece el nacionalismo en un país en auge; y Taipéi ha mostrado “un renovado interés en una modernización militar como no se ha visto en 25 años”.
La semana pasada, una veintena de aviones militares chinos, incluidos bombarderos, entraron en la zona de identificación aérea taiwanesa, la mayor incursión hasta el momento. El lunes, otra decena de aviones chinos volvía a situarse en la zona de defensa aérea de la isla de 23 millones de habitantes. Este tipo de incursiones en torno a Taiwán que presionan al Gobierno de la chinoescéptica presidenta taiwanesa Tsai Ing-wen se han hecho más frecuentes a lo largo del último año. Según el Ministerio de Defensa taiwanés, registraron 18 incursiones aéreas en marzo, 17 en febrero y 27 en enero. Una situación que les supone un enorme desgaste económico -unos 765 millones de euros hasta octubre pasado- y físico para el pequeño ejército taiwanés, con un presupuesto de solo 9.350 millones de euros, frente a los 212.000 millones de su vecino.
Sus aviones han dejado de salir al paso de los chinos, que ahora se ven apuntados por los sistemas de misiles antiaéreos en la isla en una acción que los militares taiwaneses describen como una “guerra de desgaste”. Para proteger sus posiciones, esta semana han dado a conocer planes para comprar una versión avanzada de misiles tierra-aire Patriot estadounidenses.
Pero expertos como Cui Lei, del Instituto Chino de Estudios Internacionales, son escépticos sobre la posibilidad de una invasión. “Los riesgos políticos son muy altos si el uso de la fuerza no tiene éxito”, escribe en la revista East Asia Forum. En un sentido similar se pronuncia Lonnie Henley, antiguo especialista para Asia Oriental en la inteligencia militar estadounidense. China —cree— solo pasaría a mayores si llegara a la conclusión de que la unificación futura fuera imposible por medios pacíficos. De otro modo, no se arriesgaría a “sufrir los desastres que inevitablemente padecería en todo lo que está intentando conseguir en el plano internacional: en su economía, su comercio, su percepción internacional”.
Las autoridades chinas —opina— tienen otras prioridades internas más acuciantes. Aunque eso no quiere decir que los ruidos de sable vayan a cesar. O que Pekín vaya a renunciar a mantener su presión en la zona. Este febrero ha aprobado una ley que permite a sus guardacostas abrir fuego contra barcos extranjeros en aguas en disputa. Filipinas, además de la presencia de barcos, denuncia nuevas estructuras ilegales chinas en las cercanías del arrecife Whitsun. “Esas construcciones y otras actividades, económicas o de otro tipo perjudican la paz, orden y seguridad de nuestras aguas territoriales”, ha declarado el Ejército filipino en un comunicado.
Presiones diplomáticas de EE UU
A lo largo de estos meses, Estados Unidos ha enviado diversos buques de guerra y completado maniobras militares en el mar del Sur de China, cerca de las costas taiwanesas. También ha presionado a sus aliados en la zona, especialmente Japón, en apoyo de la isla. En su reunión en Tokio el mes pasado, el secretario de Estado, Antony Blinken, y su homólogo nipón, Toshimitsu Motegi, “subrayaron la importancia de la paz y la estabilidad en el estrecho de Taiwán”, indicaba un comunicado oficial. Por su parte, la presidenta taiwanesa, Tsai Ing-wen, ha reiterado su voluntad de reforzar con armamento las fuerzas armadas locales: “no podemos ceder ni un centímetro de nuestro suelo”, instaba en una visita a una base naval.