Este no es el momento de Bill de Blasio
Tras su fracasada carrera presidencial y en medio de la crisis del coronavirus, el alcalde de Nueva York se enfrenta a las críticas por la respuesta a las protestas contra una Policía que prometió reformar
“Quiero hablarles un poco sobre Bill de Blasio”, dice Dante, afroamericano de 15 años, vecino de Brooklyn, tocado con un voluminoso pelo afro. “Es el único demócrata con las agallas para romper con los años de Bloomberg. Bill de Blasio será un alcalde para cada uno de los neoyorquinos, sin importar dónde viven ni qué aspecto tienen. Y diría esto aunque no fuera mi padre”.
Son apenas 30 segundos de anuncio. Pero en una ciudad agitada por el movimiento de Occupy Wall Street contra las desigualdades expuestas por el te...
“Quiero hablarles un poco sobre Bill de Blasio”, dice Dante, afroamericano de 15 años, vecino de Brooklyn, tocado con un voluminoso pelo afro. “Es el único demócrata con las agallas para romper con los años de Bloomberg. Bill de Blasio será un alcalde para cada uno de los neoyorquinos, sin importar dónde viven ni qué aspecto tienen. Y diría esto aunque no fuera mi padre”.
Son apenas 30 segundos de anuncio. Pero en una ciudad agitada por el movimiento de Occupy Wall Street contra las desigualdades expuestas por el terremoto financiero, que ansiaba un cambio hacia una política amable y cercana después de 20 años de Bloomberg y Giuliani, muchos consideran que esa jugada populista, la de colocar a su hijo como garantía de un crédito que pedía a la comunidad negra de Nueva York, fue definitiva para la primera aplastante victoria electoral del izquierdista De Blasio en 2013.
Siete años después, las calles de Nueva York arden contra la violencia policial a la que De Blasio prometió poner fin. “He pedido a los manifestantes que se vayan a sus casas a la hora del toque de queda, pero si siguen pacíficamente por las calles de la ciudad, eso será respetado”, dijo De Blasio el martes. Algunos centenares, en vez de ir a sus casas, decidieron ir a la residencia oficial del propio alcalde, en el Upper East Side, donde protagonizaron una protesta pacífica. Era la segunda vez en el día que se detenían ante la casa del regidor. Poco después, cuando bajaban por la Tercera Avenida, la policía disolvió al grupo y arrestó a 60 personas por saltarse el toque de queda.
La policía es una de las competencias principales de los alcaldes en Estados Unidos. Y la mayor parte de ellos, en la delicada tarea de poner orden en las ciudades tomadas por las protestas precisamente contra la brutalidad policial tras el homicidio de George Floyd, están fracasando. Pero ningún fracaso se antoja más explícito que el de Bill de Blasio, que precisamente llegó a la alcaldía prometiendo plantar cara a la policía y hacerles rendir cuentas por su violencia.
Con un móvil en la mano de cada manifestante, el escrutinio de la labor policial es total. Así, se pudo ver cómo un agente se aproximó a un joven que estaba con las manos en alto, le bajó la máscara que le cubría nariz y boca y le roció con gas pimienta. También se vio cómo dos todoterrenos de la policía embestían a un grupo de manifestantes en Brooklyn, arrollando a varios, pese a que tenían despejado el camino para dar marcha atrás. “No voy a culpar a los agentes que trataban de resolver una situación absolutamente imposible”, dijo De Blasio el sábado. El domingo, anunció la apertura de una investigación, pero elogió la “tremenda contención” mostrada por los policías. El lunes condenó con dureza el incidente.
Entretanto, la noche del domingo, su propia hija Chiara, de 25 años, fue arrestada, acusada de negarse a despejar una carretera cortada. Fue un sindicato policial, muy crítico con De Blasio, el que difundió el atestado. “Confío en mi hija”, dijo el alcalde. “Es un ser humano increíblemente bueno. No es alguien que cometería nunca violencia alguna”.
Para Bill De Blasio, este está siendo un curso que uno no desearía ni a su peor enemigo. Empezó con una sorprendente y extremadamente decepcionante carrera por la nominación demócrata para las presidenciales de noviembre en las primarias del partido. Abandonó después de cuatro meses de una campaña que el 76% de los votantes neoyorquinos, según un sondeo, no veía con buenos ojos. “Ha sido una experiencia extraordinaria”, concluyó.
Para experiencias extraordinarias, las que esperaban al alcalde. De pronto la ciudad se convirtió en el epicentro global de la pandemia del coronavirus. Y la resistencia inicial de De Blasio a tomar medidas severas de restricción de la movilidad ha sido duramente criticada. También lo ha sido la del gobernador del Estado, Andrew Cuomo, demócrata como él pero más centrista, con quien mantiene una histórica rivalidad. Pero, con sus comparecencias televisivas diarias, Cuomo ha logrado hacerse un hueco en los corazones de una parte de los estadounidenses. No ha sido el caso de Bill de Blasio.
Cuando Nueva York se disponía a empezar la desescalada, de pronto el distanciamiento social salta completamente por los aires en medio de las masivas protestas tras la muerte de George Floyd. Los comercios que adaptaban sus locales para volver a abrir en una nueva normalidad, de pronto se ven obligados a otra reforma más urgente: cubrir sus escaparates con tablones de madera para evitar los saqueos. Y De Blasio, cuyo mandato termina en diciembre de 2021, se ve atrapado entre diversos frentes inmanejables: la necesidad de mantener la paz, la fidelidad a sus compromisos electorales, la obligación de frenar la propagación del virus, y la urgencia de la reactivación de una ciudad hundida en una crisis económica de antología. “Está claro que no es mi momento”, admitió Bill De Blasio tras abandonar su carrera presidencial. La apreciación sigue dolorosamente vigente.