Chloé Morin, la politóloga que se inspira en las novelas
La analista francesa, exconsejera de dos primeros ministros socialistas, lee narrativa como si fueran tratados de sociología y recurre a la metáfora para diagnosticar el ocaso de las democracias
Le apasionan las novelas que diseccionan las miserias y las virtudes humanas. Utiliza metáforas para diagnosticar las dolencias de nuestras democracias. En una escena, un estanque de ranas comienza a hervir lentamente, los animales se acomodan poco a poco sin darse cuenta de que terminarán cocidos. Cada una cree que es algo marginal, la mirada de las demás paraliza la posibilidad de saltar. La politóloga francesa Chloé Morin (37 años), exconsejera de opinión pública de dos primeros ministros socialistas (...
Le apasionan las novelas que diseccionan las miserias y las virtudes humanas. Utiliza metáforas para diagnosticar las dolencias de nuestras democracias. En una escena, un estanque de ranas comienza a hervir lentamente, los animales se acomodan poco a poco sin darse cuenta de que terminarán cocidos. Cada una cree que es algo marginal, la mirada de las demás paraliza la posibilidad de saltar. La politóloga francesa Chloé Morin (37 años), exconsejera de opinión pública de dos primeros ministros socialistas (Jean-Marc Ayrault y Manuel Valls, entre 2012 y 2016), se ha convertido en una especie de oráculo para entender fenómenos como la desafección democrática, la desconfianza en las instituciones o la brecha entre las élites y los ciudadanos. En su último ensayo, Désalignée (desalineada, sin traducción al español), describe los estertores de una era. Para Morin una gran mayoría se siente huérfana de las grandes narrativas, de las conquistas sociales, de valores, de sentido.
“Permitimos que las plataformas digitales establezcan la velocidad y el ángulo de lo que se hace visible. Eso reprograma la atención, seca el matiz y normaliza el cortoplacismo político sin que ninguna ley cambie”, comenta desde su residencia en París. Para la analista, la lógica del algoritmo no solo roba nuestra atención, sino que permite que una tiranía dulce avance devorando las democracias. Desde su consultora, Societing, analiza la sociedad francesa como un pediatra a un niño perdido. Su estampa seria, sus reflexiones independientes —un día el diario progresista Libération alaba sus críticas al desdén de las élites, y al otro el ultraderechista Le Journal du Dimanche apoya su análisis sobre la exclusión que provoca el wokismo como franquicia— se han vuelto imprescindibles en el debate francés.
“Chloé Morin es una mezcla atípica”, explica Véronique Bédague (61 años), consejera delegada del grupo inmobiliario Nexity y exdirectora del gabinete de Valls. “Nadie mejor para sondear lo que un pueblo siente. Su estetoscopio es infalible”. Ambas compartieron pasillos en el palacete de Matignon, la residencia del primer ministro francés. La analista cobró relevancia en 2020, en plena covid, con el ensayo Les Inamovibles de la République (los inamovibles de la república, sin traducción), donde exponía la inercia burocrática, la desconexión de una casta endogámica con la calle. El análisis autocrítico cayó como un dardo certero pero incómodo.
Morin desconcierta. Sus clásicos blazer pueden terminar en unas botas rockeras. En una muñeca lleva un tatuaje de un unalome budista que simboliza el camino al conocimiento. Detrás del desparpajo de su juventud hay una personalidad cerebral que intenta ponerse en el lugar del otro. La clave: empatía. Sostiene que leer ofrece la infraestructura para la empatía. Antes de la política y después de ella, siempre han estado las novelas como si fueran tratados de sociología. Le estremece la manipulación de la Nueva York que describe Tom Wolfe en La hoguera de las vanidades y cómo la pieza angular, un chico negro del Bronx atropellado por un bróker y su amante, muere en el olvido. También la capacidad de la sociedad para aplastar a las mujeres como en los dramas de James Ellroy. O la escalofriante doble vida del ejecutivo y asesino en serie de American Psycho.
Para Morin la democracia comienza precisamente ahí, en lo que nos conecta como humanos, en lo que nos atraviesa, a pesar del desacuerdo. No basta con discursos y elecciones, para la politóloga es imprescindible enseñar qué es la democracia, cuánto cuesta tenerla. La experta lo ve en los jóvenes europeos. “Necesitan pruebas, no sermones. Mejoras en educación, vivienda, movilidad”, apunta. En ese escenario los extremos se convierten en respuesta. Cuando las personas se sienten sin hogar en la historia común, los marcos simples se vuelven atractivos. La polarización ofrece las certezas que buscan.
