Columna

“Mamá, ¿dónde duermen las personas marrones?”

La pregunta del niño denuncia la vida entre los muros de la urbanización llamada Brasil

Una amiga me cuenta a la vuelta de un viaje a París con la familia. "Sólo cuando estaba allí me di cuenta que mi hija estaba, literalmente, andando por la calle por primera vez." La niña tiene cuatro años. Clase media. Vive en São Paulo en una urbanización cerrada. De la urbanización va en coche al colegio privado. Del colegio privado vuelve a casa. Durante el fin de semana, se queda dentro de su urbanización cerrada o va para otras urbanizaciones, de casas o edificios cercados por muros o rejas, con garitas y porteros. O va a centros comerciales adonde llega por el aparcamiento y de donde sal...

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Una amiga me cuenta a la vuelta de un viaje a París con la familia. "Sólo cuando estaba allí me di cuenta que mi hija estaba, literalmente, andando por la calle por primera vez." La niña tiene cuatro años. Clase media. Vive en São Paulo en una urbanización cerrada. De la urbanización va en coche al colegio privado. Del colegio privado vuelve a casa. Durante el fin de semana, se queda dentro de su urbanización cerrada o va para otras urbanizaciones, de casas o edificios cercados por muros o rejas, con garitas y porteros. O va a centros comerciales adonde llega por el aparcamiento y de donde sale por el aparcamiento. Se desplaza sólo en coche, bien atada a la sillita, protegida detrás de las ventanas, cristales tintados. De muro en muro, la niña pasó los primeros cuatro años de su vida sin pisar la calle a no ser por breves y arriesgados instantes. Y solo cuando la calle no pudo ser evitada. Y solo como recorrido rápido y temeroso entre un muro y otro.

La ciudad es un paisaje desde el otro lado del cristal, un paisaje que ella espía pero no toca. Lo de fuera, el lado externo, es una amenaza. El otro es aquel con el que ella no puede convivir, tanto que no debe ni mirarlo. Hasta incluso los contactos visuales deben ser evitados, cruces de miradas también son peligrosos. Cualquier permeabilidad entre dentro y fuera, entre la calle y el muro, sea en la casa, escuela, centro comercial o en el coche, ella aprendió a decodificar como intrusión. El otro es el intruso, aquel que, si entra, le va a quitar alguna cosa. Si le toca, va a contaminarla. Si la mira, va a amenazarla.

La calle, el espacio público, es donde ella no puede estar. ¿Y por qué? Porque allí está el otro, el diferente. Y ella solo puede estar segura entre sus iguales, del lado de dentro de los muros.

Mi amiga se encontró de repente sin reconocerse a si misma. Había pasado los primeros cuatro años de la vida de su hija preocupada en descubrir cuál era la casa más protegida que podrían comprar juntando sus ahorros con los de su marido, la casa dentro de muros pero con espacio de convivencia, con un playground en el que los niños de dentro, los niños adecuados se encuentran. En seguida, preocupada por escoger una escuela que garantizase más habilidades competitivas cuando la niña llegase a la vida adulta y que también fuera una escuela protegida en la que su hija estuviera segura del lado de dentro. Ni siquiera había percibido que estaba criando una niña con horror a todos aquellos que estaban del lado de fuera de los muros y con pavor de pisar la calle.

Otra madre, ésta de un niño, se quedó sin respuestas delante de dos preguntas seguidas de su hijo pequeño: "¿Por qué ella es marrón?", el niño preguntó, refiriéndose a la asistenta. Y a continuación: "¿Dónde duermen las personas marrones?", ya que las "personas marrones" dejaban los muros al final del día, tanto en su casa como de la de sus amiguitos, pero él no sabía adónde iban. ¿Otra urbanización cerrada?

Pueden parecer acontecimientos banales para algunos, al fin y al cabo, los tiempos son así. Para otros pueden parecer historias de terror para otros, pues estos tiempos son así. Para mí los niños denuncian la brutalidad del país que creamos para ellos, haciendo las preguntas que los adultos prefieren no hacerse a si mismos. No sabemos qué personas serán estas que crecen entre muros y que aprenden a identificar al otro, al diferente, como amenaza.

