Cartas de Cuevano

Incandescente

A los ochenta años de edad, Cohen puede presumir de haber sido apóstol imbatible de toda la obra de Federico García Lorca

Leonard Cohen cumple ochenta años y parece que el adjetivo que mejor lo describe es el de ser el hombre incandescente, quizá porque rima casi milimétricamente con el calificativo de indecente que le espetaban las buenas conciencias hace ya tantos años, y al mismo tiempo con transparente, que así se le ve en tantas fotografías en blanco y negro, que subrayan los colores esenciales de su poesía: saudade, melancolía, muerte, apocalipsis, historia, holocausto, mitos alados, el amor sin necesidad de rima, la ira e...

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Leonard Cohen cumple ochenta años y parece que el adjetivo que mejor lo describe es el de ser el hombre incandescente, quizá porque rima casi milimétricamente con el calificativo de indecente que le espetaban las buenas conciencias hace ya tantos años, y al mismo tiempo con transparente, que así se le ve en tantas fotografías en blanco y negro, que subrayan los colores esenciales de su poesía: saudade, melancolía, muerte, apocalipsis, historia, holocausto, mitos alados, el amor sin necesidad de rima, la ira encendida de la rebelión y el deseo como un murmullo.

Conmueve recordar que al recibir el Premio Príncipe de Asturias de manos de un ahora Rey, Cohen evocó –como Camus al llegar al Nobel—las notas y acordes que le enseñó un viejo maestro de guitarra en una sola sesión. Fue única clase de guitarra con aquel maestro que se suicidó en el misterio (que nada tenía que ver con su nuevo alumno) antes de que éste pudiera tomar una segunda clase y, sin embargo, al paso de los años el discípulo llegaría a recibir no sólo el prestigiado premio de Oviedo sino el reconocimiento y admiración de millones de devotos seguidores que hoy intentamos rendirle homenaje. Es curioso que en aquel discurso en Asturias, Leonard Cohen evocase a un maestro fugaz y efímero y armara con palabras recitadas como en soneto un homenaje a la guitarra española, su primera guitarra de veras con la evocación del olor de cedro y la nobleza que resuena en ciertas pijas de cerezo. Por delante de la pluma, la tinta o el papel, el poeta que desfilaba por la alfombra roja de Oviedo rendía gratitud a la guitarra.

Sucede que, en realidad, es difícil cuadricular un retrato fiel de Leonard Cohen. Antes de grabar su primer disco ya era un autor publicado (con cuatro poemarios, entre los que destaca el titulado Flores para Hitler de 1964, y dos novelas). Se dice que cuando Cohen aterrizó en el los bajos de Manhattan en esa década psicodélica que se abría con los aullidos que quedaron de los años cincuentas y florecía con todas las utopías que prometían los sesentas, muchos de los ya consagrados cantautores del escenario policultural y libertario de Greenwich Village no sólo lo habían leído, sino que lo memorizaban en madrugadas flotantes, canciones hipnóticas y paseos interminables que poco a poco contribuyeron para convencer a Leonard Cohen para que sustituyera la pluma por la guitarra, o por lo menos, que se convenciera de que su sustento y gloria quedaban mejor garantizados con canciones que con poemas cuya música no siempre encuentra eco en la lectura silenciosa de los pocos afortunados que compraban sus libros.

Es el poeta que le da gracias a Marianne y el navegante postrado ante Suzanne

A los ochenta años de edad, Cohen puede presumir en su pasaporte que ha sido apóstol imbatible de toda la obra de Federico García Lorca, que incluso su hija se llama Lorca Cohen y que ha sembrado no pocos versos –ya en canción o en poema de música callada—en la memoria de muchos que sincronizan con el luminoso recuerdo de un hombre enamorado en una isla de Grecia que todos los días le canta –de palabra o con la mirada—a una mujer hermosa, que no necesita ver para mirarla entre las cosas del mundo, que no requiere escucharla para oírle su alma y que, al final, no exigía llevar siempre a su lado porque ya se le había vuelto inmortal. Es el poeta que le da gracias a Marianne y el navegante postrado ante Suzanne, que huele a naranjo-flor de azahar y al mismo tiempo el juglar que juega con la rima, en una suerte de escalera fonética que le permite invitar al lector o al que escucha sus canciones en una travesía de sílabas, rimas, sentencias, axiomas, declaraciones y limmericks que son fiesta de imagen y celebración de palabra.

Voz cavernosa, para algunos no la mejor para cantar; mirada fija bajo el ala de un sombrero y el mapa de su cara como topografía palpable de toda una vida de versos vividos. El ritmo parece emanar de las palabras y casi siempre agarra una velocidad melodiosa de vals antiguo o del tipo de murmullos que acostumbran los secretos. Se abre el telón de la madrugada y el joven que hoy cumple ocho décadas de vida incandescente parece poner en boca de todo atrevido la receta admirable que debería volverse credo: Si lo que quieres es un amante/ Haré cualquier cosa que me pidas/ Y si acaso buscas otro tipo de amor,/ me pondré una máscara para ti/ Si lo que buscas es una pareja, toma mi mano/ y si lo que quieres es tumbarme con un golpe de ira/ aquí estoy plantado… I’m your man.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
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