OBITUARIO

Paul Aussaresses, general francés y verdugo contumaz

Fue uno de los principales ejecutores de la represión mediante la tortura y el asesinato durante la guerra de Argelia

El general francés Paul Aussaresses, en 2001.MICHEL LIPCHITZ (AP)

El general Paul Aussaresses pasó de ser un gran héroe de la II Guerra Mundial a convertirse en el rostro visible de la tortura en la traumática guerra de independencia de Argelia. Con su físico imponente y su ojo izquierdo tapado por un parche, consecuencia de una operación de cataratas, se dio a conocer al inicio del nuevo siglo al admitir, justificar y detallar sin tapujos las técnicas utilizadas por el Ejército y la policía fra...

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El general Paul Aussaresses pasó de ser un gran héroe de la II Guerra Mundial a convertirse en el rostro visible de la tortura en la traumática guerra de independencia de Argelia. Con su físico imponente y su ojo izquierdo tapado por un parche, consecuencia de una operación de cataratas, se dio a conocer al inicio del nuevo siglo al admitir, justificar y detallar sin tapujos las técnicas utilizadas por el Ejército y la policía francesa en su lucha contra el Frente de Liberación Nacional argelino. Condenado por apología de la tortura, fue el primer general francés juzgado por hechos relacionados con uno de los episodios más oscuros de la historia reciente del país vecino. El general falleció el pasado martes en Alsacia a los 95 años.

“La tortura se convierte en legítima cuando se impone la urgencia”, escribió el militar, antiguo jefe de los servicios secretos de Argel, en su libro Servicios especiales, Argelia 1955-1957, publicado en 2001, unos meses después de una gran entrevista sobre el mismo tema al diario Le Monde. “Había que hacerlo, lo hice”, repetía. En su libro, admitía haber recurrido a esta técnica, “tolerada, si no recomendada” por la jerarquía política. “No era frecuente que los prisioneros interrogados durante la noche siguieran vivos a la mañana siguiente”, relataba en otro momento de su libro. “Hubieran hablado o no, en general se los neutralizaba”.

Nacido el 7 de noviembre de 1918 en Saint-Paul-Cap-de-Joux , en el sur de Francia, entró como voluntario en 1943 en los servicios secretos de las fuerzas aliadas en contra de la Alemania nazi. Durante la contienda, destacó por su valor por el que recibió la Legión de Honor, que el presidente Jacques Chirac le retirará tras su confesión. Tras la guerra participó en la creación del brazo armado de los servicios de contraespionaje SDECE. Durante la guerra de Indochina lideró un batallón de paracaidistas a las órdenes del general Pâris de Bollardière, precisamente uno de los mayores militantes contra la tortura.

En 1955 llegó a Argelia, primero a Philippeville. En junio de ese mismo año torturó por primer vez. El martirizado era un sospechoso detenido tras una serie de sangrientos atentados. “Si de algo me arrepiento, es de que no haya hablado antes de morir”, relató. A finales de agosto, ordenó matar a cientos de personas en respuesta a un ataque del Frente de Liberación Nacional (FLN) a la ciudad y la minería de El Halia. “Me era indiferente: había que matarlos, es todo”. A los dos años, en 1957, el general Massu le encargó restaurar el orden en Argel. Allí puso en pie un verdadero “escuadrón de la muerte”, nombre que él empleaba y que desde entonces cobraría una siniestra carta de naturaleza.

Aussaresses enseñó luego “las técnicas de la batalla de Argel” a las fuerzas especiales estadounidenses en la base de Fort Braggs, en Carolina del Norte. En 1966 tomó las riendas del prestigioso primer regimiento de cazadores paracaidistas y en 1973 fue nombrado agregado militar en Brasil, cuando el país sudamericano se encontraba bajo la dictadura militar.

Sus confesiones arrojaron nueva luz sobre un episodio conocido pero falto de testimonios, con algunas revelaciones, como el asesinato de destacados militantes argelinos oficialmente muertos por suicidio. Dieron también un vuelco a su vida: su primera esposa murió a los pocos meses, sus tres hijas dejaron de hablarle y él fue excluido del Ejército. Salió ileso de tres tentativas de asesinato. En 2002 fue condenado a una multa de 7.500 euros por apología de la tortura, sentencia que fue confirmada en apelación. Pero nunca se desdijo de sus declaraciones. “Existe cierto honor en asumir el deshonor”, relató al finalizar el juicio.

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