Análisis

El Papa, en la precampaña española

La conversación de Jordi Évole con Francisco, más allá de un grueso de respuestas ya conocidas, entra de pleno en el debate electoral

El papa Francisco, este domingo en el avión, a su vuelta de Marruecos. ALBERTO PIZZOLI (AFP)

Atravesar los muros del Vaticano con una grabadora y un bloc de notas para interrogar a un Papa fue siempre considerado una cima periodística. Benedicto XVI, mucho menos apegado a los asuntos de la Tierra y a la pedagogía parroquial que su sucesor, lo permitió una sola vez (el 20 de septiembre de 2005 a una televisión polaca). Pero Jorge Mario Bergoglio, dueño absoluto de los tiempos de su comunicación, abrió esa ventana y se ha expuesto ya en más de una treintena de ocasiones a entrevistas (...

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Atravesar los muros del Vaticano con una grabadora y un bloc de notas para interrogar a un Papa fue siempre considerado una cima periodística. Benedicto XVI, mucho menos apegado a los asuntos de la Tierra y a la pedagogía parroquial que su sucesor, lo permitió una sola vez (el 20 de septiembre de 2005 a una televisión polaca). Pero Jorge Mario Bergoglio, dueño absoluto de los tiempos de su comunicación, abrió esa ventana y se ha expuesto ya en más de una treintena de ocasiones a entrevistas (una de ellas hace dos años a EL PAÍS) y a las ruedas de prensa de todos sus 28 viajes apostólicos. Pero la cosa se complica si para interrogarle hay de por medio una cámara de vídeo. Lo habían hecho hasta ahora la televisión de los obispos italianos (TV2000) o la decana de los corresponsales en el Vaticano, la mexicana Valentina Alazraki. Quizá nadie con tanta libertad, incluso para mover el mobiliario en Santa Marta y crear un escenario ad hoc. Un gran tanto para el equipo de Salvados.

Las normas de la casa exigen las preguntas de antemano -menos para algunos grandes del oficio como el fundador de La Repubblica, Eugenio Scalfari, que no toma notas y es capaz de salir de la entrevista atribuyendo al Papa que “el infierno no existe”- y una puesta en escena en la que el Pontífice suele surfear sobre el guion de sus propias respuestas escritas. La habilidad de Jordi Évole para romper ese esquema y llevar la conversación a otros territorios sería el hit de la entrevista. Pero enfrente tenía a uno de los mayores expertos en contestar sin responder cuando no quiere; en rectificar sin apenas cambiar el sentido de lo que había dicho originalmente, como sucedió con las recomendaciones de poner en manos de un experto (ya sea psicólogo o psiquiatra, que más da) a los hijos homosexuales que empiezan a mostrar “síntomas raros”; también en el matiz condicional añadido a la idea de que cualquier feminismo “podría” terminar siendo un machismo con faldas. Repreguntar al otro lado del Tíber, cuando ya se ha logrado entrar, siempre es más difícil.

El encuentro, según explicó Évole en Rac1 días antes, se había solicitado desde hacía años. Y el Vaticano, extremadamente cuidadoso con la diplomacia y el respeto a los procesos políticos domésticos, no suele distraerse en estas cuestiones. Pero decide Francisco. Y la entrevista cayó en plena precampaña electoral de España. Ese país que en pleno viaje a Marruecos, eclipsado también pro la entrevista, dijo misteriosamente que visitaría "cuando haya paz". Por eso, más que en las cuestiones internacionales, las relativas a la inmigración, las críticas habituales a los chismorreos de la Santa Sede o a grandes asuntos como la pederastia en la Iglesia católica, donde la música -y a veces la letra- de la mayoría de respuestas era ya conocida, hubo información nueva en cuestiones domésticas. Se habló de la memoria histórica –“no habrá paz con un solo muerto escondido”- y del bloqueo del barco de Open Arms en el puerto de Barcelona (que ha obligado hoy al Gobierno a salir al paso). Pero el Pontífice evitó contestar al tema más espinoso para el Vaticano (la exhumación de Franco) y no fue interrogado por el conflicto catalán (cuesta imaginar que Évole renunciase a ello de forma voluntaria).

La política se expresó de forma sutil, pero afilada. Como la concertina que el Papa quiso agarrar en el clímax de la entrevista. No hubo menciones a Vox o al PP. Pero sí referencias a los católicos que no acogen a migrantes y a los medios religiosos que incumplen los mandamientos que el Papa considera fundamentales. También a la necesidad de pagar el IBI en las propiedades de la Iglesia que no estén destinadas al culto, como ya sucede en Italia. Una bofetada a la conferencia episcopal y a la extraordinaria rentabilidad inmobiliaria de la Iglesia, a esos que hacen trampas convirtiendo la educación en “un negocio”, como él mismo señaló. Y, en cierto modo, un extraño espaldarazo al PSOE, que ha propuesto cambiar esa ley. Fue, en muchos sentidos, la entrevista menos vaticana de de un Papa.

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