EDITORIAL

Matanza en Bagdad

Los casi 70 muertos ayer en Bagdad por una cadena de atentados básicamente antichiíes son un trágico campanazo sobre adónde puede dirigirse Irak tras la retirada estadounidense. Las matanzas, sin reivindicar pero con el sello de células suníes vinculadas a Al Qaeda, evocan los peores días de la guerra sectaria y son la respuesta a una aguda crisis política con antecedentes lejanos, pero desatada esta semana por la decisión del primer ministro chií Nuri al Maliki de arrestar al vicepresidente Tarik al Hachemi, máximo dirigente suní, al que acusa de patrocinar el terrorismo. Al Hachemi, que denu...

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Los casi 70 muertos ayer en Bagdad por una cadena de atentados básicamente antichiíes son un trágico campanazo sobre adónde puede dirigirse Irak tras la retirada estadounidense. Las matanzas, sin reivindicar pero con el sello de células suníes vinculadas a Al Qaeda, evocan los peores días de la guerra sectaria y son la respuesta a una aguda crisis política con antecedentes lejanos, pero desatada esta semana por la decisión del primer ministro chií Nuri al Maliki de arrestar al vicepresidente Tarik al Hachemi, máximo dirigente suní, al que acusa de patrocinar el terrorismo. Al Hachemi, que denuncia un complot, es ahora un fugitivo refugiado en la zona kurda de Irak, a cuyos líderes Bagdad exige su entrega. Al Maliki también ha pedido al Parlamento la destitución de un viceprimer ministro suní que le llamó dictador.

Washington ha dejado en Irak, ocho años después de su invasión, una anémica estructura política que ha comenzado a desplomarse con la salida del último soldado de Barack Obama. El supuesto Gobierno de unidad (chiíes, suníes y kurdos) presidido por Al Maliki, que tardó casi nueve meses en gestarse tras las elecciones, nunca ha funcionado como tal. Entre otras razones por la vocación de poder absoluto del primer ministro, abiertamente incompatible con el mosaico confesional y de intereses del país árabe. El bloque suní Iraqiya ha abandonado Gobierno y Parlamento ante lo que considera una maniobra chií para garantizarse una hegemonía sin contrapesos. La minoría mimada por Sadam Husein se siente ahora marginada por un poder con ambición de monopolio y estrechos vínculos con la teocracia iraní.

Irak, al que un Obama en vena propagandística calificaba la semana pasada de “país estable”, afronta dificultades sin cuento. Pero si hay una situación a la que no puede permitirse volver sin riesgo de caótica balcanización es el terrorismo confesional. Ya las provincias suníes, junto a la frontera siria, comienzan a acariciar la idea de una autonomía similar a la de los kurdos iraquíes, idea que hace más atractiva la descomposición de la dictadura de Damasco, que acarrearía el ascenso político de la mayoría suní en Siria y que considera anatema el chiismo dominante en Bagdad. La desestabilización de Irak tendría gravísimas consecuencias en una zona al rojo por cuyo nuevo dibujo compiten, entre otros, el fundamentalismo iraní y el pragmatismo turco.

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