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Más preocupados debemos estar cuando la respuesta de la Cámara de los Diputados a la violencia se dirige hacia la reducción de la mayoría de edad penal de los 18 a los 16 años para los crímenes considerados más graves. ¿Qué están intentando hacer aquellos que manipulan el miedo? Quieren garantizar que esos otros, adolescentes que no tuvieron educación ni saneamiento ni sanidad ni ocio ni acceso a ninguno de sus derechos garantizados por la Constitución, esos otros que tuvieron las leyes que les protegen violadas desde el nacimiento, hijos de esas "personas marrones" que el niño no sabe adónde van por la noche ni quién cuida de sus críos, sean encarcelados más temprano porque ya decretaron que para ellas no existe solución.

Para estos otros se elimina la responsabilidad del Estado de ayudarlos a construir un camino alternativo y darles acceso a derechos que siempre les fueron negados. Sin las preguntas que los niños podrían hacer a los adultos que prefieren anular los puntos de interrogación, los adolescentes que cometen crímenes son vaciados de historia para que la sociedad sea absuelta y por tanto eximida de su responsabilidad. Los diputados manipulan el miedo de sus electores para convertirlos en una amenaza insuperable. Límpiese entonces las calles de aquellos que ensucian el paisaje, para que ni siquiera sea necesario mirarlos desde el otro lado de los vidrios y que los sitúan en instituciones amuralladas donde el lado de dentro se asemeja a un campo de concentración. Si alguien piensa que excluir y castigar más y más temprano es el camino para un país sin muros, necesita volver a reflexionar. No es necesario ser vidente para saber lo que la venganza provoca en un individuo y en un país cuando pasa a ocupar el lugar de la justicia. ¿Y los que están detrás de sus numerosos muros se vengan de qué? Valdría la pena preguntarse.

Una sociedad de muros siempre va a necesitar engendrar monstruos del lado de fuera para seguir justificando sus privilegios y mantenerlos intactos

La Historia ya nos mostró lo que sucede cuando el Estado determina que un determinado otro encarna la amenaza y debe, por lo tanto, ser separado y confinado. Y después, ¿cuál es el próximo paso? ¿Cuál es la solución final? ¿Pena de muerte? ¿Exterminio? Cuidado. En algún momento aquellos que se engañan a si mismos de estar seguros detrás de los muros que irguieron pueden convertirse en otro a ser eliminado. Una sociedad fundada en muros cada vez más altos siempre va a necesitar de una amenaza del lado de fuera a la cual culpar por su malestar, para que los engranajes continúen funcionando, garantizando la desigualdad y el enriquecimiento de los mismos de siempre. En vez de horrorizarse con la violencia del sistema de educación pública que secuestra el presente y el futuro de esos niños que tienen color, clase social y dirección, se preocupan en deshumanizarlos, borrando singularidades y trayectorias, vaciándoles de sentidos para volverles monstruosos. Cuando consigan encarcelar a todos los hijos de los pobres que no pudieron convertirse en mano de obra barata, quizás deteniéndolos tan pronto nazcan, ya que el aborto es condenado por los mismos que defienden la reducción de la mayoría de edad penal, se encontrará una nueva amenaza para mantener el sistema de privilegios intacto.

Una sociedad de muros siempre va a necesitar engendrar monstruos para seguir justificando la deshumanización y el sistema no oficial de castas. Aquellos que tratan de sentirse seguros y criar a sus hijos con seguridad no se sienten inseguros porque existe otro amenazador del lado de fuera. Esa es solo la apariencia que mantiene todo como está. Lo que necesitamos no es erguir muros cada vez más altos, sino derrumbarlos y mezclarnos en las calles de la ciudad.

El Brasil actual es una realidad deshilachada. De entre los más recientes intentos por comprenderlo destaco un muy interesante, propuesto por el psicoanalista Christian Dunker. Está en un libro que lanzó hace poco, llamado Mal-estar, sofrimento e sintoma – uma psicopatologia do Brasil entre muros (“malestar, sufrimiento y síntoma – una psicopatología del Brasil entre muros”,editorial Boitempo). Pero podría llamarse Urbanización Brasil. Dunker piensa el país a partir de la lógica de la urbanización cerrada, que encuentra su expresión más destacada en Alphaville, construida en los años setenta en los alrededores de São Paulo. Vale la pena, como apunta el autor, recordar la película de Jean-Luc Godard de mismo nombre. Alphaville, la del cineasta francés, tiene lugar en otro planeta, donde todo está controlado por un ordenador central, el Alpha 60. Un agente secreto es enviado a Alphaville para destruir el ordenador y eliminar a su creador. En Alphaville no existen singularidades. Amor, poesía o emoción están prohibidos. Son vetadas las interrogaciones. Es censurado el “por qué”. Solo está permitido el modo explicativo: “porque”.

