Sandra Borda: “Los estudiantes lograron inspirarnos”
La académica y columnista lanza ‘Parar para avanzar’, una crónica del movimiento estudiantil que impulsó la oleada de protestas contra el Gobierno de Iván Duque
Iván Duque, el presidente más joven en la historia reciente de Colombia, ha perdido el favor de los estudiantes. En la oleada de protestas que sacudieron al país y arrinconaron a su Gobierno a finales del año pasado, los jóvenes de universidades públicas y privadas fueron destacados protagonistas de las movilizaciones, uno de los bloques más organizados en ese coctel de descontento. “Yo qu...
Iván Duque, el presidente más joven en la historia reciente de Colombia, ha perdido el favor de los estudiantes. En la oleada de protestas que sacudieron al país y arrinconaron a su Gobierno a finales del año pasado, los jóvenes de universidades públicas y privadas fueron destacados protagonistas de las movilizaciones, uno de los bloques más organizados en ese coctel de descontento. “Yo quiero estudiar/para cambiar la sociedad”, era uno de los cánticos más repetidos en aquellas marchas, que perdieron impulso con el nuevo año. Después, cuando amagaban con reactivarse, quedaron relegadas cuando la pandemia del coronavirus, las cuarentenas y el distanciamiento social trastocaron todas las agendas políticas.
“Durante las movilizaciones de octubre y noviembre del 2019 ellos lograron convencernos de que no debíamos ni teníamos que resignarnos a vivir en el país que una minoría con poder quiere para nosotros; que si nos juntamos y actuamos colectivamente podemos crear uno a imagen y semejanza de lo que deseamos. Lograron una tarea titánica en un país en donde el cinismo y el escepticismo son la norma: lograron inspirarnos”, escribe la politóloga e internacionalista Sandra Borda (Bogotá, 1974) en su libro Parar para avanzar, una crónica del movimiento estudiantil que presenta el próximo jueves.
Profesora e investigadora de la Universidad de Los Andes con maestrías en las universidades de Wisconsin y Chicago y un doctorado en la de Minessota, Borda es una voz frecuente tanto en los espacios académicos como en los de opinión en Colombia. La tarde del 23 de noviembre en que un policía antidisturbios disparó el proyectil que mató a Dilan Cruz, un joven que se convirtió en símbolo de las protestas, ella acompañó a los manifestantes en su ruta hacia la Plaza de Bolívar y por las calles del centro de Bogotá. Fue testigo de cómo los estudiantes levantaron las manos y cantaban “sin violencia, sin violencia” cuando quedaron cara a cara con la policía.
“No vi ni un vándalo, ni un solo acto de agresión. Lo único que vi fue a estudiantes que trataban de recoger los gases y los lanzaban de vuelta. Si la policía no hubiese adelantado una estrategia de hostigamiento, de persecución y de aplastamiento de la protesta pública, todo hubiese transcurrido normalmente en la plaza. En cambio, el derecho a la protesta se había violado de la forma más grotesca y más flagrante posible durante el transcurso de la tarde, y el uso de la fuerza por parte del Esmad [Escuadrón móvil antidisturbios] había dejado una víctima fatal. Es muy difícil que las cosas hubiesen salido peor ese sábado”, narra en Parar para avanzar. La autora conversó con EL PAÍS en su vivienda en Bogotá.
Pregunta. ¿La acción colectiva es posible en Colombia?
Respuesta. Antes de la pandemia hubiera dicho que sí, y que justamente el año pasado la suerte de lección que estábamos recibiendo no solo de los estudiantes sino de un montón de movimientos sociales en todas las partes del mundo –en Hong Kong, Estados Unidos, Europa y América Latina– era justamente que la acción colectiva se había vuelto más probable, más efectiva, que había más espacio para la acción cívica. Tristemente, con la pandemia la reducción de los espacios cívicos ha sido enorme, y los pocos ejercicios de manifestación social que hemos visto en distintas partes del mundo –como con la muerte de George Floyd en Estados Unidos– han sido tremendamente limitados. La pandemia nos ha puesto en un lugar en que reunirnos y salir a la calle se convierte en un riesgo para la salud pública.
