El soberano impotente

Todo referéndum tiene al menos cuatro ángulos muertos. El Brexit es la demostración plástica de los peligros que acompañan a este tipo de convocatorias con las que se pretende la perfección del ideal democrático

Un sombrero en la oficina del líder del Partido Brexit, Nigel Farage, en el Parlamento Europeo en Bruselas, el pasado 28.YVES HERMAN (REUTERS)

El referéndum ha sido el instrumento decisivo en toda esta historia de 47 años. Sirvió para el ingreso en 1975 y ha servido ahora para el divorcio. Este tipo de consultas son un arma excepcional, especialmente en la patria de la democracia representativa, donde el Parlamento es el único lugar de la soberanía, sin referencia a una Constitución escrita, y por tanto una especie de poder constituyente permanente y abierto.

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El referéndum ha sido el instrumento decisivo en toda esta historia de 47 años. Sirvió para el ingreso en 1975 y ha servido ahora para el divorcio. Este tipo de consultas son un arma excepcional, especialmente en la patria de la democracia representativa, donde el Parlamento es el único lugar de la soberanía, sin referencia a una Constitución escrita, y por tanto una especie de poder constituyente permanente y abierto.

El Brexit es la demostración plástica de los peligros que acompañan a este tipo de convocatorias con las que se pretende la perfección del ideal democrático. Según Pierre Rosanvallon (Le siècle du populisme, Seuil, 2020), todo referéndum tiene al menos cuatro ángulos muertos. Disuelve, primero, la noción de responsabilidad política, tanto respecto a quienes lo convocan, y luego se lavan las manos sobre una decisión que no controlan, como sobre la aplicación de la decisión. En segundo lugar, mezcla dos conceptos distintos: la decisión, limitada a los efectos inmediatos, y la voluntad política, estratégica y proyectada en la gestión del tiempo por los Gobiernos. En tercer lugar, margina la deliberación democrática, absorbida por la propaganda. Y finalmente, sacraliza el principio mayoritario hasta el punto de convertir la decisión —una vez, un día— en irreversible.

Los tres años transcurridos desde el referéndum hasta hoy desnudan estos cuatro ángulos muertos. Si ha sido difícil que alguien se responsabilizara y gestionara el resultado, al final Boris Johnson ha conseguido aplicarlo con el convincente argumento de que había que terminar de una vez con el calvario. Nada hay que se parezca a una estrategia, por más que lo enmascaren los ensueños globales, los paraísos al estilo de Singapur o las difusas e increíbles promesas de Donald Trump sobre el oro a extraer de la relación especial con Estados Unidos. Esta cuestión, como casi todo el ruido que rodea al Brexit, enlaza con la pobreza deliberativa que acompaña a las consultas, como sabemos de sobra en España.

Nace un nuevo reino quizás desunido y está naciendo una nueva Europa quizás dominada también por la desunión

El futuro de Reino Unido, su propia unidad como país, es un misterio. Otro misterio es la relación a partir de ahora con el continente europeo, donde Londres siempre ha jugado a la geopolítica de la división para mantener su hegemonía. También lo es la capacidad de resistencia de la Unión Europea a una relación que será, como menos, duramente competitiva. Lo único seguro es que nada será como antes, en ningún lado del canal. Nace un nuevo reino quizás desunido y está naciendo una nueva Europa quizás dominada también por la desunión.

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La decisión referendaria adquiere un inevitable carácter constituyente e irreversible. No tiene marcha atrás. Ya se ha visto con la imposibilidad de un segundo referéndum, que solo los escoceses pretenden legítimamente. Si estamos es un momento constituyente, Escocia también tiene derecho a constituirse en sus propios términos. Señala Rosanvallon que “el pueblo como cuerpo cívico es por su construcción irresponsable puesto que es la potencia creadora de un orden político”. A falta de responsabilidad, deliberación y estrategia, deviene soberano impotente, al albur del talento autoritario de quien quiera manejarlo.

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