En una de sus escenas antológicas, como recuerda el filósofo Vladimir Safatle en la presentación del libro, el agente es interrogado por el ordenador y responde a sus preguntas con citas de Jorge Luis Borges, Blaise Pascal y Friedrich Nietzsche. La máquina, confusa, lo libera. “Esta fue la manera encontrada por Godard para mostrar lo que Alphaville había dejado fuera de sus fronteras: la indeterminación que viene junto a la palabra poética, ese pavor pascaliano delante del silencio de los espacios infinitos”, escribe Safatle. “O sea, fuera de Alphaville estaba toda la experiencia posible.”

En la Urbanización Brasil, el administrador regula el sufrimiento de la vida para transformarlo en formas de insatisfacción que pueda administrar

¿Y esta Urbanización Brasil? La hipótesis formulada por Christian Dunker es que “la vida en forma de urbanización cerrada” coloca nuestro malestar en lo que llama de capitalismo a la brasileña. La lógica de la urbanización cerrada transforma los problemas en problemas de gestión, en la que el administrador-presidente de la urbanización adopta el papel de regulador del sufrimiento –y también del disfrute. O, en las palabras de Dunker, “aquel que debe gestionar el sufrimiento de la vida (…) para transformarlo en formas palpables de insatisfacción que él podrá administrar”. O más adelante: “Nuestro déficit de felicidad nos lleva al sufrimiento, más o menos envidioso, de que el vecino raptó un fragmento de nuestro gozo. El administrador representa tanto la ley mal formulada como el disfrute excesivo del vecino.” La segregación, como dice Dunker, surge del fracaso en combinar la diferencia y la división. Es un libro osado y complejo que piensa sobre el camino brasileño de “despolitización del sufrimiento, medicación del malestar y administralización del síntoma”. Recomiendo su lectura. Aquí me detengo apenas en algunas de las reflexiones que el libro me provocó.

Primero, hay que establecer las fronteras. Los que están del lado de dentro, con la ilusión de protección, y los que están del lado de fuera intentando entrar porque existe algo allí que ellos no tienen. Existen además aquellos que entran y salen en períodos determinados, por la puerta de atrás para desempeñar servicios y mantener la ilusión del paisaje intacto (césped cortado, árboles podados, calles y casas limpias etc.). Estos otros, tolerados por necesarios, pero uniformados y diferenciados para reforzar la única (des)identidad que importa: la de la función, ésta estratégica, de maquillar la realidad, limpiando la suciedad para que todo parezca inmutable. Garantizando así el mantenimiento del paraíso como paraíso que no decae ni se arruina. Al final, autolimpiándose al dejar los muros. Merece la pena repetir la pregunta perturbadora del niño del principio: “Mamá, ¿dónde duermen las personas marrones?”

Hay que desempeñar esa función de “limpiar y mantener”, pero siendo lo más invisible posible. Entrando y saliendo en un solo color, para que se vuelva invisible todo aquello que escapa al control. Lo que nos lleva a la próxima pregunta: al final, ¿qué de hecho se limpia y qué es necesario mantener? Es posible arrancar la mala hierba que avanza sobre el césped anunciando que esa es una guerra perdida. Es posible quitar rápidamente la basura de la vista antes de que nos recuerde que olemos mal y destruimos mucho. Pero no es posible acabar con el envejecimiento, la enfermedad y la muerte, ni con la insatisfacción, la ansiedad y la angustia, ni con el gusto amargo en la boca que sólo hace aumentar porque el paraíso no era bien como lo prometido y la felicidad resuena cada vez más nerviosa. Tampoco es posible negar la percepción creciente de que los vecinos, los iguales, son menos cordiales, interesantes o soportables de lo que el anuncio garantizó. Lo que no se consigue dejar del lado de fuera es también el malestar que lo llevó hacia adentro. El coste de estar dentro es alto. Tal vez más alto de lo que la mayoría se dé cuenta.

