Análisis

Buenismo belicista

Tony Blair reivindica la relación especial con Estados Unidos como explicación a sus errores

Estrictas novedades, pocas. Muchas confirmaciones. Las peores sospechas han quedado dramáticamente demostradas: no había base legal para invadir Irak, no existía evidencia alguna sobre las armas de destrucción masiva, la preparación de la guerra y de la posguerra fue deficiente, en ningún caso la guerra fue el último recurso. Quienes se opusieron a la segunda guerra de Irak tenían toda la razón y el informe Chilcot ha venido ahora a remacharlo con una detallada indagación que constituye todo un pesadísimo alegato, al menos político, contra Tony Blair.

Manifestantes caracterizados como el ex primer ministro británico Tony Blair, y el expresidente estadounidense George W. Bush.WILL OLIVER (EFE)

Como todos sabían y ha sido sobradamente documentado, Bush decidió terminar con Sadam Husein primero y buscar los argumentos y las bases legales después. Tony Blair fue quien más le ayudó en la faena. De ahí el título de caniche de Bush. No fue el único: Aznar, que sale numerosas veces citado de pasada en el informe, fue el caniche del caniche. Pero el caso de Blair es especialmente grave,...

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Como todos sabían y ha sido sobradamente documentado, Bush decidió terminar con Sadam Husein primero y buscar los argumentos y las bases legales después. Tony Blair fue quien más le ayudó en la faena. De ahí el título de caniche de Bush. No fue el único: Aznar, que sale numerosas veces citado de pasada en el informe, fue el caniche del caniche. Pero el caso de Blair es especialmente grave, por su prestigio como líder de la Tercera Vía y su sobrada experiencia política, que contrastaba con la bisoñez de Bush, y porque además comprometió a su país, su Ejército, sus servicios secretos y sus instituciones, incluida la BBC, en la construcción del castillo de sofismas y falsedades de la causa belicista.

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Tras los atentados del 11-S Blair estaba totalmente decidido a apoyar a Bush. “Estaré con usted, pase lo que pase”, le dijo en una carta. Cierto que también lo intentó todo para evitar una decisión unilateral, buscar cobertura legal de Naciones Unidas e incluso agotar los caminos diplomáticos y las inspecciones sobre la existencia de las famosas armas de destrucción masiva que ya no existían.

El informe Chilcot es un auto de acusación abrumador, especialmente en los aspectos más políticos, que cae en un momento especial de la política británica y extiende un enorme interrogante sobre las decisiones del Ejecutivo, la responsabilidad de sus primeros ministros y su capacidad para manipular la opinión pública. Las evidencias sobre una de las peores decisiones de la historia británica, como es la entrada en la guerra de Irak, llegan con una extensa conciencia británica e internacional de que Reino Unido acaba de tomar otra de sus peores decisiones históricas, como es abandonar la Unión Europea; dos reveses de graves consecuencias geopolíticas separados solo por 13 años. El único argumento de Blair es de una debilidad portentosa. Pide disculpas, expresa su pesar, pero se niega a admitir que mintió, porque lo hizo de buena fe: maquiavelismo de buena fe, en definitiva.

Blair se vio revestido con los hábitos de Churchill para combatir al lado de Estados Unidos el nazismo del siglo XXI, representado por Sadam Husein, en mitad de la mayor soledad europea. Solo una extraña combinación de arrogancia y autoindulgencia le permite cerrar los ojos ante las consecuencias: los soldados muertos, un país entero destruido, un terremoto político cuyas consecuencias llegan hasta ahora mismo con el Estado Islámico y la crisis de los refugiados. ¿Todo por la cabeza de Sadam? No, todo por la relación especial con Estados Unidos, la misma relación que el Brexit ha venido a erosionar.

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