LA BRÚJULA EUROPEA

El virus y la mutación de las clases sociales

La pandemia desdibuja las categorías tradicionales y amenaza la cohesión social, rasgo definitorio de la Europa de posguerra

Un vagón del metro de París, el pasado mayo.Lafargue Raphael/ABACA (GTRES)

Junto a las alteraciones que provoca en cuerpos y almas, la pandemia también parece impulsar una mutación genética de las clases sociales: cambios de posición, de conciencia, de interrelación entre ellas que alumbran una metamorfosis colectiva.

La dinámica principal es probablemente una acción polarizadora. Las clases menos prósperas —más expuestas al riesgo en términos sanitarios y laborales— se caen por la pendiente pandémica con más facilidad que las ricas. Ellas son las que ...

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Junto a las alteraciones que provoca en cuerpos y almas, la pandemia también parece impulsar una mutación genética de las clases sociales: cambios de posición, de conciencia, de interrelación entre ellas que alumbran una metamorfosis colectiva.

La dinámica principal es probablemente una acción polarizadora. Las clases menos prósperas —más expuestas al riesgo en términos sanitarios y laborales— se caen por la pendiente pandémica con más facilidad que las ricas. Ellas son las que cogen con más frecuencia el transporte público y están en primera línea de fuego ante el colapso económico.

Una derivada de esta dinámica polarizadora es la caída hacia abajo de importante segmentos de la clase media. Dueños de negocios de hostelería y ocio o personas empleadas en sectores pulverizados por la pandemia como el transporte, el turismo o la actividad cultural avanzan rumbo abajo en una trayectoria de vértigo.

En esa dinámica, la exposición de los cuerpos al riesgo también parece hermanar algunos sectores de la clase media con la baja más que con la alta a la que suele mirar: los profesores, por ejemplo, deben exponerse ahora igual que los empleados de un supermercado. Más en general, mucha clase media urbana necesita el transporte público para ir al trabajo.

A medida en que se avanza en esta reflexión, se percibe que una visión maniquea conduce a una lectura muy imprecisa de la crisis. Hay clivajes de toda índole: urbe o campo constituyen dos realidades más alejadas que antes. Pero también tener hijos pequeños o no —con la enorme disrupción en el sector educativo—altera por completo el escenario. Personas de clase media afrontan esto de manera muy diferente con prole o sin.

Estos y otros factores alteran y reconfiguran el mapa social. Las advertencias de la OMS de que hasta 2022 no es razonable confiar en vacunaciones masivas abren un tiempo y un espacio para una peligrosa profundización y consolidación de estos cambios.

Europa se define, probablemente por encima de otros rasgos, por su ideal de cohesión social. Los países de nuestro continente figuran por lo general en el pelotón de cabeza de la clasificación global según el coeficiente de Gini, que mide la desigualdad sobre la base de la distribución de la renta. La redistribución de recursos para garantizar igualdad de oportunidades vía sólidos servicios públicos y prestaciones sociales amortiguadoras —aun con las claras diferencias entre conservadores y progresistas— es un quid definitorio de nuestro entorno.

Mantener esa cohesión requerirá no solo esfuerzos masivos en tamaño: también una extraordinaria fineza para captar la mutación que se produce y ofrecer respuestas adecuadas, precisas, efectivas. Maniqueísmos, trazo grueso, aplicación acrítica de esquemas de tiempos ya pasados corren el serio riesgo de conducir a políticas desequilibradas. Puede que los seres humanos logremos sobreponernos pronto a la pandemia, y por tanto evitar que la mutación social en acto cristalice. Pero no conviene confiarse. Conviene aparcar esquemas antiguos y lanzar una mirada virgen a la realidad.

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