¿Qué sucede cuando el que está fuera decide entrar? A estas alturas, imagino que buena parte de los lectores pueda pensar en atraco. No. Recuerdo aquí los rolezinhos, convocatorias masivas de jóvenes de la periferia en centros comerciales, ocurridos entre finales de 2013 y los primeros meses de 2014. El momento en que jóvenes de la periferia, la mayoría de ellos negros, decidieron marcar por internet paseos colectivos en los centros comerciales y fueron humillados, reprimidos y criminalizados. ¿Cuál fue la ley que quebrantaron? ¿Jóvenes negros y pobres no pueden frecuentar los centros comerciales en gran número? ¿Es ésta la ley no escrita? El hecho es que su paseo, llamado entonces de rolezinho [vueltita], fue decodificado por la clientela habitual de los centros comerciales y por las fuerzas de seguridad del Estado como “atraco”. Pero, de hecho, ¿qué se “atracaba” allí? ,¿la reivindicación de ocupar el lado de dentro de la urbanización cerrada que es el centro comercial, para divertirse con los amigos?

En mayo de este año, se llegó a un desenlace solo posible en un país regido por la lógica de la urbanización cerrada: la condena de tres jóvenes que organizaron por las redes sociales un paseo por el centro comercial. Se hizo entonces un “bote” de solidaridad en Internet para ayudarles a pagar la multa de 394 reales [unos 115 euros] cada uno. Para ellos, que tienen empleos informales y cobran el salario mínimo, el importe puede hacer inviable su mantenimiento. No entendían por lo que estaban siendo condenados. En sentido literal. No sabían cuál era el motivo de la condena alegado por el juez, pero firmaron porque se les dijo que era lo mejor para ellos. La justicia aparece aquí como una urbanización cerrada en la que uno de sus muchos muros es el lenguaje.

La represión a los ‘rolezinhos’ es una muestra de lo que sucede cuando los que están fuera deciden entrar a la urbanización cerrada que es el centro comercial

La urbanización cerrada, esa figura concreta, que tan bien conocemos por estar dentro o por estar fuera, es también una alegoría para comprender todas las otras urbanizaciones cerradas de esta vida de muros. La hipótesis sugerida por Christian Dunker nos ayuda a pensar sobre cuestiones profundas de la actual sociedad brasileña, expresada también en los casos más recientes de violencia, como el ya mencionado esfuerzo de un grupo de diputados en aprobar la reducción de la mayoría de edad penal y encarcelar adolescentes más temprano tras otros muros. O el apedreamiento de la niña de 11 años vestida con la ropa de su religión de origen africano, el candomblé, por dos hombres que gritaban: “¡Sal demonio! ¡Arded en el infierno, santeros!”. La violencia dio lugar a una herida en la cabeza, un desmayo y la pérdida momentánea de memoria de la niña, sin contar las secuelas psicológicas.

Entre los casos recientes de violencia podemos pensar también en la indignación de religiosos contra la artista transexual que escenificó la crucifixión de Cristo en la marcha LGTB (lesbianas, gays, bisexuales, transexuales y transgéneros) para denunciar la crucifixión cotidiana vivida por todos ellos. Al indignarse con una transexual en lugar de Cristo, los religiosos defendieron sus muros al creer que el símbolo y el sufrimiento son privatizables y privados y, así convertidos, pertenecen a su urbanización cerrada. Sin contar el caso de la mujer que mientras era confundida con la “madre” de una niña pudo permanecer en el Club Pinheiros de São Paulo sin ser molestada. Al ser descubierta como “niñera”, empezó a tener problemas para entrar y le exigieron que usase uniforme blanco para no ser confundida y que no frecuentase espacios reservados solo a los socios. Los lugares y las fronteras no pueden ser borrados para que los privilegios detrás de los muros se mantengan cimentados.

