Rosalía o la Jurado, no es el mismo amor
La diferencia radical es el desamor del que cada una se duele
Desde que Rosalía apareció en los Premios Grammy Latinos cantando la mítica Se nos rompió el amor, que el maestro Manuel Alejandro escribió para Rocío Jurado, no he podido dejar de ver su actuación en bucle. Y de reproducir vídeos de la Jurado con la misma voracidad. Y cuanto más las escuchaba, más me costaba entender cómo dos cantos al desamor pueden llegar a ser tan distintos (y espléndidos) compartiendo un m...
Desde que Rosalía apareció en los Premios Grammy Latinos cantando la mítica Se nos rompió el amor, que el maestro Manuel Alejandro escribió para Rocío Jurado, no he podido dejar de ver su actuación en bucle. Y de reproducir vídeos de la Jurado con la misma voracidad. Y cuanto más las escuchaba, más me costaba entender cómo dos cantos al desamor pueden llegar a ser tan distintos (y espléndidos) compartiendo un mismo texto. ¿Cuál es la diferencia entre las dos? Me pregunté si sería la voz, la música, la época o el talento de cada una. Y finalmente llegué a la conclusión de que la diferencia radical es el desamor del que cada una se duele. Porque si la Jurado cantaba el fin de su amor, Rosalía parecía anunciar el fin del amor para toda la humanidad.
La rotura del corazón es eso que le sucede al yo enamorado. Por eso el arte de la Jurado expresaba la desesperación, la angustia y el exceso de dolor como pruebas evidentes de que el ego no solo se había introducido en el relato amoroso sino que era quien tenía la voz cantante. Porque el desgarro amoroso no habla necesariamente del fin de un sentimiento sino, en ocasiones, de una herida en la vanidad narcisista. De hecho es de lo que se habla la mayoría de las veces en una cultura como la nuestra, que exalta el amor como una forma de consumo y de reconocimiento y que, precisamente por eso, está acabando con la posibilidad de sentirlo.
El amor del yo funciona como una forma de identificación social tan consolidada que lo más importante de la pareja es lo que dice de nosotros, como si fuera un accesorio. ¿Es lo suficientemente guapo para mí? ¿Lo suficientemente listo? ¿Lo suficientemente joven? ¿Ocupa la posición social adecuada para ser un espejo de la mía? Es decir, el amor no es un placer y un dolor de la vida, sino que en nuestra cultura se ha convertido en lo que mide el valor de la identidad de cada persona. Es por eso por lo que el yo de Rocío Jurado (o el de Shakira, por nombrar un sentimiento cercano) se inflama cuando canta hasta convertirse en un ego en llamas. Y en concierto.
Y de pronto aparece Rosalía con una interpretación que no admite el desgarro ni el exceso. Y que, sin embargo, nos desarma. Porque Rosalía se extingue sobre el escenario. Su canto es una aniquilación, solo que quien se duele esta vez no es el ego sino el ser. Un dolor sordo que nos hace recordar que ese amor apasionado y enfebrecido no era lo que pensábamos. Que a lo mejor, ni siquiera era amor sino una construcción social de los pies a la cabeza, una estafa. Rosalía nos recuerda que al amor se va con todo, con el riesgo y con el alma. Pero sentencia que ese salto de fe ya no es posible. Murió.
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Retirarnos del amor? ¿Tener relaciones líquidas a lo Zygmunt Bauman? ¿Intentar el poliamor? Quizá sean maneras de intentar desvincularnos de una forma de amor ególatra, de ese amor que es, en realidad, un culto al yo y una autopista directa no solo al dolor, sino también a la falta de sentido. El duelo de Rosalía funciona pues como una toma de conciencia, capaz de advertirnos que tenemos el ego tan inflamado que el amor se nos ha roto, definitivamente, de tanto usarlo… O, como bien matiza ella, de no usarlo.
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