Líderes populistas como Trump o Putin, subraya, se aprovechan de ello. Recompensan la lealtad por encima de la verdad. Saturan las plataformas. Cuando la gente hace scroll en lugar de pensar, el punto de vista interesado y sin matices vence a las pruebas, a la evidencia. Quien grita primero gana. Morin evita las redes, opina que se deben regular con legislación y sentido común: antes de compartir algo hay que contrastar; etiquetar los contenidos verificados; revelar lo que el algoritmo magnifica o subexpone; vigilar el ángulo de quien publica. “El racismo, la misoginia, el fundamentalismo existen, y no solo en los extremos. Pero el algoritmo magnifica la amplitud y oculta el matiz. Hay que evitar la paranoia, recuperar la proporcionalidad”, opina.
Y, por salud democrática, preservar las condiciones del debate, valorar la complejidad por encima de la simplificación de plataformas y medios. En su ensayo La Broyeuse (la trituradora, sin traducción) se pregunta si la desconfianza hacia los medios se debe a que se han convertido en una apisonadora que desalienta la búsqueda de acuerdos, que empobrece el debate a cambio de sensacionalismo, que es cómplice de intereses y no de la democracia, de la cual debería ser un pilar fundamental. En ese sentido denuncia la cultura de la cancelación, el destierro del individuo o el grupo al etiquetarlo como tóxico o enemigo. El destierro genera una sociedad de la autocensura donde el miedo es más fuerte que la necesidad de reflexión.
La politóloga se define como socialdemócrata y feminista, pero eso no le impide disentir. Para ella es fundamental la soberanía cognitiva. Desconfía de las lealtades incondicionales al grupo porque terminan siendo una traición de sí mismo. No reniega de su paso por la política. La describe como una olla a presión, un lugar humano donde la vanidad y la decencia se mezclan. Para la analista el problema es la inercia y los formatos de espectáculo que recompensan la velocidad sobre el sentido. Critica a los políticos, pero también a los ciudadanos por su inacción y su actitud infantil. Una consecuencia, subraya, es que muchas veces se echa al político prudente y se promueve al ruidoso. “Los más honestos a menudo se van porque rechazan el espectáculo. Lo he presenciado muchas veces”, detalla.
Hija de médicos, creció en Vallon-Pont-d’Arc, un pueblo idílico del sur francés donde comienza el sinuoso cañón del río Ardèche. Allí solo tenía un Nokia 3110 y decenas de libros. Entonces apareció París, no fue amor a primera vista. Terminó Ciencias Políticas desilusionada por la desconexión con la realidad. De allí saltó a la London School of Economics, donde se apasionó por la historia de las economías que se desarrollan y las que no. La editorialista del periódico Les Echos, Cécile Cornudet (60 años), ha visto su evolución: “Me intrigó su personalidad. Una inteligencia y una madurez que no cuadraban con su juventud. Humilde en un entorno arrogante. Me conmovió. Lo entiende todo y lo ve antes, lo cual la puede frustrar. Tiende puentes, habla con todos los sectores por amor a las ideas y al debate. La veo como una denunciante”. Morin le comparte sus borradores, hay un flujo constante de reflexiones y análisis. “Nunca había visto tanta actividad cerebral”, agrega.
Morin recurre a otra metáfora para describir el papel de las mujeres, el acantilado de cristal. Se las llama cuando la situación ya está al borde del colapso, una condena al fracaso. Cree en el feminismo que repara. Recientemente el presidente, Emmanuel Macron, la citó junto a otros expertos para concienciar a la población sobre el uso de las plataformas. Ella se asoma al acantilado, imagina que flota en un mar de témpanos, que estamos asistiendo al ocaso de una época. Sabe que Francia está enferma como otras democracias. “Pero no está sin aliento. Un método de coalición nos estabilizaría rápidamente. Las democracias mueren por condiciones y pueden salvarse por condiciones”. Para empezar sugiere apagar el móvil y sentarse a debatir con alguien cara a cara.