La calle del Barquillo y Fede Valverde

La desambiguación de un término polisémico depende del contexto o del recuerdo más intenso que tengamos sobre su uso

Álex Baena (izquierda) y Fede Valverde (derecha) disputan un balón en un partido que enfrentaba al Villareal y al Real Madrid en el Estadio de la Cerámica, el pasado 19 de enero.Aitor Alcalde Colomer (Getty Images)

Uno de los amigos de la comida de los jueves preguntó de dónde vendría el nombre de la “calle del Barquillo”, de Madrid. La primera asociación de ideas conduce a los barquilleros ambulantes que vendían y aún ofrecen por España esos deliciosos cilindros compuestos con harina y miel en delgada pasta, a la que se suele añadir canela. Lógico: a esta imagen nos lleva el contexto más próximo que asignamos a “barquillo”. La desambiguación de un término polisémico se suele producir por el contexto o por el recuerdo inconsciente del uso más cercano o más intenso que le hayamos dado, ya sea activo (porq...

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Uno de los amigos de la comida de los jueves preguntó de dónde vendría el nombre de la “calle del Barquillo”, de Madrid. La primera asociación de ideas conduce a los barquilleros ambulantes que vendían y aún ofrecen por España esos deliciosos cilindros compuestos con harina y miel en delgada pasta, a la que se suele añadir canela. Lógico: a esta imagen nos lleva el contexto más próximo que asignamos a “barquillo”. La desambiguación de un término polisémico se suele producir por el contexto o por el recuerdo inconsciente del uso más cercano o más intenso que le hayamos dado, ya sea activo (porque lo expresamos o lo pensamos) o pasivo (porque lo vimos, lo leímos o lo oímos).

Ahora bien, las desambiguaciones inconscientes no siempre aciertan, como sucede en ese caso. Porque la denominación de la calle se relaciona en realidad con el barquillo que navegaba en el estanque de la marquesa de Nieves, situado en una suntuosa residencia ubicada allí en el siglo XVI, y que dio a la zona el nombre de “tierras del barquillo”.

Los amigos de la comida de los jueves se sorprendieron con mi explicación de que ese vocablo se refería a un pequeño barco y no a un pequeño manjar, y la tomaron por buena pese a que en aquella conversación aporté menos detalles de los que ahora he explicitado, pues la memoria de uno no da tanto rendimiento como guardar en la biblioteca doméstica el libro Las calles de Madrid, del cronista de la villa Pedro de Répide (1882-1947), reimpreso por Ediciones La Librería en 1995 (página 84).

Relacioné esa circunstancia con el conflicto entre los futbolistas Fede Valverde, del Real Madrid, y Álex Baena, del Villarreal. El 8 de abril, el madridista propinó un puñetazo a su rival cuando éste se dirigía al autobús del equipo tras haber acabado el partido. Desencadenaron la agresión –según han contado los periódicos citando fuentes del entorno de Valverde– unas palabras que Baena le había dirigido y que él vinculó con los tristes momentos que vivía por el difícil embarazo de su esposa.

Por su parte, personas cercanas a Baena explicaron el 10 de abril que en realidad le dijo solamente: “Dejad de llorar, que siempre estáis llorando”.

Ante un caso así, cabe pensar que todos mienten. Pero también que todos dicen la verdad y que la interpretación de esas palabras adquirió versiones distintas por el diferente contexto con el que cada cual las relacionó. Yo me inclino por esta segunda opción.

Para Baena, la experiencia más reciente de “llorar”, y por tanto el significado que dio a la frase, podía vincularse con las quejas madridistas por la anulación de un gol a Asensio en el partido de Liga jugado en el Camp Nou ante el Barcelona el 19 de marzo.

Sin embargo, el verbo “llorar” habrá evocado a Valverde otra experiencia: las lágrimas de él y su pareja por la temida pérdida del hijo de ambos.

De ese modo, el uruguayo del Madrid adquirió la convicción de que Baena intentaba zaherirle con lo que más le podía doler, mientras que el futbolista almeriense tal vez le reprochaba simplemente lo que entendía un comportamiento victimista del club.

Cuando escribo estas líneas se desconoce la realidad exacta de los hechos, salvo el injustificable puñetazo. Pero me ha parecido útil reflejar esa hipótesis verosímil, como ejemplo de la influencia que ejercen los contextos y los prejuicios en la forma de procesar los mensajes. Ni siquiera una comunicación leal evita el riesgo del malentendido, y por eso más vale siempre un diálogo aclaratorio que un puñetazo en el ojo.

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