“El desafío nunca fue tan grande”

El cambio climático reta la supervivencia de los pueblos árticos

Un niño de la etnia Nenets en la ciudad de Nadym, a 2.500 kilómetros al noreste de Moscú. D. L.

Sentada en la mesa de un lujoso hotel de Oslo donde almuerza durante un simposio en el que se debate el futuro del Ártico, su tierra, una mujer lapona para con un gesto de la mano al camarero a punto de echarle el café. Saca de su bolso una taza de madera con motivos colorados, parecidos a los que decoran el traje tradicional con el que está ataviada, y pide que se le vierta ahí. Los lapones —o saami, como quieren que se les llame—, asentados desde hace milenios en las regiones más septentrionales de Escandinavia, Finlandia y en la península rusa de Kola, han emprendido una lucha para proteger...

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Sentada en la mesa de un lujoso hotel de Oslo donde almuerza durante un simposio en el que se debate el futuro del Ártico, su tierra, una mujer lapona para con un gesto de la mano al camarero a punto de echarle el café. Saca de su bolso una taza de madera con motivos colorados, parecidos a los que decoran el traje tradicional con el que está ataviada, y pide que se le vierta ahí. Los lapones —o saami, como quieren que se les llame—, asentados desde hace milenios en las regiones más septentrionales de Escandinavia, Finlandia y en la península rusa de Kola, han emprendido una lucha para proteger sus tradiciones y su estilo de vida, amenazados por el calentamiento global y los crecientes intereses económicos en su región. Y la defensa de sus tradiciones pasa también por tomar el café en el recipiente adecuado.

El Consejo Ártico cifra en 400.000 los indígenas que pueblan la región, el 10% de los cuatro millones de habitantes totales. Los saami, que ascienden a 135.000, constituyen una de las más numerosas de las 40 etnias en las que se divide la población autóctona.

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El cambio climático está amenazando su economía: a los pescadores, que faenan sobre el hielo con antiguas técnicas heredadas de sus antepasados, se les está, literalmente, derritiendo el suelo debajo de los pies. “Los renos [cuya cría es otra componente fundamental de la economía] están muriendo por enfermedades hasta ahora desconocidas”, explica Áile Jávoç, presidenta del Consejo Saami, una organización no gubernamental que participa como observador sin derecho de voto en el Consejo Ártico. “El desafío nunca ha sido tan grande, pero estamos convencidos de que tenemos las capacidades para superarlo. El problema es que no nos dejan”, insiste. No se explaya, sin embargo, a la hora de aclarar cuáles son los países con los que la organización que lidera consigue cooperar más: “Tenemos buenas relaciones con todo el mundo”, dice mientras sonríe.

La pesca y la cría del reno, principales sustentos de los 400.000 indígenas de la región, están en riesgo

Al otro lado del océano Ártico la situación no es mejor. Según los datos de la Oficina de Estadística de Nunavut, el Estado más septentrional de Canadá y patria de los inuit, otros indígenas árticos, la tasa de paro en la región ascendía en 2014 al 13,8%, el doble respecto a la tasa nacional del 7,2%. Entre los indígenas, sin embargo, el desempleo subía hasta el 19,1%. La escasez de vivienda es otro problema grave: según el último censo, llevado a cabo en 2006, 31% de los aborigenes vivía en casas compartidas por más familias, diez veces más respecto al 3% de la población no aborigena.

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Pero el problema no parece una prioridad en las agendas de las autoridades canadienses: “Los indígenas son 150.000 y están diseminados en un territorio de cuatro millones de kilómetros cuadrados”, se limita a declarar Artur Wilczynski, embajador de Canadá ante Noruega. 

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