Miami el día después: “Al mal tiempo buena cara”

La ciudad trata de recuperar la normalidad mientras millones de personas siguen sin electricidad

El cartel de una gasolinera caído tras el paso de Irma en Miami.ERIK S. LESSER (EFE)

Los coches ya empiezan a llenar las principales autopistas. Los vientos han cesado. Las primeras tiendas abren sus puertas. Pero para muchos la electricidad sigue sin funcionar. Miami trataba este lunes de recuperar paulatinamente la normalidad tras el paso del huracán Irma por el cono sur de Florida. Excepto las grandes inundaciones en el centro de la ciudad y otras zonas de la bahía, la mayor parte...

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Los coches ya empiezan a llenar las principales autopistas. Los vientos han cesado. Las primeras tiendas abren sus puertas. Pero para muchos la electricidad sigue sin funcionar. Miami trataba este lunes de recuperar paulatinamente la normalidad tras el paso del huracán Irma por el cono sur de Florida. Excepto las grandes inundaciones en el centro de la ciudad y otras zonas de la bahía, la mayor parte de los barrios respiraban con tranquilidad por haberse librado del previsto golpe letal.

Se esperaba demoledor. El Gobierno había evacuado a seis millones y medio de personas y convertido la ciudad y sus suburbios en un desierto durante más de 24 horas. Las autoridades preveían hasta cuatro metros de agua y grandes inundaciones. Pero la desviación a última hora del ojo del huracán —que impactó por la costa oeste de la península de Florida— evitó una catástrofe sin precedentes en Miami.

“Fue razonable. Ha habido pocos daños, pero no sabemos hasta cuando no habrá luz”, decía René, un hondureño que pasó las horas críticas refugiado en su casa de Pequeña Habana, el barrio cubano de la ciudad, cuyos comercios ya abrían las puertas por la mañana. Con cerveza en mano, se lamentaba por no tener conexión a internet. “Pero bueno, al mal tiempo buena cara”.

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En el supermercado Presidente, centenares de vecinos recorrían las estanterías en busca alimentos, pero el desabastecimiento todavía era visible. Al menos 50 personas esperaban pacientemente en la cola para el café. A pocos kilómetros, en el downtown, las calles seguían cortadas por la policía y los accesos bloqueados a Miami Beach y Cayo Vizcaíno —las urbanizaciones de playas idílicas— por las altas inundaciones. Las pocas vías abiertas obligaban a los conductores a sortear las decenas de árboles derrumbados, señales destruidas y postes de electricidad descolgados.

20 kilómetros al sur, en la zona residencial de Kendall, Daniel Marinuche repara en su casa los pocos desperfectos que dejó Irma. “Está en perfecto estado. Ni las plantas de la terraza se cayeron”, dice. Había blindado su casa, de planta única, con planchas metálicas en ventanas y puertas. Su familia y él se refugiaron en un almacén cercano al aeropuerto. “No sabemos cuando volverá la luz, pero gracias a Dios todo está bien”, añadió con una sonrisa.

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La peor parte la recibieron quienes viven en casas más precarias, de estructura metálica o madera. “La mitad del techo se fue. Era de esperar”, lamentaba Rosa Castillo, una nicaragüense que vive con cuatro familiares. Lleva 22 años viviendo ahí y ha superado atrincherada otros huracanes. “Irma fue el más feo para nosotros. Nunca me había pasado nada así. Lo peor es que la casa no está asegurada. Tendré que endeudarme y pagar unos 7.000 dólares”, decía. Su vecino, Damián Fernández, tampoco tiene seguro. Pero el cubano, de 35 años, confía en que él solo podrá retirar el árbol que achata su tejado y ha aplastado un cobertizo aledaño.

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