P. Usted cuenta que no era precisamente una entusiasta de marchar.
R. No crecí en un ambiente en el que hubiera sido muy consciente de lo importante de la acción colectiva, creo que lo aprendí tarde en la vida. En Colombia una muy buena parte era muy asociada con la actividad insurgente durante mucho tiempo. Cada vez que había una protesta salía el gobernante de turno a decir que estaban infiltrados por las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). Fui una más de los colombianos que crecimos pensando en esa clave, y creo que la oportunidad que nos da el proceso de paz es la de entender ahora sí la acción colectiva, las manifestaciones y las protestas en sí mismas, y como una acción absolutamente separada de cualquier activismo armado.
P. ¿Qué la llevó a embarcarse en la crónica del movimiento estudiantil?
R. Como profesora tengo un contacto con los estudiantes y sus inquietudes mucho más cercano que otras personas. Hace un par de años empecé a ejercer como consejera de estudiantes que se encuentran en situación de riesgo, y eso me puso en contacto con un montón de realidades que no conocía. Irme acercando no solamente desde el punto de vista académico, sino personal, me hizo entender un montón de inquietudes, preocupaciones y ansiedades que los adultos a veces tendemos a poner de lado. Creo que son preocupaciones muy legítimas, serias y estructurales que tienen que ver con el futuro de este país. Acercarme a eso me marcó muchísimo.
P. El principal reclamo de los estudiantes ha sido mayores fondos para la educación pública, pero no es el único.
R. Eso se volvió mucho más complejo que en el pasado. Lo del 2019 era una articulación que se hizo mucho más patente y clara entre el estudiante de la universidad pública y el de la universidad privada. Hay un grupo de agravios muy distintos, pero que van en una dirección similar. Los estudiantes tienen esta sensación de que están debiendo su futuro, que no tienen recursos. Los unos por cuenta de estas deudas terribles del Icetex (el instituto público de crédito educativo), los otros simplemente porque no tienen acceso a la universidad pública, que es la única que pueden pagar. Ellos tienen una ansiedad terrible acerca de qué van a hacer en la vida. El espectro de oportunidades se está cerrando tanto que sienten que no les va a quedar espacio para ir en ninguna dirección. Si no hacemos un esfuerzo por entender las dificultades que están enfrentando, que entre otras se duplican y se profundizan con la educación virtual, les estamos labrando un futuro que va a ser muy complicado.
P. ¿El ruido de las cacerolas va a volver? ¿Qué va a pasar con ese malestar social?
R. Hay una primera fase muy típica de la pandemia de mucho miedo. Con un contexto como el colombiano, ascendente en materia de contagio, puede estar pasando lo que sea y no vas a lograr sacar a la gente a la calle. Pero hay una segunda fase de todo este asunto, y sobre eso ya ha advertido el Banco Interamericano de Desarrollo y un montón organizaciones internacionales. Esto en el mediano y el largo plazo va a terminar produciendo unos niveles de desigualdad enormes, o profundizando los que ya existen, y en el caso de América Latina es mucho más grave porque nuestros niveles de desigualdad son de los más notables. Entonces lo que dice el BID es que la política de confinamiento, y la forma en que se están comportando los gobiernos frente a la pandemia, inevitablemente va a contribuir al aumento de la desigualdad, hacer más difícil el acceso a los servicios educativos, de salud, e inclusive a la misma manutención. Creo que eso va a terminar en una suerte de arrebatos sociales muy difíciles de controlar. Porque ya no son los sindicatos, las organizaciones estudiantiles u otros movimientos sociales llamando y organizando la protesta, sino manifestaciones más espontaneas, menos organizadas, pero también mucho más emocionales, más brutales. Es un tipo de manifestación social muy distinta a la que vivimos a finales del año pasado.