Son urbanizaciones cercadas por muros las que proliferan en Brasil, con vallas cada vez más violentamente defendidas, porque ya no basta con dejar al otro del lado de afuera, es necesario ahora eliminarlo. Es también de urbanizaciones cerradas y de muros que se trata cuando en las redes sociales de Internet se vuelve imposible escuchar el argumento del otro, porque el lado de aquí, sea el que sea, tiene el privilegio de las certezas, del bien, de la justicia y de la crítica. Y también allí el otro tiene que quedarse del lado de afuera, porque ya marcado como amenaza o descalificado como derecha o izquierda, dependiendo de que lado se esté, no tendría nada que decir que pueda ser escuchado. Entonces ya no se escucha ni se reconoce su voz. En este sentido, aunque no todos viven en Alphaville, conviene mirar hacia adentro, porque puede haber un Alphaville viviendo donde menos se espera, con muros disfrazados de argumentos.

Los religiosos que se indignaron contra la transexual defendieron sus muros al privatizar el símbolo y el sufrimiento, convirtiéndolos en su propiedad

También muchos de los que se presentan como demoledores de muros (y defensores de la diversidad de gente y de ideas) parecen, en la práctica, solo fortalecer las defensas de sus cercas. Van hasta donde los muros pueden ser derrumbados sin afectar sus privilegios, que a veces son solo la ilusión tan cara y mimada de que siempre tienen razón y están en el lado correcto. Pero existe siempre el último muro, aquel que nos obliga a movernos, aquel que toca el principal privilegio, “el de no necesitar pensar en nuestros privilegios”, y éste hay que mantenerse a cualquier precio.

El muro más bien guardado, al final, es nuestra Alphaville interna. La que nos mantiene limpitos al lado de las buenas causas, pero sin perder nada que nos es valioso. “¡Un momento! ¡Salir perdiendo tampoco!” Listo. Llama al albañil para construir dos metros más de muro, para dejar de fuera a quien nos recuerda la molestia de que para dejar al otro entrar va a ser necesario perder alguna cosa.

Son muchas las trampas cercadas de muros en un país tan extraordinariamente desigual. De vez en cuando los más atentos se dan cuenta de que su pie está atrapado en alguna armadilla, justamente cuando creían que se dirigían hacia la libertad y un mundo más justo. Ahora mismo, las urbanizaciones cerradas del tipo Alphaville son vistas por muchos como algo ridículo. Pero también éstos parecen renovar su búsqueda por el paraíso perdido. La moda en Brasil desde hace algún tiempo es comprar pedazos de tierra con mata nativa y fuentes de agua en algún sitio, como en las regiones serranas aún disponibles del Sur y Sureste o también en pedazos paradisíacos de la Amazonia.

¿Sería este anhelo una actualización del ideal de una vida sin malestar, rodeados por otro tipo de iguales, tal vez aún más iguales que los otros? Vecinos ecológicamente conscientes, equilibrados por la meditación, yoga y la práctica saludable de deportes, que se desplazan en bicicletas y consumen orgánicos, con propiedades privadas bien definidas. Es altamente seductor para quién puede escoger sus muros, pero, ¿no sería ésta una renovación de la urbanización cerrada, tanto de sus ilusiones como de su carácter de exclusión? ¿Quién se queda luchando por el espacio público para todos en ciudades cimentadas, donde falta tanto agua como árboles así como el reconocimiento de la humanidad del otro?

Ciudades Rebeldes es el nombre de un seminario promovido por la editorial Boitempo y por el SESC en la segunda semana de junio, que reunió a algunos de los pensadores de más relevancia sobre el tema, tanto brasileños como el propio Christian Dunker, autor del libro citado anteriormente, como extranjeros como el geógrafo marxista David Harvey. Era también un encuentro de las izquierdas en este momento tan desafiante, en que las calles del país fueron tomadas por los gritos de derecha. Pero hubo una rebelión en el debate que debatía la rebelión. El Movimiento Independiente de las Madres de Mayo divulgó un manifiesto contundente con el siguiente título: “La rebelión no será gourmetizada”. (Lea aquí. Sugiero leer también los comentarios, para comprender el cuadro mayor.)

