Opinión

Blanqueadores de la extrema derecha

Europa reacciona para frenar a los ultras, pero en la práctica mandatarios de media docena de países gobiernan en coalición o con apoyos de formaciones radicales

El primer ministro italiano, Giuseppe Conte, flanqueado por Luigi Di Maio (izquierda) y Matteo Salvini.GIUSEPPE LAMI (EFE)

Existe un amplio consenso al sostener que la gestión europea de las crisis financiera y migratoria ha favorecido el avance de la ultraderecha. Se comenta poco, sin embargo, que partidos democráticos clásicos han blanqueado a esas fuerzas xenófobas, nacionalistas y antieuropeas. Eso es lo que está a punto de ocurrir también en España.

Al mismo tiempo que, en teoría, Europa reacciona para frenar a la extrema derecha, ...

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Existe un amplio consenso al sostener que la gestión europea de las crisis financiera y migratoria ha favorecido el avance de la ultraderecha. Se comenta poco, sin embargo, que partidos democráticos clásicos han blanqueado a esas fuerzas xenófobas, nacionalistas y antieuropeas. Eso es lo que está a punto de ocurrir también en España.

Al mismo tiempo que, en teoría, Europa reacciona para frenar a la extrema derecha, en la práctica mandatarios de media docena de países gobiernan en coalición o con apoyos de formaciones ultraderechistas, convertidas así en partidos equiparables al resto.

El ejemplo obvio es Italia, donde la fuerza blanqueadora es ni más ni menos que el antisistema Movimiento 5 Estrellas, seguido de Austria, donde por segunda vez los conservadores gobiernan con la derecha extrema. Los mayores homologadores, no obstante, son los liberales que, gracias a los ultras, gobiernan en Dinamarca y Finlandia, como lo hicieron hasta hace tres meses en Bélgica y entre 2010 y 2012 en Holanda. Es impensable, por tanto, que ALDE, el grupo liberal en el Parlamento Europeo, castigue a Ciudadanos, miembro de la familia, si pacta con Vox en Andalucía.

Contribuyen también a asimilar a xenófobos y soberanistas grupos como el Partido Popular Europeo o el Socialista, que no echan de sus filas, respectivamente, al húngaro Viktor Orbán o a los gobernantes socialdemócratas de Rumanía —ahora preside la UE—, que organizaron un referéndum para prohibir el matrimonio homosexual y persiguen a los jueces que condenaron a su corrupto líder, Liviu Dragnea.

Solo en dos países funciona el cordón sanitario frente a la ultraderecha. En Alemania, propició la gran coalición entre los conservadores y los socialdemócratas. Y en Francia esa barrera —y el sistema electoral de doble vuelta— hace que Marine Le Pen (Reagrupamiento Nacional) apenas tenga poder pese a su enorme peso electoral. En las regionales de 2015, ganó en la primera vuelta en seis de las 13 regiones, pero no gobierna en ninguna por la alianza de los demás partidos en la segunda. Con 1,6 millones de votos (8,8%) en las legislativas de 2017, solo tiene ocho escaños, frente a los 30 de los socialistas, con medio millón de votos menos.

El problema ha llegado a España y, mientras el PP y Cs se aprestan a blanquear a Vox, las demás fuerzas se limitan a declaraciones altisonantes. Solo Manuel Valls, que sufrió en primera línea el apogeo de Le Pen, se ha atrevido a proponer un cordón a la española: una alianza PSOE-PP-Cs que, de rebote cortaría esa alimentación recíproca entre ultraderechistas (exvotantes y ahora socios del PP) e independentistas (aliados coyunturales del Gobierno).

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Las posibilidades de que ese plan prospere son nulas. Lo extraño, sin embargo, no es esa propuesta, sino que sea la única para evitar que también España blanquee a la ultraderecha. A solo cinco meses de las cruciales elecciones europeas sería todo un mensaje.

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