“No matan los terremotos sino las malas construcciones”
Crecen las críticas a la falta de preparación en un país con fuerte actividad sísmica como Turquía mientras prosigue la búsqueda de supervivientes del seísmo que ya ha causado al menos 71 muertos
“¡Papá, papá!”, grita una joven de unos 25 años cada vez que los rescatadores piden parar las máquinas y que la gente permanezca en silencio para tratar de captar sonidos de posibles supervivientes bajo los escombros. Los ojos enrojecidos de tanto llorar, ya sin lágrimas, sujetada por sus vecinos para que no se desmorone: “¡Papaíto! ¡Responde por favor, responde a mi voz!”.
Dos días después de que la tierra temblase en la costa turca de...
“¡Papá, papá!”, grita una joven de unos 25 años cada vez que los rescatadores piden parar las máquinas y que la gente permanezca en silencio para tratar de captar sonidos de posibles supervivientes bajo los escombros. Los ojos enrojecidos de tanto llorar, ya sin lágrimas, sujetada por sus vecinos para que no se desmorone: “¡Papaíto! ¡Responde por favor, responde a mi voz!”.
Dos días después de que la tierra temblase en la costa turca del mar Egeo y las islas griegas, los equipos de salvamento continúan trabajando en ocho de los edificios derrumbados por este terremoto de magnitud 6,9 que ya ha provocado al menos 71 muertos (dos en Grecia y el resto en Turquía) y cerca de un millar de heridos, de los que unos 200 continúan hospitalizados. Se trata de localizar a la treintena de personas que todavía permanecen atrapadas bajo los escombros.
En los Apartamentos Doganlar, frente a los que se desgañita la joven, continúan retirando cascotes, partiendo las planchas de hormigón que antes eran pisos para que las retiren las grúas y abriendo túneles a fin de acceder a las plantas inferiores. Una vez pasadas 72 horas, las posibilidades de hallar personas con vida se reducen prácticamente a cero, así que hay que proceder con toda la rapidez posible. “De los Apartamentos Doganlar ya hemos sacado a 23 personas, 14 de ellas con vida. Creemos que quedan otras 6 ó 7, no sabemos en qué estado”, explica Ahmet Yavuz, jefe de un equipo de bomberos desplazado desde Estambul: “Nosotros trabajamos bajo la premisa de que todos los que están atrapados dentro siguen vivos y así lo seguiremos haciendo hasta que saquemos al último”.
Pero mientras continúa la búsqueda de los últimos supervivientes ante la mirada compungida de familiares y vecinos, una pregunta sobrevuela cada vez con mayor fuerza a los habitantes de Esmirna: ¿Por qué estos edificios se han derrumbado como castillos de arena? ¿Por qué el distrito de Bayrakli, 70 kilómetros al norte del epicentro del terremoto, ha quedado tan mal parado cuando pueblos más cercanos están prácticamente intactos?
Bayrakli, es cierto, se halla sobre una falla que se resintió tras el terremoto en aguas del Egeo. Pero aunque algunos edificios de este distrito han visto aparecer grietas, la mayoría ha soportado el embate del seísmo. Solo una veintena se vinieron abajo. “Vemos que alrededor de los que se han derrumbado, la mayoría han resistido. Hay que investigar los materiales utilizados, los diseños, si hubo intervenciones posteriores que se hicieron sin permiso... en los que se han caído”, afirma Eylem Ulutas, presidenta del Colegio de Ingenieros Civiles de Esmirna.
Los Apartamentos Doganlar se construyeron en la década de los ochenta, cuando esta zona de Esmirna, anteriormente de huertos, se abrió al desarrollo urbanístico. “Es un suelo arenoso, con aguas por debajo”, señaló Sükrü Ersoy, geólogo de la Universidad Técnica de Yildiz, en declaraciones a la cadena CNN-Türk. También hay problemas con el hormigón armado utilizado: cemento de mala calidad y armaduras de acero sin corrugar (las varillas de acero corrugado solo se empezaron a utilizar de forma más extendida tras el terremoto que en 1999 causó más de 17.000 muertos en el noroeste de Turquía). “Los compañeros se han sorprendido mucho: hay columnas que incluso golpeándolas con un martillo se convierten en polvo”, ha denunciado Basaran Aksu, portavoz de un sindicato de mineros que ha enviado a sus miembros a Esmirna para ayudar en las tareas de desescombro.
Esa mala calidad de los materiales pone en el peligro también la supervivencia de sus ocupantes, explica el bombero Yavuz. Al derrumbarse un edificio suelen quedar huecos entre columnas o muros que permiten sobrevivir a quienes han quedado atrapados pero, al deshacerse el hormigón, estos huecos se cubren de polvo. Además, la falta de solidez de los materiales dificulta la construcción de túneles y pozos por los que podrían acceder los equipos de salvamento.
“Se vuelve cumplir la máxima de que no son los terremotos lo que matan a la gente, sino las malas construcciones”, prosigue Ulutas: “Tenemos que tratar seriamente la situación de nuestro parque inmobiliario. Turquía se halla sobre numerosas fallas y es imposible trasladar las ciudades que hay sobre ellas, pero eso no significa que en cada terremoto los edificios se vengan abajo. Nunca se completó el inventario sobre edificios con problemas que se prometió tras anteriores terremotos, así que debemos hacerlo más pronto que tarde y reforzar o rehacer todos los edificios que sea necesario”.