El muro más difícil de derrumbar es el que protege el privilegio de no necesitar pensar en los privilegios

Las Madres de Mayo tienen en su origen a un grupo de mujeres, la mayoría negras, pobres y periféricas, que perdieron sus hijos asesinados, muchos de ellos posiblemente ejecutados por la policía en las calles de la región de São Paulo en mayo de 2006. El grupo realiza la denuncia cotidiana de la violencia practicada por el Estado contra los más pobres. Suele apodar al gobernador del estado de São Paulo, Geraldo Alckmin, de “gobernador genocida” y denuncia lo que llama de “terrorismo de Estado”. También presta el nombre a la Comisión de la Verdad que investiga los crímenes cometidos por el Estado en el período democrático. En este seminario, el movimiento fue invitado a última hora para sustituir a un invitado inicial que tuvo que cancelar su participación. Recusó la invitación. En el manifiesto explica el por qué.

Entre las justificaciones, Madres de Mayo denuncia una ausencia considerada por muchos inmoral: la falta entre los participantes del Movimiento Pase Libre (MPL), que provocó las manifestaciones de 2013 en el país. También negó la legitimidad de invitados como Luiz Inácio Lula da Silva, que canceló su participación antes del inicio del seminario, y del alcalde de São Paulo, Fernando Haddad. Éste último está considerado como un represor de las manifestaciones de 2013 contra el aumento de tarifa del transporte público, lo que transformaría en ofensa su presencia en un seminario sobre ciudades rebeldes. No recuerdo ningún manifiesto reciente de movimientos sociales tan contundente en su crítica al PT, definido como el “agonizante Partido de los Trabajadores”, y a Lula, llamado en cierto momento de “ese tipo”.

Existen muchas interpretaciones posibles para la rebelión contra el seminario sobre la rebelión. También hay muchas versiones. Todas ellas fascinantes y mucho más fundamentales para entender el actual momento de lo que parece a primera vista. Como estamos cercados por muros, sin embargo, muchos de los sentidos posibles fueron eliminados por las polarizaciones (siempre ellas). Algunos descalificaron el debate ya antes del manifiesto por tener en él figuras del PT. Por consiguiente nada allí, ni todos los otros, incluso los críticos del PT, podrían ser escuchados. Otros descalificaron al Movimiento Independiente Madres de Mayo. Otros se ofendieron porque sus mejores intenciones no fueron comprendidas y se vieron en una posición muy incómoda, ya que tenemos la tendencia a creer que solo somos muy guays y que estamos a salvo.

En el Brasil actual, para tener legitimidad no basta con hablar sobre el otro, hay que hablar con el otro

Con este gesto, Madres de Mayo dificultó la reubicación del PT en el contexto de las calles y de las rebeliones y también en la identificación como izquierda, lo que es muy fuerte. Obstaculizó la colocación del PT no solo como protagonista, sino también como participante del movimiento más amplio de ciudades rebeldes. Se mostró también que hoy no es suficiente incluir en los debates uno o dos representantes de las periferias y de los movimientos sociales, lo que hasta hace poco hubiera sido suficiente y garantizaría un ambiente controlado. Lo que de más importante dijo Madres de Mayo quizás sea que en el Brasil actual para tener legitimidad no basta con hablar sobre, hay que hablar con. Para esto también es necesario que todos – realmente todos – comprendan que “con” significa “con”, y no “solo nosotros”. De lo contrario la misma lógica de los muros permanece, aunque se cambien a los personajes de lugar. Hoy es urgente estar efectivamente con el otro y arriesgarse a lo que eso significa. Arriesgarse, por lo tanto, a la rebelión.

Dicho esto, escojo terminar caminando con Tim Tim. En este vídeo viral, la gran transgresión del pequeño rebelde es andar por la calle y arriesgarse a encuentros. Cuando todo parece ya insuperable, cuando me veo cercada de muros que me acorralan, los de fuera, pero también los de dentro, me acuerdo del paso de Tim Tim. Y encuentro esperanza en esa generación que está siendo educada en el rescate del espacio público para todos, arriesgándose a las diferencias para combatir la desigualdad. Arriesgándose a la experiencia. A veces la vida pide la delicadeza de descubrir la rebelión también en los pasos vacilantes, pero muy entusiasmados, de un niño con un remolino en la cabeza.

Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes – o avesso da lenda, A vida que ninguém vê, O olho da rua, A menina quebrada, Meus desacontecimentos y de la novela Uma duas. Sitio web: desacontecimentos.com. Email: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: brumelianebrum

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