La importancia de saber a qué somos leales
La idea de verdad se ha roto y se confunden hechos y opiniones: el objetivo no es que nos creamos las mentiras, sino que ya no nos creamos nada
La lealtad siempre ha sido considerada una virtud, aunque algunos textos filosóficos añadían que era “muy problemática”. En teoría, es la perseverancia en el respeto a un compromiso adquirido con una persona. Por eso se relaciona con la amistad, aunque también se exige respecto al país, a la empresa, a la familia o a las organizaciones elegidas por el individuo. En periodos de mucha confusión política y social debería ser importante saber ...
La lealtad siempre ha sido considerada una virtud, aunque algunos textos filosóficos añadían que era “muy problemática”. En teoría, es la perseverancia en el respeto a un compromiso adquirido con una persona. Por eso se relaciona con la amistad, aunque también se exige respecto al país, a la empresa, a la familia o a las organizaciones elegidas por el individuo. En periodos de mucha confusión política y social debería ser importante saber a qué se es leal. Preguntarse con qué está uno comprometido. Por ejemplo, en el caso de los periodistas, ¿con la verdad?, ¿con los principios profesionales que impulsaron la creación de los grandes medios de comunicación del siglo XX?
Estas líneas están copiadas de un artículo que escribí el 1 de enero de 2009. Explicaba que la filósofa alemana, judía, refugiada en Estados Unidos Hannah Arendt respondió una vez a esa pregunta: yo debo mi lealtad no al país, sino a la república de Estados Unidos, es decir, a la forma de gobierno, a lo que los padres fundadores de la república establecieron como principios democráticos y morales de su organización política. Y “por supuesto, también a las personas entre las cuales hoy, siendo éste un momento decisivo, me siento bien”.
Es decir, no existe lealtad a Estados Unidos si este país se comporta como una potencia imperialista. Si eso sucediera, el país sobreviviría, pero la república de Estados Unidos, no, y no habría por qué prestarle lealtad.
Si los medios de comunicación renunciaran a la búsqueda de la verdad y al respeto de los principios profesionales no sobrevivirían como medios de comunicación. Serian otra cosa y no merecerían lealtad.
Máriam Martínez-Bascuñán acaba de publicar un libro —El fin del mundo común, editorial Taurus— en el que analiza la relación de los escritos de Hannah Arendt con la posverdad. Bascuñán recuerda cómo el concepto de posverdad nació un día concreto, el 22 de enero de 2017, cuando la consejera de Trump, Kellyanne Conway, mantuvo que existían “hechos alternativos”, “verdades alternativas”.
Empezó una era en la que la distinción entre la verdad y la mentira había dejado de existir. Las distinciones entre ficción y realidad habían dejado de tener importancia. Una lógica tribal reemplazaba el esfuerzo por distinguir entre hechos y relatos, una lógica tribal que no exigía comprensión sino pertenencia. El resultado es un estado permanente de confusión, escribe Martínez-Bascuñán, una niebla cognitiva en la que la coherencia se sacrifica en pos de la identidad. No era ya cuestión de mentir; es que la verdad se había vuelto irrelevante.
¿Cómo recuperar una realidad compartida? Si todo el mundo siempre te miente, decía Arendt, la consecuencia no es que creas las mentiras, sino que más bien nadie crea en nada. El objetivo de la mentira masiva no es reemplazar la verdad por el engaño, escribe Bascuñán, el verdadero propósito es erosionar la capacidad misma de creer. Que ya no importe qué es verdad ni mentira, porque al final nadie cree en nada. La idea de la verdad se cancela y se produce un salto entre verdad y mera opinión. El profesor Fernando Vallespín lo explica con claridad: “Algunos de mis alumnos se quedan perplejos cuando los suspendo por reflejar erróneamente el pensamiento de Maquiavelo. ‘Pero es que esa es mi opinión sobre Maquiavelo’, me explican. Confunden interpretación, que supone un conocimiento a fondo del personaje, con opinión”.
La importancia de preguntarse a qué es leal uno mismo quedaría clara también si fueran los ciudadanos de Israel los que afrontaran ese momento. ¿Son leales a los principios con que se fundó el Estado de Israel? La Ley Básica sobre Dignidad Humana y Libertad aprobada en 1992 recoge uno de los principios republicanos hoy ferozmente atacados: “En Israel”, dice el preámbulo de la ley, “los derechos humanos fundamentales se basan en el reconocimiento del valor del ser humano, la santidad de la vida humana y el principio de que todas las personas son libres”. ¿A qué deben ser leales los ciudadanos de Israel, a los principios republicanos que dan valor a la vida humana y condenarían sin remedio el asesinato de más de 22.000 niños, el bombardeo de instituciones humanitarias internacionales o el aplastamiento de poblaciones civiles indefensas?
Quizás lo lógico en estos tiempos tan desquiciados sea proclamar la virtud de la deslealtad. Pero eso supone declararse definitivamente pesimista, como hizo, por ejemplo, Graham Greene, mientras que Arendt confió toda su vida en el valor de la política como algo creado por los absolutamente distintos para vivir juntos.