Análisis

El virus proteccionista

La pandemia ha acelerado la tendencia global a imponer barreras comerciales por mucho que EE UU y el Reino Unido abran negociaciones en busca de un acuerdo

Una mujer hace la compra en un supermercado del Reino Unido el pasado diciembre.AFP

Una videoconferencia con 200 participantes (¿han probado alguna de estas reuniones con más de 20 personas?) dio este martes el pistoletazo de salida a la primera ronda negociadora entre el Reino Unido y Estados Unidos en busca de un acuerdo comercial. Pan comido, aseguran. Nuevos mercados y adiós a viejas ataduras: de Europa, el primero, y de China, el segundo. Las dos partes tienen mucho que ganar pero, digan lo que di...

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Una videoconferencia con 200 participantes (¿han probado alguna de estas reuniones con más de 20 personas?) dio este martes el pistoletazo de salida a la primera ronda negociadora entre el Reino Unido y Estados Unidos en busca de un acuerdo comercial. Pan comido, aseguran. Nuevos mercados y adiós a viejas ataduras: de Europa, el primero, y de China, el segundo. Las dos partes tienen mucho que ganar pero, digan lo que digan, ni va a ser fácil ni va a suplir el cierre de muchos otros mercados.

El Gobierno de Boris Johnson quiere demostrar a Bruselas —y a sus electores— que el mundo post-Brexit estará lleno de oportunidades y acuerdo comerciales. Una cuestión fundamental para un país como el Reino Unido que, por ejemplo, importa la mitad de todos los alimentos que consume —y sería mucho más si las considerables exportaciones de whisky escocés no distorsionaran la foto real —. En ese juego de saldos, la Unión Europea (UE) representa el 30% del consumo alimentario británico, frente al 4% de Norteamérica. El margen de corrección es amplio pero tiene un precio. Washington, por ejemplo, quiere que Londres levante las restricciones a su pollo clorado, un proceso de descontaminación hasta ahora prohibido por la legislación europea.

Para Donald Trump, un acuerdo con el Reino Unido le permitiría llevar a su terreno político a una gran potencia del G7 pero no servirá para decantar la guerra comercial y tecnológica que mantiene con China. Salvo que el Reino Unido se erija en una suerte de paraíso fiscal cuando abandone definitivamente la UE, el gran temor de Bruselas. El sector financiero presiona para un acercamiento entre la City y Wall Street.

Si la pandemia del coronavirus no ha hecho sino acelerar tendencias económicas ya existentes, el ámbito comercial no se queda atrás. Durante la Gran Recesión de 2008 fue el propio EE UU quien quiso asegurar que el mundo no repetía los errores de la Gran Depresión erigiendo barreras comerciales. Pero en los últimos tres años ha sido la Administración estadounidense la que ha atacado directamente al modelo de comercio global y el coronavirus solo ha agravado las presiones proteccionistas. Como apunta Chad Bown, del Peterson Institute, hasta el 17 de marzo (¡!) Washington no eliminó los aranceles a las importaciones de respiradores y mascarillas procedentes de China, impuestos en plena guerra comercial, pese al coste de la medida en vidas humanas.

Lo malo del virus proteccionista es que se contagia con facilidad. La UE ha impuesto restricciones a las exportaciones de productos farmacéuticos y sanitarios, ha limitado la entrada de inversión extranjera en sectores clave y, de la mano del comisario Thierry Breton, plantea la necesidad de revisar el modelo de producción europeo y las cadenas de valor globales. Canadá, Brasil, Corea del Sur, Turquía y Rusia, entre otros, se han sumado a las restricciones. Y el virus se extenderá.

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