Mauricio Macri promete terminar una obra eterna, anunciada y suspendida más de 10 veces
El soterramiento de la línea Sarmiento del ferrocarril en Buenos Aires es deuda desde 1901
Buenos Aires es una ciudad fragmentada por el ferrocarril. Siete líneas la atraviesan entre grandes avenidas, barrios y suburbios. A principios del siglo pasado, cuando la ciudad todavía se movía a tracción a sangre, las vías no fueron un problema. Pero ya en 1913 Buenos Aires apostó por el metro, construyó la primera línea de América Latina, y se adelantó incluso 6 años al de Madrid. Los trenes, sin embargo, siguieron allí, como una tela de araña sobre la ciudad y la línea Sarmiento como emblema: su recorrido parte a Buenos Aires de este a oeste en mitades iguales, paralelo a la avenida Rivadavia, verdadero nervio urbano que se adentra en los partidos industriales del extrarradio. La línea se proyectó bajo tierra y entre 1903 y 1905 se construyó como una trinchera a cielo abierto entre la cabecera, en Once, y el barrio de Caballito -a 1,3 kilómetros-. Las crisis económicas dejaron la trinchera sin concluir y pronto la ciudad se acomodó al tren en superficie. Cuando el tránsito creció fue imperioso reflotar el plan del soterramiento y dese 1998 se anunció más de una docena de veces que las obras eran inminentes. El kirchnerismo, finalmente, hizo del ferrocarril una bandera de sus planes de desarrollo y compró en Alemania por 40 millones de euros la tuneladora Argentina. Entre febrero de 2006 y junio de 2014 anunció 6 veces el inicio de las obras, pero Argentina nunca se movió. Encerrada entre paredes se oxidó por el paso del tiempo. Hasta que esta semana Mauricio Macri oprimió el botón del monstruo de 125 metros de largo que cavará el túnel del nuevo Sarmiento desde la estación Haedo, a 18 kilómetros de su destino. “Ahora empezó de verdad”, dijo. En el barrio, sin embargo, no transmiten el mismo entusiasmo que el presidente.
La obra tendrá que luchar contra la huella de incredulidad que ha dejado décadas de promesas incumplidas. Gladys tiene un puesto de venta de revistas a media calle del obrador donde Argentina inició su trabajo el 12 de octubre. “En su momento hablamos del soterramiento, pero ya nos olvidamos”, dice con una sonrisa; “en 2006 fue todo un tema, pero quedó en la nada. Todos los políticos son iguales, a esta obra ya la inauguraron tres veces”.
La tuneladora avanzará como un gusano a razón de 20 metros por día. Según prometió el gobierno, en unos 30 días ya no será visible desde la superficie y podrá abrir y cementar entre 300 y 400 metros de túnel por mes sin que la gente perciba que está trabajando bajo tierra. A mediados de 2017 estará listo el túnel, en 2018 ocho nuevas estaciones y dentro de 5 años la obra completa, con el tendido de vías y el servicio eléctrico terminado. El plan costará 3.000 millones de dólares financiados con créditos y dineros propios. “La gente en el barrio habla de otra cosa. Yo por suerte me mudé cerca de aquí para no tener que viajar en tren, porque siempre tiene algún problema. A nadie le importa el soterramiento porque nadie cree realmente que se vaya a hacer algún día”, dice Guadalupe desde detrás de un mostrador de una pinturería. La mujer coincide con Yaila, de 20 años. “No estoy enterada de nada y entre los vecinos no se habla del tema. ¿Y va a contaminar el medio ambiente?”, pregunta. “No miro mucho noticiero y no sabía que querían hacer como un subte. Me parece bien, pero lo han prometido tantas veces que habrá que verlo”. Iván, a cargo de un hotel, ve en cambio una buena oportunidad para sumar clientes a su negocio. “Todo lo que tenga que ver con el transporte es importante. El barrio estás contento”, dice.
Más de 200.000 pasajeros toman cada día el tren Sarmiento para viajar desde el oeste del conurbano hacia el centro de la ciudad. Hoy esperan cada servicio hasta 10 minutos, tiempo que no puede reducirse porque impediría abrir los más de 30 pasos con barrera que conectan el tránsito a un lado y otro de las vías. El gobierno prometió que sin ese problema podrá reducir a 3 minutos la espera en estación. La obra tendrá, por supuesto, un fuerte impacto económico porque creará, según los cálculos oficiales, 10.000 puestos de trabajo directos e indirectos. Un cartel con la inscripción “No hay vacantes” en grandes letras rojas desalientas, sin embargo, a los obreros que se acercan hasta el obrador en busca de un lugar en la plantilla.
Los guardias recomiendan a los interesados que se informen antes en el sindicato, la UOCRA, desde donde se reparten los eventuales puestos. Así lo hicieron la docena de hombres que se agolpan frente a la reja de ingreso. Como Manuel, de 53 años. “Nos dijeron que la obra va a durar 3 años y medio. Esperemos que la terminen. Mucha confianza no tengo, pero los que estuvieron antes durante 12 años no hicieron nada, así que mucho peor no puede ser”, dice. A su lado, Jorge confirma con comprobantes que ha cumplido con las pruebas de aptitud física. “Hago cualquier cosa que me pidan. Está tan duro conseguir algo que no soy exigente”, explica. La aspiración de todos ellos es que la obra se prolongue todo lo posible en el tiempo, una oportunidad de oro para no padecer las intermitencias propias del trabajo en la construcción. Como los vecinos de Haedo, los operarios también apelan a la máxima popular contra la incredulidad. “Esto es ver para creer”, advierte Manuel.
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