Nikki Haley, la republicana hija de inmigrantes que quiere derrotar a Donald Trump
La exembajadora en la ONU, de padres indios y gran admiradora de Margaret Thatcher, emerge a un mes de las primarias del Partido Republicano
Nikki Haley aseguró en abril de 2021 que no entraría en la pugna por la Casa Blanca para las elecciones de 2024 si se presentaba Donald Trump. A poco más de un mes de que comience la carrera de las primarias, sin embargo, la exembajadora ante la ONU y exgobernadora de Carolina del Sur, emerge como su rival más prometedora para la nominación republicana. Admiradora de ...
Nikki Haley aseguró en abril de 2021 que no entraría en la pugna por la Casa Blanca para las elecciones de 2024 si se presentaba Donald Trump. A poco más de un mes de que comience la carrera de las primarias, sin embargo, la exembajadora ante la ONU y exgobernadora de Carolina del Sur, emerge como su rival más prometedora para la nominación republicana. Admiradora de Margaret Thatcher, la política de padres indios exhibe experiencia internacional y de gestión, pero sobre todo se presenta como una alternativa libre de los dramas y los deseos de venganzas personales que acompañan a Trump. Se ha convertido en la favorita de grandes donantes que ven en ella una candidata con más garantías para derrotar a Joe Biden.
Nacida en 1972 como Nimrata Nikki Randhawa en Bamberg (Carolina del Sur), adoptó el apellido de su marido al casarse en 1996 por el rito metodista y el sij con Michael Haley, oficial de la Guardia Nacional con el que tiene dos hijos ya veinteañeros. Nikki Haley es hija de padres inmigrantes sijs de Amritsar, en el Punjab (India). Era, como se ha definido a sí misma, “una niña marrón en un mundo blanco y negro”, parte de “la única familia india de un pequeño pueblo sureño” de 2.500 habitantes y dos semáforos donde ni podía pensar en hacer algo malo sin que alguien se lo contase a su familia, según cuenta en uno de sus libros.
Estudió contabilidad, pero pronto se interesó por los asuntos públicos. Fue elegida congresista estatal en 2004, reelegida sin oposición en 2006, y con un 83% de apoyo en 2008. Dos años después, se convirtió en la gobernadora más joven del momento, con 38 años, en la primera mujer gobernadora de Carolina del Sur y en la tercera persona no blanca elegida para gobernar un estado sureño. Cuatro años después fue reelegida.
Como gobernadora, firmó una ley para retirar del Capitolio estatal la bandera confederada, un símbolo de discriminación racial, después de que un fundamentalista blanco matara a nueve fieles negros en la histórica iglesia afroamericana Emanuel de Charleston. Ella ha apelado a su historia personal de familia inmigrante para combatir el racismo. En las primarias de 2016 apoyó a Marco Rubio y criticó con dureza a Trump, pero se congració con él cuando fue elegido. Desde entonces, ha mantenido cierto toma y daca con el que ahora es su rival.
Ella cuenta que cuando Trump le pidió que fuera su embajadora ante las Naciones Unidas, ella puso sus condiciones. Tenía que ser miembro del gabinete para poder despachar directamente con el presidente y también quería un puesto en el Consejo de Seguridad Nacional para estar en la cocina cuando se tomaran las decisiones. Aunque tampoco se recuerda que fuese combativa con ninguna decisión, se revolvió cuando después de anunciar sanciones contra Rusia, la Casa Blanca cambió de criterio y la desautorizó diciendo que se había hecho un lío, que había sido una confusión momentánea. “Con el debido respeto, yo no me confundo”, contestó ella.
Haley destacó esa frase en el capítulo dedicado a Jean Kirkpatrick, la primera mujer embajadora de EE UU ante la ONU, de un libro en el que traza semblanzas de mujeres a las que ha admirado. La primera de esas mujeres es Margaret Thatcher, que fue primera ministra conservadora del Reino Unido de 1979 a 1990. El título del libro, “Si quieres que se haga algo...”, lo toma prestado de una cita de Thatcher: “Si quieres que se diga algo, pídeselo a un hombre; si quieres que se haga algo, pídeselo a una mujer”. Ella misma la usó en el primer debate entre los candidatos republicanos, en agosto en Milwaukee.
Que en los debates de las primarias Nikki Haley parezca ahora una política casi centrista es una prueba de cómo se ha escorado a la derecha el Partido Republicano. Solo mantener un discurso sensato y poco estridente la hace parecer moderada al lado de rivales que niegan el cambio climático, coquetean con la homofobia o abrazan teorías de la conspiración.
Sobresale cuando el tema es la política exterior, donde es un halcón, consciente del liderazgo de Estados Unidos en el mundo y de las amenazas a su primacía que provienen de China o Rusia. Ha ganado popularidad. En el último debate fue el centro de atención.. La atacaron por su uso de las puertas giratorias. Dio facilidades a Boeing con sus inversiones en Carolina del Sur y luego formó parte de su consejo. Y tras dejar de ser embajadora en la ONU se dedicó a dar conferencias pagadas por empresas que la han hecho millonaria.
Haley es una política conservadora, una contable que exige disciplina fiscal y que está dispuesta a acometer reformas y recortes en la seguridad social y la sanidad, contraria al aborto (aunque sin criminalizarlo) y denuncia que “algunas corrientes del feminismo radical son abiertamente contrarias a los hombres”.
Como mujer, ha roto muchas barreras. Las encuestas apuntan a que ganaría a Joe Biden con cierta comodidad en unas presidenciales. Para eso, antes tendría que derrotar en las primarias de su partido a Trump, que lleva una gran ventaja. No parece fácil, pero está dispuesta a intentarlo. Al igual que Thatcher, si Haley saliese elegida sería la primera presidenta de EE UU. Como marca la Constitución, tomaría posesión el 20 de enero, el día de su 52 cumpleaños.
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