Opinión

Entre la peste y el cólera

Rusia, Turquía, Irán o Francia utilizan a Siria para sus respectivos intereses particulares

El objetivo es terminar con la guerra. Pero la guerra también es una oportunidad para que cada uno avance sus peones. Si la guerra se hace a costa de los sirios —más de 300.000 muertos, nueve millones de desplazados y exiliados, numerosas ciudades y abundante patrimonio arrasados—, lo que vaya a ser la paz también se hará a costa de los sirios. Así de duras y crueles son las relaciones internacionales con los perdedores. Con la salvedad de que en este caso son los europeos los designados para pagar la factura, en forma de dinero para frenar al Estado Islámico (EI) y de recepción de los refugia...

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El objetivo es terminar con la guerra. Pero la guerra también es una oportunidad para que cada uno avance sus peones. Si la guerra se hace a costa de los sirios —más de 300.000 muertos, nueve millones de desplazados y exiliados, numerosas ciudades y abundante patrimonio arrasados—, lo que vaya a ser la paz también se hará a costa de los sirios. Así de duras y crueles son las relaciones internacionales con los perdedores. Con la salvedad de que en este caso son los europeos los designados para pagar la factura, en forma de dinero para frenar al Estado Islámico (EI) y de recepción de los refugiados que huyen en tromba.

La partida se juega en dos tableros, el diplomático, que tiene estos días su escaparate en la Asamblea General de Naciones Unidas, y el militar, sobre el terreno, donde todo está cambiando. Nadie ha planteado todavía la opción terrestre, probablemente la única que puede acabar con la peste yihadista, aunque es la que propugna Teherán, que ya la pone en práctica con alcance limitado a través de Hezbolá, la sucursal libanesa, que auxilia a El Asad, el cólera, en las regiones limítrofes.

Entre la peste y el cólera, el EI y la sanguinaria dictadura de El Asad, todos van decantándose. Para Vladímir Putin, el régimen alauí es la única garantía de estabilidad. Para François Hollande, El Asad es el problema —quien abrió las puertas del infierno— y no parte de la solución, con derecho a presidir una transición. Barack Obama comparte este punto de vista pero parece cada vez más dispuesto a ceder en una gran alianza anti-EI que aparque hasta el final el destino del autócrata.

Rusia utiliza a Siria para regresar al centro del tablero internacional tras la crisis ucrania y por eso acude con aviones y tanques en auxilio de El Asad, trenza una alianza para compartir información con Irán, Siria e Irak e incluso bombardea desde el aire. Irán se juega la hegemonía en la región en competencia con Arabia Saudí. Erdogan utiliza Siria para frenar a los kurdos, vencer en las elecciones de noviembre y reforzar sus poderes presidenciales. Francia, que siempre aspira a sobrevivir internacionalmente, lanza sus aviones contra el EI con la extraña cobertura legal del derecho de defensa contra los terroristas franceses, para evitar que regresen y atenten en casa.

Por si quedaban dudas sobre la desorientación estratégica de Estados Unidos y sus aliados occidentales, ahí está la ciudad afgana de Kunduz, 300.000 habitantes, de nuevo en manos de los talibanes, que han desalojado al Ejército afgano 14 años después de la guerra que Washington entabló contra ellos. No es el Estado Islámico, claro está, sino su primo hermano adscrito a Al Qaeda, que se impone como primera tarea pasar cuentas con las organizaciones afganas que defienden los derechos de las mujeres. La derrota recuerda la guerra global contra el terror inaugurada por Bush tras el 11-S, que Obama quiso abolir pero está perdiendo ahora frente a la Rusia de Putin, de nuevo enredada en Oriente Próximo 40 años después de su expulsión cuando era todavía la Unión Soviética.

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