Análisis:

¿Cómo enterrar a la momia?

El Faraón está muerto, políticamente muerto. Lo que vemos es su momia. ¿Cuánto tiempo seguirá caminando por inercia este cadáver embalsamado? ¿Horas, días, semanas? La respuesta la tienen sus soldados, ellos decidirán cuándo y cómo sellar el ataúd. Depende de la dimensión de las protestas egipcias de hoy, del tiempo que los uniformados tarden en encontrar una fórmula institucional y política para la transición y del momento en que llegue la luz verde de Washington. Una salida razonable sería un gobierno provisional presidido por El Baradei, un premio Nobel con prestigio y credibilidad dentro y...

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El Faraón está muerto, políticamente muerto. Lo que vemos es su momia. ¿Cuánto tiempo seguirá caminando por inercia este cadáver embalsamado? ¿Horas, días, semanas? La respuesta la tienen sus soldados, ellos decidirán cuándo y cómo sellar el ataúd. Depende de la dimensión de las protestas egipcias de hoy, del tiempo que los uniformados tarden en encontrar una fórmula institucional y política para la transición y del momento en que llegue la luz verde de Washington. Una salida razonable sería un gobierno provisional presidido por El Baradei, un premio Nobel con prestigio y credibilidad dentro y fuera de su país, que, tras el abandono del poder de Mubarak, integrara a las principales fuerzas políticas del Valle del Nilo.

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Entretanto, la gente se va retratando. El Israel oficial y mayoritario, qué bochorno, prefiriendo la dictadura a la democracia en su vecindad árabe. Salva el honor de Israel, el editorial de la edición de hoy de Haaretz instando a Netanyahu y a sus compatriotas a abandonar una visión que se derrumba a ojos vista, la de que "el mal menor" para Israel es que el mundo árabe esté gobernado por "tiranos". Israel, que se ha jactado durante décadas de ser la única democracia en ese rincón del mundo, va a tener que ir aprendiendo a negociar con gobiernos árabes surgidos de las urnas.

Merece felicitaciones, en cambio, la actitud de claro apoyo a los combatientes demócratas egipcios de la Turquía gobernada por Erdogan. He aquí un país de religión mayoritariamente musulmana que va construyendo desde hace unos cuantos años una democracia deseosa de insertarse en Europa. Un país gobernado por los islamistas del AKP, para los que los medios y los politólogos hemos inventado el calificativo de "moderados", que puede servir de modelo para toda la ribera meridional y oriental del Mediterráneo. De hecho, gente como el tunecino Ganuchi, recién regresado a su patria, lo menciona estos días como su principal referencia, rechazando de paso el modelo del Irán de los ayatolás.

Es posible que, en una primera fase, partidos confesionales democráticos semejantes a lo que fueron, y aún son, las democracias cristianas europeas tengan un importante protagonismo en la marcha hacia la libertad de los países árabes.

En todo caso, otros que han sido desenmascarados por su reacción a la revolución democrática árabe son aquellos occidentales que intentan asustarnos con la posibilidad de que, llegada la libertad al Valle del Nilo, los Hermanos Musulmanes ganaran las elecciones. Además de que eso está por ver, se trata del mismo argumento de aquellos reaccionarios de Washington que, en la Guerra Fría, justificaban su apoyo a dictaduras militares latinoamericanas -y a las de Portugal y España- por la posibilidad de que la izquierda socialista o comunista ganara unas elecciones libres. El argumento no debería ser de recibo para ningún demócrata.

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